Antonio G. Encinas
Miércoles, 25 de noviembre 2015, 11:01
José Luis González llegó a la fábrica el sábado pasado a las seis de la mañana. Tenía que hacer unas reparaciones en una máquina de la nave de impresión. Le acompañaba otro empleado. La rutina habitual. Llegar, accionar las luces en el cuadro de mantenimiento y dirigirse a la nave. «Lo primero que notamos fue que estaba todo apagado. Pensamos que se nos había olvidado activar las luces. Volvimos al cuadro y vimos que estaba encendido. Fuimos para allá y cuando abrimos las puertas nos lo encontramos todo lleno de humo».
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Hizo un tímido intento de entrar, pero fue en vano. «Me tuve que salir porque si no, nos quedamos ahí», dice. «Fui yo el que avisó a los Bomberos. No pudimos hacer nada, ni nos cambiamos. Vimos humo, ni siquiera fuego, mucho humo, alguna fogata, y luego nos dimos cuenta de que había llegado el fuego a través del techo, por el cableado».
José Luis es de los más antiguos en la planta de Macrolibros. De hecho, es de los pocos que sobreviven de su traslado al polígono de Argales, en 1973. «Estoy aquí desde que empezó la fábrica hace 42 años. Antes perteneció a Miñón, que se fusionó con una empresa de Madrid que era Mateu Cromo de ahí lo de Macro, y entre las dos comenzaron a funcionar hasta que se quedó como Macrolibros».
«Ha habido de todo, pero ahora que había bastante trabajo, estaba la cosa bastante bien, pasa esto. Es para echarse a llorar», dice sujetándose la rabia.
«Ha sido una avería buena».
A José Luis González le quedaba poco para decir adiós a la empresa en la que ha pasado 42 años de su vida. La misma en la que trabajó su padre y aún lo hace su hermano. «Estaba en el plan de prejubilación porque lo están haciendo a los 61 años y ahora con esto... Hay que sacar esto adelante. Hay muchas familias implicadas y entre todos hay que poner nuestro granito de arena».
Entró con 19 años.Aún había cajistas en Macrolibros, probablemente para componer los títulos grandes. «Linotipias no, casi no las he llegado a conocer. Esas estaban en El Norte», dice. Su padre fue encargado de encuadernación. «Mi hermano está en la sala de máquinas, precisamente. Es uno de los implicados de esa nave porque no va a poder trabajar en meses, hasta que se arregle todo».
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¿Y se va a arreglar?
Creo que sí, pero es que no está en nuestras manos, depende del seguro, de muchas cosas... Qué más quisiera yo que poder decir que esto va a funcionar.
No es fácil. Lo sabe José Luis y lo saben sus compañeros. «Es lo más difícil, porque esto no lo había visto nunca. Pequeños incendios y otros incidentes, sí, pero ni siquiera quemarse media máquina. Pero esto ha sido horrible. Algo parecido a Campofrío. Para mí es algo parecido. Es horrible. Además son las máquinas más grandes, las más potentes y las que más valen». Las que hacen posible que una imprenta así pueda hacer su trabajo.
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