Enrique Berzal
Miércoles, 17 de febrero 2016, 21:14
El 19 de enero último no fue un día fácil para Tomás García Caballero. Y no porque tuviera que viajar a Valladolid desde Santiago de Compostela para formar parte de un tribunal de tesis doctoral, práctica más que habitual en su profesión, sino porque el viaje suponía, en cierto modo, revivir un episodio familiar trágico y doloroso.
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Tomás García Caballero, Catedrático de Histología la Facultad santiaguesa, nació en Galicia porque su padre, natural de la localidad vallisoletana de San Miguel del Arroyo, tuvo que abandonar precipitadamente su pueblo natal a causa de una persecución tan implacable como injusta. Era finales de 1937.
Por eso cuando el pasado 19 de enero el catedrático se disponía a iniciar su disertación sobre la tesis doctoral que lo había traído a esta ciudad, no pudo evitar unas breves referencias a dicho episodio: «Formar parte de esta Comisión de tesis me ha permitido entrar por primera vez en la Facultad de Medicina en la que estudió mi abuelo. De todas formas, he de confesar que mi sensación hoy es agridulce, pues fue también en esta ciudad donde fue detenido en las Cocheras de Tranvías el 25 de julio (día del Apóstol Santiago) de 1936, simplemente por estar afiliado a Izquierda Republicana, el partido de Azaña al que estaban afiliados numerosos intelectuales de la época.
Esto se tradujo en una depuración, con desposesión de su plaza de Titular de APD de San Miguel del Arroyo (¿por abandono del puesto de trabajo? imposible ir a trabajar estando prisionero en las Cocheras), destierro a 400 kilómetros, y a la postre inhabilitación para el desempeño de la Medicina en el Sistema Nacional de Salud desde 1936 hasta 1956, año en que fue rehabilitado (nada menos que 20 años sin poder ejercer la Medicina, desde que tenía 40 años hasta los 60, ¡lo mejor de su vida!). A pesar de todo esto él envió a sus hijos a estudiar Medicina a Valladolid (se ve que fue más fuerte su amor a esta Universidad que todo lo demás)».
Así resumió la triste historia de su abuelo, Modesto García Nóvoa, víctima de una peripecia cainita que ilustra el estallido de odio provocado por la Guerra Civil en muchos pueblos de nuestra provincia. En su caso, en San Miguel del Arroyo, donde el 28 de marzo de 1923 había obtenido la plaza de Médico de Asistencia Pública Domiciliaria.
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Hijo de emigrantes gallegos, Modesto había nacido en 1896 en la ciudad argentina de Chabas de Santa Fe y estaba casado con Petra Parada Omar, hija del veterinario de Orense Cesáreo Parada Justel, hermano a su vez del gran pintor Ramón Parada Justel. Aunque comenzó a estudiar Medicina en la Universidad de Santiago de Compostela, pronto se trasladó a Valladolid buscando el magisterio del prestigioso profesor Misael Bañuelos, en cuya Cátedra de Patología y Clínica Médica trabajó, una vez licenciado, como alumno interno.
Como médico titular de San Miguel del Arroyo no tardó en hacerse un hueco de prestigio entre los más de 1.600 habitantes que entonces lo habitaban. La mayor parte de sus pacientes eran familias pobres a las que atendía con cariño y solicitud. Estimado por la mayoría de sus paisanos, en 1931, a raíz de la proclamación de la Segunda República, Modesto hizo públicas sus preferencias por Acción Republicana, partido político liderado a escala nacional por Manuel Azaña y que tras la derrota en las elecciones de noviembre de 1933 se refundaría como Izquierda Republicana.
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Envidias y odio
Pero San Miguel del Arroyo también experimentó la enconada división política que caracterizó al periodo republicano, sobre todo a partir de la revolución obrera de octubre de 1934; solo que aquí, como en muchos otros lugares, la rivalidad partidista sirvió de coartada a lo que en realidad no pasaban de ser pugnas personales por ambiciones de tipo profesional, envidias familiares o luchas puramente caciquiles. Modesto no tardó en ser víctima de todo ello. Sobre todo a partir del levantamiento militar que provocó la Guerra Civil.
En efecto, el mismo 18 de julio de 1936 comenzaron a llegar a su casa anónimos amenazantes que le hicieron temer por su vida, pero especialmente por la de su mujer, Petra, y la de sus tres hijos, José, Tomás y Julio, de 11, 9 y 6 años de edad, respectivamente. Fue en ese momento cuando, tal y como certifican los documentos de la causa judicial, amablemente cedidos por su familia, la tragedia se cebó con ellos.
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Según declararía poco después ante el juez instructor, lo primero que hizo fue trasladarse a Valladolid para pedir amparo al gobernador, el teniente coronel Emilio Aspe Bahamonde; sin embargo, una vez en la ciudad, «después de ver al Doctor Igea y Doctor Francia, le aconsejaron que volviera al pueblo como así lo hizo». Era el 22 de julio de 1936. Tres días después la situación se tornó insoportable: furiosos los falangistas locales por el asesinato en Labajos de su líder Onésimo Redondo, ese mismo 25 de julio emprendieron un salvaje ajuste de cuentas en forma de asesinatos y palizas indiscriminados. Modesto y su familia estaban en el punto de mira: «Ante los rumores del asalto a su casa», puede leerse en la causa instruida contra él, «el día 25 de dicho mes de julio volvió a esta Capital siendo detenido el mismo día por los agentes de la Autoridad sin duda por haber estado en el Gobierno Civil a pedir un salvoconducto para su familia».
A continuación fue recluido en el amplio local que servía de Cocheras a los Tranvías, situado en el Paseo de Filipinos, junto al Arco de Ladrillo, habilitado como prisión a causa del continuo y desbocado hacinamiento de presos en las diferentes cárceles de la ciudad. Testimonios de la época certifican la brutalidad que reinaba en aquel insano complejo, donde a las inmundicias y humedades se sumaba el trato vejatorio a la población reclusa, pero sobre todo las terribles y frecuentes sacas por parte de militantes falangistas, llamadas así por tratarse de asesinatos en masa de presos «sacados» ilegalmente.
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El propio Modesto a punto estuvo de ser víctima de un par de ellas. «Lo más probable es que a mi abuelo lo denunciara un importante vecino de San Miguel que quería su plaza para él o para su hijo», señala Tomás García, pues entre las primeras deciiones que adoptó la nueva Corporación nombrada tras la sublevación militar figura la destitución del médico titular.
Fue en sesión extraordinaria celebrada el 31 de julio de 1936, bajo la presidencia del alcalde Germán Velasco Gómez y mientras Modesto estaba en Cocheras en calidad de preso a disposición del gobernador. Se hizo amparándose en el artículo tercero «del Decreto de la Junta de Defensa Nacional declarando el estado de Guerra en todo el territorio de la nación», que ordenaba la suspensión inmediata del cargo de aquellos funcionarios que no prestasen «el inmediato auxilio que por mi autoridad o por mis subordinados sea reclamada para el restablecimiento del orden». Su plaza de médico titular la ocupó interinamente José Llorente Lozano, que pronto sería confirmado en el puesto y lo mantendría hasta su muerte, ocurrida en 1966.
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Mucho tiempo después, concretamente en 1952, el propio Emilio Aspe, gobernador cuando ocurrieron los hechos, le reconocía por carta que la persecución contra él se debía únicamente «a la lucha de carácter profesional y caciquil» desatada en el pueblo, que nada más podía haber en su contra. De hecho, el fallo de la causa instruida contra Modesto por Rebelión Militar, fechado el 23 de diciembre de 1936, fue absolutorio, pues el comandante juez instructor reconocía que «la profesión de ideales políticos de izquierda y su exteriorización sin violencia antes del Movimiento Nacional se acomodaba a las leyes vigentes de aquel periodo», y que el abandono de su destino «tampoco puede ser motivo de responsabilidad criminal por cuanto fue realizado en estado de necesidad».
Pese a ello, aún habría de permanecer en Cocheras hasta septiembre de 1937, fecha en la que, gracias a la herencia en vida de su padre, Petra pudo hacer frente al pago de la enorme multa que requería la libertad de su marido. A esas alturas, sin embargo, el quebranto personal y económico provocado por la arbitraria detención había comenzado a socavar gravemente la salud de Petra, aquejada de una cardiopatía reumática. Durante su enfermedad, ella y los tres niños fueron acogidos en la casa que tenía en Tordesillas Florentina Pérez, dueña de la pensión en la que había vivido Modesto mientras estudiaba.
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Aunque libre de Cocheras, Modesto García Nóvoa no pudo recuperar el empleo perdido, pues además de seguir suspendido de manera indefinida fue condenado a un destierro de 400 kilómetros. No tuvo más remedio que trasladarse a Galicia, primero a la casa de un cuñado en Vigo capital y más tarde a Canido, un pequeño pueblo de la provincia. Para mayor desdicha, poco tiempo después, concretamente en enero de 1938, el corazón de Petra no pudo aguantar más. Viudo y con tres hijos, tuvo que empezar una nueva vida ejerciendo la medicina a título particular. «Mi abuelo nunca nos habló de la guerra, nunca nos contó nada. No podía hacerlo por el dolor que le causaba. Pero mi padre sí que nos hablaba de ello. Un día nos contó la terrible escena que vio en Tordesillas, él tenía 9 años. Había unas mujeres fusiladas al lado del cementerio, con los pechos cortados. Esa escena me la contó mi padre muchas veces pues le impactó enormemente», recuerda Tomás.
Modesto García Nóvoa no lograría ser rehabilitado en su profesión hasta 1956, veinte años después de aquel atropello. Y por si fuera poco infortunio, su tragedia salpicaría incluso a su propio hijo, Tomás García Parada, cuando en 1949 tuvo que pedir un certificado de buena conducta para seguir cumpliendo el servicio militar en las Milicias Universitarias. Aunque don Enrique Pérez Fontán, secretario del Gobierno Civil de Pontevedra, certificaba en su escrito que García Parada, entonces de 22 años de edad y nacido en San Miguel del Arroyo, «es persona de buena conducta moral, pública y privada» y se le consideraba apolítico, también apuntaba, en contra de la verdad, que «su padre Modesto García Nóvoa perteneció a los partidos de extrema izquierda en Valladolid, habiendo estado detenido varias veces por figurar encartado en actividades contrarias al Régimen, al que se considera desafecto».
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La referencia paterna resultó fatal: «Debido a ese apunte, a mi padre, que entonces estudiaba Medicina en Valladolid, lo separaron de las Milicias Universitarias y lo enviaron a la base de El Goloso, en Madrid, donde tuvo que cumplir el servicio militar de dos años. Lo destrozaron. Nunca pudo acabar la carrera».
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