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La momia del noble, conservada en el convento de la calle Teresa Gil.
Rodrigo Calderon, el ajusticiado valido del valido

Rodrigo Calderon, el ajusticiado valido del valido

El convento de las Calderonas de Valladolid encontró en este noble a su gran patrono, y su momia duerme en el interior del edificio

javier burrieza

Sábado, 15 de agosto 2015, 21:00

Cuatrocientos años después de su generosidad, don Rodrigo continúa siendo un habitual en la cotidianidad de la clausura de las monjas dominicas del convento de Portacoeli. Con este nombre latino, pocos habitantes de la ciudad las conocen. Habitualmente son llamadas como las 'Calderonas', en recuerdo ignorado por el gran público de aquel patrono que encontró en ellas el motor de su salvación. Don Rodrigo no ha desaparecido del mundo de los vivos porque sus restos permanecen momificados, con el destino que parecían tener aquéllos que destacaban por sus virtudes, el de la incorruptibilidad, propia de la santidad. Un noble que tras un presidio de tres años, y con la corona en las sienes de Felipe IV y en el poder otro grupo de un valido, los Guzmán-Zúñiga del famoso conde-duque, recibió el golpe del final acometido contra la red clientelar del duque de Lerma. Ataque realizado sobre el flanco más débil. Por algo, Santiago Martínez Hernández ha definido a Rodrigo Calderón como «la sombra del valido».

Lerma se vistió de colorado; Rodrigo Calderón presentó arrepentimiento pero éste no bastó y recibió la pena. No fue el único castigado pero sí el que pagó con su vida, en ejecución pública en la Plaza Mayor de Madrid. El confesor fray Luis de Aliaga fue cesado de todos sus oficios y exiliado en una pequeña villa de Aragón donde murió en 1626. El que era presidente del Consejo de Castilla, Fernando de Acevedo, arzobispo de Burgos y hermano del segundo obispo de Valladolid, también se le ordenó salir de la Corte y dedicarse a su oficio episcopal. El hijo de Lerma y sucesor en el valimiento, el duque de Uceda, fue condenado por corrupción, tuvo que salir de la Corte y murió en Alcalá de Henares en 1624.

Valido del valido

Hijo de un capitán en los tercios de Flandes, había nacido en un territorio caliente de la Monarquía, Amberes, aunque a los tres meses se encontraba en Valladolid. Su padre le situó como paje del duque de Lerma. Encumbrado por el valido como su hombre de confianza, fueron sucediéndose los distintos títulos y oficios, con sus correspondientes rentas: caballero de Santiago, comendador de Ocaña, conde de la Oliva, marqués de Siete Iglesias. Debía continuar comportamientos en aquella sociedad sacralizada. Por eso, compró el patronato de un convento que ya existía y que supo transformar en una nueva escritura de fundación. Además, se convirtió en regidor perpetuo de Valladolid, familiar del Santo Oficio, registrador mayor de la Audiencia y archivero de la Real Chancillería.

Se volcó en generosidad hacia sus dominicas, pues esta magnificencia redundaría en su prestigio. Él iba a ejercer en su convento idéntico papel que el rey en El Escorial o Lerma en San Pablo. Su vecindad desde Casa de las Aldabas le permitía participar en los cultos con especial privilegio, desde la tribuna, pudiendo entrar su esposa, Inés de Vargas, dentro de la clausura. Y así gastó importantes cantidades para comprar las casas necesarias en la ampliación del convento, orientándolo no sólo hacia la calle Olleros, llamada en 2015 Duque de la Victoria hoy todavía cuenta el convento con un mirador estrecho hacia esa calle, sino especialmente abierto hacia la medieval de Teresa Gil. Las monjas rezarían por su salvación y la de los suyos y él aportaría un exquisito gusto por las cosas bellas, los mejores materiales en la construcción y decoración de un templo y de una clausura que habría de albergar las obras pictóricas de artistas prestigiados.

Cuando las tornas políticas cambiaron, el marqués de Siete Iglesias fue apresado en Valladolid y acusado de doscientos catorce cargos, entre los que se encontraba el haber envenenado a la reina Margarita de Austria opositora de Lerma, aunque ésta había muerto en realidad de sobreparto en 1611. Según confesó su hijo Francisco Calderón, la conformidad que su padre demostró hacía su caída procedía de los consejos que había recibido de Marina de Escobar. Tres años en la cárcel, todos ellos inútiles, pues se encontraba abocado al cadalso. Final anunciado por las «visiones». Antes había puesto «a buen recaudo» las joyas y los papeles, repartidas entre algunos amigos y conventos. Fue conducido primero al castillo de Montánchez y, después, a Madrid.

Llorando sus pecados

Según la relación manuscrita de Jerónimo Gascón de Torquemada, los tres años de prisión de Calderón son presentados como una continua penitencia el arrepentimiento que decíamos, «las noches las pasaba de rodillas, llorando sus pecados», rodeado de confesores y haciendo recopilación de sus fundaciones pías. Cuando en aquella prisión tuvo conocimiento de la muerte de Felipe III, supo que su final estaba próximo. Se le retiraron títulos, se le embargaron bienes, se le halló culpable de dos asesinatos y se dispuso su degollación en la Plaza Mayor madrileña. Algunos presentaron la muerte de Rodrigo Calderón, no como una ejecución política sino como un final ejemplarizante. Su cuerpo estuvo depositado en los carmelitas descalzos y dos años después fue trasladado al convento de su patronato. Un cuerpo momificado no enterrado, dispuesto en un arca en la sala capitular, debajo de los bultos funerarios de factura genovesa, ejecutados en mármol de una sola pieza.

La escritura de patronato que había firmado Rodrigo Calderón con las monjas de Portacoeli establecía que diariamente habría de decirse una misa conventual en sufragio de la familia. El escenario era un templo en cuyos retablos se encontraban bloques de mármol de Extremoz en Portugal. Las pinturas, como afirmaba Alfonso Pérez Sánchez, era «el más importante conjunto de pinturas italianas de comienzos del siglo XVII conservado en nuestra patria», aunque en Valladolid no se podía olvidar otro singular, el conventual de las Descalzas Reales. También se reforzó las seguridades sobrenaturales del edificio con reliquias. Don Rodrigo deseaba fervientemente contar con cuerpos de aquellos que morían en loor de santidad, reconocidos por la sociedad. De ahí que, en 1614, arrancase de otras manos el cuerpo de su pariente Luisa de Carvajal, aquella noble que desde Valladolid había viajado y permanecido entre los católicos ingleses perseguidos. Cuando se enteró Felipe III que disponía de aquel cuerpo don Rodrigo en Portacoeli, ordenó que fuese trasladado a la Encarnación, su Real Monasterio en Madrid, cerca de palacio.

Tras la ejecución, sus familiares, su padre, su viuda e hijos, reclamaron ante la grave crisis de reputación que sufrían. La sentencia civil de ejecución los había privado de todo sustento, aunque Felipe IV fue realizando algunas concesiones y recuperaron propiedades. Eso sí, los numerosos mármoles y jaspes que decoraban su Casa de las Aldabas habían sido desmontados y embalados, como explica Santiago Martínez, hacia el palacio del Buen Retiro. Fueron necesarios cincuenta y tres carros para este transporte especial, más dos especiales con los que llevar unas enormes columnas de jaspe verde y negro. Y con la sierra de Guadarrama de por medio. Su hijo Francisco Calderón, que recuperó el condado de la Oliva, antes de encontrar dama adecuada que quisiera aceptar esta carga de honor, tuvo una hija con una señora muy principal de Valladolid, hija a su vez de un familiar del Santo Oficio. El lugar adecuado paa esconderla fue el convento de su abuelo y profesó como monja dominica con el nombre de Inés de los Santos. Difícilmente pudo ella haber escuchado las palabras que se pusieron en boca de don Rodrigo, su abuelo, desde la sátira: «yo soy aquel delincuente / porque a llorar te acomodes, / que vivió como un Herodes, / y murió como un inocente. / Advertid los pasajeros / de lugares encumbrados, / que menos que degollados / no aplacaréis los copleros [] Los que priváis con los reyes / mirad bien la historia mía: / guardaos de la poesía / que se va metiendo a leyes». Quevedo dixit, tertuliano de la época.

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