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pablo santana martín
Miércoles, 9 de septiembre 2015, 18:24
En el desierto también hay tormentas. Un viento sobrecogedor ha puesto en prueba las resistentes tiendas de campaña de ACNUR. Mientras revisaba el estado de salud de unos niños la tienda se ha venido abajo. Afortunadamente, solo ha sido un susto y, con algunos palos, cuerda, y una navaja hemos vuelto a poner en pie, entre toda la familia, lo que es su casa desde hace 2 meses. El campo de refugiados donde hemos asistido hoy está regentado por la Iglesia Copta de Alejandría. Dentro de las tiendas colgaban iconos de Jesús, la Virgen María y de Su Santidad Tawadros II, Papa de esta iglesia. Probablemente la minoría cristiana es la que más ha sufrido la persecución y el exterminio del ISIS. Las comunidades que habitan en Siria e Irak han transmitido, ininterrumpidamente, la tradición cristiana desde el mismo inicio del cristianismo. Siendo riguroso mejor debería decir «habitaban», puesto que si no cambian mucho las cosas esta minoría se extinguirá en estos países. Durante 2000 años han convivido en paz y armonía con las diferentes culturas que han pisado estas tierras. Se caracterizan por una fe firme, unas creencias sólidas y una predisposición sobrenatural al diálogo y entendimiento. Ayer domingo asistí a una misa caldea. Por todo el templo había sábanas colgadas. El templo acoge en su interior a familias que viven en 7 metros cuadrados: entre sábana y sábana. El espacio de culto ha quedado muy reducido y, además, es aprovechado por los niños para jugar mientras no se celebran los sacramentos. Me sorprendió profundamente su liturgia, con multitud de cantos que clamaban a Dios que viniera en su ayuda. Y es que la fe es lo único y más importante que les queda a todos ellos. Esa fe, junto con la esperanza y la caridad con la que se trata unos a otros son los ejes que mueven a estas comunidades exiliadas de sus hogares y condenadas a vagar por tierras hostiles. Uno de ellos me afirmó haber presenciado crucifixiones públicas de cristianos por parte del ISIS. Azher, ya anciano, asegura no tiene temor a correr la misma suerte. Quiere regresar cuanto antes a su tierra aún corriendo el riesgo de perder la vida. Afirma que muchos cristianos han entregado su vida por los demás y que, en estos días su pueblo está sufriendo un auténtico genocidio. Considera, además, que occidente no está haciendo lo necesario para ayudarles y, por lo tanto, está dispuesto a hacer lo necesario para su pueblo recobre su vida previa. He de reconocer que su testimonio me ha suscitado interrogantes muy profundos.
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