Víctor Vela
Miércoles, 13 de abril 2016, 19:36
Cuando estalló la fiebre del gin-tonic, Toño Rodríguez ya estaba allí. Llegaron las calenturas del cardamomo, las decimillas del enebro, esos ardores que se bajan con sobredosis de hielos y los botánicos como antibiótico. Los camareros, hoy convertidos en barténderes, y la coctelera manejada a ritmo de malabar.
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Toño, ¿y tú esto cómo lo ves?
Me parece genial que la hostelería y la coctelería estén evolucionando tan bien. Los bares tienen que apostar por la innovación. Me maravillo cuando veo a un compañero mover los cócteles con esa maestría.
¿Y tú?
Yo no, yo no...
Cuenta Toño que él se ha mantenido fiel a la técnica que emplea desde hace más de veinte años, cuando el Café Compás se convirtió en el templo del gin-tonic pucelano. Un modelo minimalista que busca «potenciar el sabor de los ingredientes que ya lleva la ginebra». «Mi rollo es más clásico. El gin-tonic aromatizado con cáscara de limón. De este modo se aporta frescura, se potencia la ginebra y se aprecia mucho mejor». Servido además en copa baja. Así desde 1985, el año en el que Toño se puso detrás del mostrador del Compás. Con un currículo paseado por varios locales de la ciudad (en la zona de Francisco Suárez, en el Zas de Héroes del Alcázar;hoy de Alcántara), Toño ha convertido el Compás en todo un símbolo de los combinados... y la cultura vallisoletana. Coronan una de las paredes del bar los carteles del certamen internacional de cuentos que convocan desde 1998. «La idea fue de Rafael Martínez Sagarra, la persona a la que cogí el bar. Era un escritor y siempre me decía lo mismo. Se presentaba a un montón de certámenes literarios y nunca los ganaba. Así que su intención fue montar el suyo propio para ver qué se cocía en el interior».
¿Y qué se cuece?
Mucho trabajo. Hay diez personas en el jurado que se leen entre 300 y 400 relatos todos los años. Nos llegan de todas partes. No solo de España, también de Francia, Inglaterra, Colombia... mira, Cuba.
Y extiende el sobre con el relato que un escritor cubano ha enviado para el certamen de este año. «Cuando creamos el premio [la idea, junto a Julio Martínez, germinó en una mesa del bar, la más cercana a la puerta], la movida cultural de la ciudad estaba en auge. Había mucho movimiento literario en la Universidad. Escribía mucha gente joven, revolucionaria, con hambre de inquietudes y desmadre. Ahora parece que está un poco más sosegado», explica Toño. El vallisoletano Alejandro Cuevas ganó el primer año. El tema (cada edición es uno distinto) era Amores de bares y noches de copas. «Y luego hay autores locales que han tenido importancia en el premio, como Fernando del Val o Daniel Villalobos». La aventura literaria emprendida por el Compás incluye también la publicación de los diez mejores relatos de cada convocatoria, con una edición de 1.500 libros y el apoyo del Ayuntamiento y la Universidad de Valladolid.
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Esta comunión de literatura y tonic ha convertido al Compás en un referente de la cultura y la noche pucelana. Son los ingredientes de la personalidad de un bar. «Pero el carácter no se configura solo por quienes lo llevamos, sino que también influye el cliente». Presume Toño de parroquianos que se han convertido en amigos al otro lado de la barra. «Y ahora, vienen muchos hijos de aquellos clientes de finales de los años 80. Llegan para probar el combinado que les ha recomendado su padre». O sea, el aromatizado con cáscara de limón, y una oferta que incluye 150 referencias de ginebra... y 95 de rones, «porque en los últimos tiempos se ha notado, yo al menos así lo percibo, un nuevo auge del ron», dice.
El misterio de la Z
Otro local histórico de la calle es la librería Z, desde 1982 en La Merced, cuando José Zatarain recaló en Valladolid desde Llodio. Ya tenía José allí, en el País Vasco, un negocio similar. Pero, además, era profesor. Y cuando lo trasladaron a orillas del Pisuerga, decidió montar una librería para que la atendiera su descendencia. Lo cuenta su hija Teresa, quien aclara que su padre (ahora, con 80 años, imparte clases de música en Murcia)nunca les ha desvelado la verdadera razón del nombre. «Se llama Z y lo primero que piensas es que viene por la inicial del apellido;pero a lo mejor también es porque él tenía orígenes en Zamora», elucubra Teresa, quien nunca ha conseguido, más allá de una sonrisa traviesa, una respuesta satisfactoria de su padre para el misterio del nombre. Las paredes del local son un retablo de folios de cien tamaños, cuadernos de mil rayados, rotuladores y pinturas de millones de colores. La vuelta al cole es temporada alta, con los libros de texto, el estuche por estrenar, el deseo de sacapuntas diminutos, de típex de última generación, de gomas de borrar con el mejor olor. «Yademás, en los productos de marca que son los que tienen calidad, con precios más bajos que en los bazares».
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Personalidad al volante
«Las llantas son como los zapatos de una persona», filosofa Juan Antonio Martínez, de Audiotuning Valladolid. Así se llama el negocio, pero Juan reconoce que a él lo de hablar de tuning no le motiva mucho. Prefiere «personalización».
¿Y eso cómo lo definimos?
Eso es la satisfacción de sentir que cuando tu coche se para en un semáforo es distinto que el que tienes al lado, aunque se trate del mismo modelo.
Para conseguirlo hay muuuchas posibilidades. Está la de cambiar de zapatos. O sea, poner llantas personalizadas en las ruedas. Pero también se pueden modificar los espejos («colocarle las banderas, por ejemplo»), las matrículas («hay distintos tipos de vinilo y se puede poner un marco de diamantes»), los tiradores de los frenos de mano... o las inscripciones en la tapicería.«Hay chavalines jóvenes que vienen para grabar en los asientos el nombre de la novia... y yo siempre les digo que se lo piensen bien, que el coche les puede durar más que la relación y al final hay que cambiar la tapicería entera», bromea Juan.
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Dice que su afición por los coches está en los genes. Ya su abuelo y antes su bisabuelo estuvieron vinculados con el mundo del motor, esa escudería Cañarrúa que nació al amparo del RanchoGrande, en San Isidro. Juan, que fue probador de vehículos en Fasa, participó además en la Copa de España de Renault al volante de un Súper 5. «El coche de las viudas le llamaban, porque era bastante peligroso de conducir. Mucho motor para esa carrocería», recuerda. Los hay que añoran esa combinación y por eso, más allá de tunear llantas o retrovisores, prefieren cambiar el motor. Juan, con taller en San Cristóbal, trabaja esas modificaciones. Le ha puesto un motor Ferrari (y varios elementos decorativos de la marca)a un Peugeot 407. Ha hecho mil encargos más de este tipo. Ahora, está preparando una réplica de Ferrari «para un valenciano de 65 años al que le ha tocado la lotería». Y además, trabaja en la restauración de vehículos históricos, aquellos que han cumplido más de 40 sin sufrir transformaciones.
«La homologación la posibilidad de pasar la ITV sin problemas después de modficar el coche ha abierto el campo a miles de posibilidades de personalizar los coches. Si lo hacemos con la ropa, ¿por qué no lo vamos a querer para algo tan personal como el coche?», se pregunta Juan.
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