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Teresa de Lapuerta
Lunes, 7 de septiembre 2015, 15:21
Son tres trayectorias vitales diferentes y una misma vocación: la del ministerio sacerdotal. «Me siento realmente alegre de poder vivir mi fe desde el sacerdocio y orgulloso de que Cristo se haya fijado en mí para hacerle su colaborador y confiarme la gran misión de extender su ministerio en la tierra», resume Renato Alonso, uno de los tres diáconos que ayer fueron ordenados por el cardenal arzobispo de Valladolid, Ricardo Blázquez.
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La emotiva y solemne ceremonia se celebró en la seo vallisoletana, abarrotada de público, y tras ella, los tres pasaron a completar el equipo sacerdotal de la Archidiócesis vallisoletana, compuesto en este momento por 177 curas en activo. Iniciarán después un nuevo camino diocesano presidir el culto, guiar a la comunidad cristiana y anunciar la palabra de Dios que, también en los tres casos, comenzó a gestarse en la juventud. Esa etapa de sus respectivas vidas, sin embargo, tuvo lugar en épocas y lugares muy distintos.
Renato Alonso nació en Perú, tiene 31 años y será destinado a las parroquias de Nuestra Señora del Milagro, en Valdestillas, y Nuestra Señora de la Visitación, en Villanueva de Duero. Juan Argüello, vallisoletano de 29 años, será profesor en el Seminario Menor. José Manuel González, abulense, de 64 años, ejercerá el sacerdocio en la iglesia de San Lorenzo de la capital. En sus respectivos destinos oficiarán la eucaristía, administrarán los cinco sacramentos (todos, menos la confirmación y la ordenación sacerdotal, reservados al episcopado) y desempeñarán con sus fieles las labores pastorales que les encomienden el arzobispo y, en su caso, sus respectivos párrocos.
Los tres aportarán savia nueva a una Diócesis en la que la media anual es de dos ordenaciones por cada siete jubilaciones y en la que cerca de la mitad de los presbíteros un total de 84 son mayores de 75 años (si bien muchos de ellos continúan desempeñando diferentes tareas diocesanas).
Por otro lado, es bueno recordar que Renato Alonso se sumará a los otros ocho sacerdotes nacidos en el extranjero y que han acudido a aliviar la carga de trabajo de los curas vallisoletanos (sobre todo en el medio rural). También a los cerca de medio centenar que pertenecen a distintas órdenes con presencia en Valladolid, como los jesuitas, pero que tienen la encomienda arzobispal del desempeño de diversas labores diocesanas, pastorales o parroquiales.
Sequía
A la suya se suma, por último, la colaboración de diáconos y religiosos que llegan allí donde los sacerdotes no pueden hacerlo. Y es que España, país tradicionalmente exportador de curas, vive una sequía de vocaciones. En Valladolid hay 30 seminaristas menores y siete mayores, la mitad que hace tan solo unos años, por lo que su nuevo rector, Fernando García Álvaro, ha anunciado su propósito de intensificar la labor pastoral para rebasar de nuevo la decena.
El de José Manuel es el caso más singular. Suma más años que Renato y Juan juntos, llega al sacerdocio una vez alcanzada su jubilación laboral y, sin embargo, de los tres es el que tuvo una vocación más temprana. Nació en El Tiemblo (Ávila) y estudió en el Seminario y Teología, pero un problema grave de oído inclinó la balanza hacia su vocación docente y acabó siendo catedrático de Latín. «La mano de Dios» a través de diversas mediaciones le devolvió el entusiasmo por dedicar su vida a Cristo y cuando en 2011 dijo adiós a sus alumnos del instituto Zorrilla de la capital ingresó en el Seminario Mayor de la capital para concluir sus estudios eclesiásticos. «He estado allí los mismos cuatro años que el hasta ahora rector, Aurelio García», bromea.
«Cuando me hablan de vocación tardía yo lo que les digo es que se trata más bien de una respuesta retardada», explica el futuro sacerdote. Reconoce que, por su edad, no tiene la pretensión de «comerse el mundo», pero sí «una ilusión grandísima y un enorme sentido de responsabilidad». «Me siendo muy afortunado porque el Señor me ha llamado y mi mayor reto es confiar en Dios y dejar que Él me vaya configurando como sacerdote», resume. Considera importante perseverar en la oración, en medio de un mundo en el que ya no se reza, y a los jóvenes les invita «a que se paren un momento a escuchar en su interior para descubrir si Cristo les llama a seguirlo».
Sus muchos años en España han restado intensidad al tenue acento peruano de Renato. Cursó en Lima sus primeros estudios teológicos, que luego completó en Mallorca, y ahora concluye en Madrid la licenciatura en Sagrada Escritura, aunque su vocación se remonta a su infancia en una familia cristiana y a su etapa formativa en el colegio de los salesianos. Su día a día no va a cambiar demasiado, porque hace ya un año que el arzobispo le había destinado a las parroquias de Villanueva y Valdestillas, en las que como diácono ha desempeñado todas las responsabilidades pastorales, excepto la celebración de la eucaristía.
«La ordenación provoca una mezcla de sentimientos muy fuertes. El nerviosismo natural por los preparativos y, sobre todo, el de la responsabilidad; pero también la sensación de que voy a dar el paso definitivo para el abandono y la entrega absoluta a Él», explica el diácono.
Un gran misterio
«La sensación que he tenido estos días previos a la ordenación es de sobreabundancia, de que se me está dando un regalo del que no soy digno. Me siento muy pequeño ante la misión que se me ha encomendado, que es ser cura, y sobrecogido como lo está alguien que recibe un presente inmenso que no merece». Quien así habla es Juan Argüello, un vallisoletano amante de la música que está convencido de que, si se hubiera dedicado profesionalmente a ella, no habría tenido tiempo para escuchar la llamada de la consagración. En la decisión de dejar el conservatorio, como en la de estudiar Magisterio, ve Juan la mano divina, «porque el Señor recoloca la vida teniendo en cuenta las sensibilidades de cada uno». De hecho su destino, después de ser ordenado, será formar parte del equipo de formadores del Seminario Menor de Valladolid y trabajar en la pastoral juveni de la Diócesis local.
Su vocación sacerdotal nació durante la celebración de unos ejercicios espirituales, «porque yo no he ido a colegios religiosos e hice vida cristiana de parroquia» y quizás por ello optó por el seminario
«José Manuel, Renato y yo, tan diferentes entre nosotros, estamos juntos en una misión común: servirle desde el sacerdocio. ¿No es un misterio enorme?», interpela el joven.
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