María Ángeles Hoyos, en la planta incendiada.
Incendio en macrolibros

«Mi peor pesadilla era que se quemara la fábrica, y así ha sido»

Antonio G. Encinas

Miércoles, 25 de noviembre 2015, 11:00

Iba de camino a Zaragoza. Es lo que tienen estos aficionados impenitentes del Real Valladolid, que son capaces de cualquier cosa. Destino a La Romareda, pensando quizá en Álvaro Rubio o en si jugaría Tiba, le sonó el teléfono. Se estaba quemando la fábrica.

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«La impotencia», dice.

Lejos de la planta, en ruta, sin poder hacer nada. Sin poder tener más noticias que las que iba desgranando cruelmente el dichoso whatsapp. «Cuando empezaron a llegar fotos me empecé a preocupar, porque al principio dije 'un incendio' y mi marido me decía lo habrán apagado». Pero no. Cuando vio las máquinas envueltas en humo comprendió que aquello no iba a ser una anécdota. «Y las compañeras muy mal, yo de los nervios...Y ya rompí. Íbamos camino a Zaragoza y me estaba poniendo malísima».

Campofrío.

El nombre de la fábrica burgalesa se ha convertido en un desgraciado referente para los trabajadores de Macrolibros. María Ángeles, como si lo intuyera, recuerda que su peor miedo, siempre, fue que se quemara la fábrica. Y por eso el año pasado, cuando comenzaron a llegar las noticias del tremendo incendio de Burgos, no podía despegar los ojos de la pantalla. «Era mi peor pesadilla siempre. Que pase lo que sea, pero que no se queme la fábrica. El año pasado, con lo de Campofrío, me quedé impactada, y ahora nos pasa a nosotros».

Su peor miedo.

La peor realidad.

Eso, para alguien que ha vivido momentos realmente duros en su empresa, es mucho decir. «Hubo una regulación y muchos despidos. Nos quedamos doce chicas de aquella, y lo pasé muy mal. Fue en los años ochenta, cuando había manifestaciones, íbamos a cortar el tráfico a la Vuelta ciclista, haciendo presión... Hubo gente que fue despedida y luego volvió a entrar», recuerda.

Es de las veteranas en la plaza, y como ocurre en muchos de los casos de sus compañeros, no es la única de la familia que trabaja para la firma. «Llevo desde el 75, entré con quince años, aún menor de edad. En una campaña en la que necesitaban reforzar entraron mis hermanos, que son mellizos». El otro día, en pleno estado de nervios generalizado, María Ángeles se acordaba de su hermana. «Vive sola con su niña... Pero ella fue la que más ánimos me dio».

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Es una empresa atípica. Muchos de sus trabajadores llevan décadas en ella, y el hecho de que tengan familiares cercanos en la misma planta hace que se hayan creado lazos de pertenencia muy fuertes. Los momentos duros que han pasado, principalmente en los ochenta o justo antes de la adquisición por parte de Sherpa Capital, han servido para aglutinar aún más. «Enseguida empezaron a hacer grupos, nos llamamos. Me daba miedo el nerviosismo de los compañeros, que se derrumbaran. Algunos sí, pero luego ya, al ver esto, la gente ha reaccionado. Como ya has visto casos de empresas que luego han salido adelante...», explica esperanzada.

Mientras habla, señala a través del ventanal un punto verde que se ve junto a la valla de la entrada. «Punto de encuentro», reza el cartel. «Siempre hemos hecho cursos de prevención. Ahí fuera tenemos el punto de encuentro y hay una puerta de emergencia que nunca está bloqueada. Y lo tenemos todos claro, hasta los chicos de Asprona lo saben. Cada poco tiempo tenemos reunión para acordarnos de qué extintor debemos coger o qué debemos hacer».

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Su peor miedo. Que se quemara la fábrica.

«Hace ocho años se quemó el silo y salimos todos ahí», recuerda.

El otro día no. Cuando la fábrica comenzó a arder no había ningún trabajador dentro.

«Por los pelos, porque como estábamos de vacaciones no había turno de noche, si no, estaríamos saliendo. Cuando estamos de noche salimos a las seis de la mañana. Estas tres semanas no íbamos a tener turno de noche», cuenta.

La fábrica en llamas y una luz entre el humo de la pesadilla. Nadie salió herido.

María Ángeles espera poder regresar al trabajo cuanto antes. Lleva cuarenta años en Macrolibros. «Entré en la sección de guardas, la que pega la guarda al libro para poner la cubierta. Mi primer ascenso fue a cosedoras, que empecé de aprendiz y luego fui pasando a segunda categoría, a primera... Y ahora soy responsable del tren de cosido y alzado».

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Ha visto de todo. Ha tenido miedo de lo que podía pasar. De su pesadilla. Pero nada como esto. «No, como esto, no».

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