Ejemplar de sabina en la zona de Soria.

Cuatro curiosidades sobre los árboles

¿Por qué el pino abunda tanto? ¿Sabes qué estrategia siguen las encinas y quejigos o almendros para combatir las épocas de sequía? ¿Y la sabina o enebro? ¿Quedan olmos después de la grafiosis?

Eloy de la Pisa

Viernes, 16 de octubre 2015, 00:41

Viven con nosotros, nos acompañan durante toda nuestra vida. Algunos, incluso, ya estaban aquí cuando nuestros tatatarabuelos eran apenas un niños de pecho. Los árboles están ahí, forman parte de nuestro paisaje íntimo y rara vez nos damos cuenta de su presencia. En España hay alrededor de 7.000 millones de árboles, de los que 1.200 millones están en Castilla y León, la comunidad que mayor número posee, y la especie dominante es la encina, no el pino como pudiera parecer.

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Sea como fuere, los árboles son fundamentales en la vida del ser humano, que ha encontrado en ellos a los largo de los tiempos alimento, protección, refugio y cobijo. Estamos tan habituados a ellos que a veces no les prestamos atención, pero son seres vivos muy peculiares. Aquí tienes cuatro ejemplos.

Pese a que casi uno de cada cuatro árboles que hay en España es una encina, hay mucha gente que la primera imagen que se le viene a al cabeza cuando piensa en árboles es un pino. No es extraño. Al fin y al cabo, el pino es la especie dominante en las repoblaciones y es fácilmente identificable. Ahora bien ¿por qué el pino es tan usado para repoblar?

La respuesta es simple: por su capacidad de sobrevivir en terrenos poco fértiles o muy degradados. Los pinos, tanto el resinero como el piñonero los más abundantes en la meseta norte-, son capaces de salir adelante en una tierra devastada por un incendio, o en zonas arenosas, o en parcelas degradadas por un aprovechamiento agrícola exagerado. Se conforma con poco alimento y con poca agua. Repoblar con ellos no es un capricho. Es una decisión práctica. Donde las demás especies morirían por falta de nutrientes, el pino es capaz de ir creciendo. Y a la par que arraiga y tira hacia arriba, su pinaza va fertilizando el terreno. Sus agujas crean un manto sobre el suelo que impide que nazcan especies oportunistas que se aprovechen de la materia orgánica que el mismo pino va depositando sobre el terreno.

Estas tres especies son las más abundantes en Castilla y León. Pero para llegar a dominar un territorio tan extenso y tan áspero en lo climatológico, han tenido que desarrollar una estrategia que les permita sobrevivir en épocas de sequía o en largos periodos de escasas precipitaciones. Su plan es simple: aprovechar el otoño y el invierno, la época en que hay menos evaporación y más humedad, para buscar el agua. Cuando la bellota, el fruto de ambos, cae al suelo y germina, la planta recién nacida se limita a asomar tímidamente por encima del fruto, con apenas dos hojas sencillas y humildes.

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Parecería como si la nueva planta se hubiera limitado a nacer y para pararse a renglón seguido a la espera de mejores días. No es así. La encina o el quejigo, en cuanto brota, detiene su crecimiento aéreo para centrar todo su esfuerzo en desarrollar las raíces. La pequeña plantita que apenas asoma un centímetro del suelo es capaz de poseer una raíz central que mida hasta medio metro. Esa raíz, que encuentra menos resistencia en el suelo húmedo, es la que servirá luego a la planta para anclarse bien al suelo y además llegar a la humedad más profunda. Y de esta manera ser menos vulnerable a las épocas con poca agua. Cuanto más profundice  un árbol, más fácil acceso tiene a las partes de la tierra en las que la humedad es permanente. Y profundizar solo se puede hacer en otoño y en invierno, porque en primavera por lo que hay que pelear es por la luz del sol.

La sabina o enebro es una de las especies arbóreas más antiguas de la tierra. En Soria y Teruel, junto a las huellas de los dinosaurios, se han hallado restos fósiles de sabinas. Es, por tanto, un árbol no solo longevo, sino que su grado de adaptación al clima continental suave de la Meseta Norte y el Sistema Ibérico, es notabilísimo.

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¿Y cómo lo ha logrado?

Hay diversas explicaciones, pero la que resulta más llamativa es que ha desarrollado una capacidad brutal para sacar partido de la ausencia o del exceso de agua. La sabina puede sobrevivir durante varios años sin apenas agua. Y ello es posible porque es capaz de frenar su crecimiento en función de las precipitaciones. Los años en los que apenas llueve, la sabina se limita a crecer 0,1 milímetros al año. Inapreciable. Pero cuando el año llega con agua, entonces crece todo lo que puede y más. Otras especies son capaces de imitar esta estrategia, pero ninguna de llegar casi a un crecimiento tan cercano al cero. El árbol que no crece porque no tiene agua, se seca. La sabina, no, y por eso vive tanto tiempo y acaba modelada en extrañas formas por el viento.

Era antaño el olmo un árbol muy abundante en la meseta, hasta el punto que hay localidades Olmedo-, que llevan el nombre por la abundancia de esta especie en la zona. En casi todos los pueblos de Castilla había un olmo o una olma en la plaza, y a su alrededor se tomaban muchas decisiones comunales. Pero la grafiosis, un hongo que viaja en las patas de un insecto propio de otros continentes y que llegó a Europa con los transportes de maderas nobles de África y Asia, acabó con casi todos ello. No solo en España. Gran Bretaña, que lo tenía casi como árbol nacional, los perdió casi todos.

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Para tratar de evitar el desastre, los expertos introdujeron en Europa occidental el olmo siberiano, del que se decía que era inmune a la grafiosis. La afirmación ha resultado cierta solo en parte, y no es raro ver a ejemplares de esta variedad con las puntas secas por el ataque del hongo. La esperanza está en que en las orillas de los ríos se va observando poco a poco a poco como los olmos autóctonos van superando la enfermedad y se van inmunizando. Aún son incapaces de levantarse más de cuatro o cinco metros del suelo antes de que el hongo les desfolie y mate, pero cada vez van aguantando más y rebrotando desde las raíces con más fuerza.

¿Y cómo se distingue el siberiano del común?

Es sencillo: por la hoja. La del olmo común es más grande y redonda, de un verde más intenso y ligeramente dentada en el borde. La del siberiano, pequeña, con un color algo más apagado y más ahusada. Pero si no quieres complicarte: los olmos de los jardines y parques son siberianos; los que ves con las puntas secas en el campo, pero rebrotando desde abajo,  son olmos comunes.

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