Jorge Moreno
Lunes, 25 de enero 2016, 11:14
Ana Elúa (Burgos, 1981) atiende cada año a más de un centenar de niños y adolescentes en la Unidad de Psicología Clínica del Hospital Río Hortega. Son menores que sufren patologías relacionadas con su comportamiento.
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¿Cuáles son las demandas que más atienden?
Principalmente las vinculadas con déficit de atención y de hiperactividad. En algunos casos, los padres acuden por falta de rendimiento académico después de que los pediatras, o los médicos de cabecera si son mayores de 14 años, los deriven a los especialistas.
¿Estos años han tenido más consultas?
Sí. Los padres y madres se angustian porque sus hijos sacan malas notas o rinden poco. Está claro que habría que distinguir entre los casos, ya que muchos de los que provocan una angustia familiar no pueden considerarse patologías. Que un niño saque un rendimiento menor en un momento determinado, no siempre debe ser calificado como fracaso escolar que, por otra parte, ha estado en la sociedad moderna siempre.
¿La angustia familiar también llega a los menores de tres años?
Efectivamente. Nos dicen, oiga es que mi niño es muy movido y no para, cuando lo que tiene que hacer un niño es moverse y no estarse quieto. Vivimos en una sociedad que exige mucho a los menores. Por otro lado, hay que entender que las angustias familiares están en relación con las situaciones de crisis económica como la actual. La inestabilidad laboral genera tensiones y oscurece los proyectos de futuro. Pero de ahí a exigir a los hijos un ritmo que la sociedad nos pide hay un paso. Los niños no pueden adaptarse a la velocidad de los adultos.
¿Hay diferencias entre clases?
No. Afecta a todas las familias independiente de su origen económico. Al hospital llegan de todo tipo, y en algunos casos acuden a consultas privadas. En mi opinión, no se debe simultanear los especialistas porque los tratamientos pueden ser diferentes.
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¿Cuál es, a su juicio, el problema que tienen los adolescentes?
Hay que entender que están en tierra de nadie, puesto que no son niños ni son adultos, ya que no tienen identidad plena. Están expuestos a tantos cambios y su pensamiento está en muchas cosas a la vez.
Y estas conductas, ¿se pueden prolongar hasta los 25 años?
El sistema potencia que seamos una sociedad adolescente porque no se tolera el sufrimiento. Se vende todo, incluso pastillas, para evitarlo. Antes cuando fallecía un familiar próximo se decía que era cuestión de tiempo el asimilarlo. Ahora lo que se piensa en que hay que intervenir rápidamente para evitar ese malestar. Por otro lado, la sociedad da más valor al tener que al ser. Se valora a las personas en función de lo que poseen, no por lo que son, lo cual fomenta a su vez el consumismo. Por ejemplo, los móviles o la ropa, que tanto determinan en ocasiones las conductas de los más jóvenes, que piensan que con ello tienen más identidad. Muchas personas de 50 años también asumen estos parámetros, porque les cuesta reconocer que ya no son jóvenes.
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¿Cómo pueden los padres luchar contra ello?
Las bases para evitarlo son desde la infancia y no solo poner el remedio cuando aparecen los conflictos. Las ausencias en casa, por motivos de trabajo, o pese a estar presente estar ausentes, favorecen el desarrollo de las tensiones. No se puede dejar a los niños viendo la televisión sin más, como tampoco se les puede favorecer el que para que no sufran se les permita todo, o se les compre lo que piden. Con estas circunstancias se les construye un mundo que no es real. Hay que empezar a ayudarles a partir del primer año de vida. No todos los deseos se pueden consentir, ya que el sufrimiento forma parte de la vida y es una experiencia más de nuestra existencia, que a veces no se puede ni evitar.
Pero muchos progenitores observan que cuando prohíben ven en sus hijos conductas más violentas.
Sí es posible. El adolescente lo que quiere en esa etapa es matar simbólicamente la autoridad paterna o atacando los límites que marca la familia. Pero eso no quiere decir que no los necesite. He visto a jóvenes que dicen que la libertad que les daban sus padres les ahogaba. Muchos se declaran autosuficientes, pero no están preparados todavía.
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