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El cardenal duque de Lerma
El duque de Lerma, de la corrupción a la huida del mundo

El duque de Lerma, de la corrupción a la huida del mundo

«Para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España se vistió de colorado», se decía del valido de Felipe III

jAVIER BURRIEZA

Sábado, 8 de agosto 2015, 19:51

17 de mayo de 1625. El Cabildo Catedral de Valladolid recibía una noticia inmediata que acababa de producirse a las nueve y media, poco más o menos, de esa mañana. Había fallecido, en su exilio el Cardenal Duque de Lerma, Francisco Gómez de Sandoval y Rojas. Acordaron los miembros del Cabildo enviar una comisión para comunicar el pésame al conde de Saldaña, su segundo hijo, acordándose que se acudiese corporativamente al entierro, vestidos con las capas de coro. Aquellos dos miembros del Cabildo parecían llevar a don Diego, grande de España, una propuesta que no se había reflejado con claridad en la crónica de la reunión: ofrecer su templo, que ejercía entonces de Catedral, como sepulcro del Cardenal Duque de Lerma. El conde de Saldaña les aclaró que «tenía gusto que le enterrase el convento de San Pablo», ya que su padre era patrono del mismo, más bien, de su capilla mayor.

El que entonces llamaban Cardenal-Duque, había sido el todopoderosísimo valido de Felipe III, el auténtico hombre de gobierno en la vasta Monarquía de España desde 1599 hasta su retiro en 1618. Lerma, ya con una importante oposición, había sido invitado a retirarse a sus dominios o a Valladolid, aunque él se había buscado una red en una sociedad sacralizada: el estado eclesiástico.

Siendo ya viudo desde 1603, el papa Paulo V le creó Cardenal, con el título de San Sixto. Se abrían «tiempos de hierro», como ha escrito Alfredo Alvar, de deseada huida del mundo. Todavía los canónigos, cuando se les comunicó la muerte de tan poderoso señor que fue, recordaban cómo meses atrás lo habían recibido en las gradas de la Puerta del León. Había mucho que dirimir en esa conciencia atormentada, como manifestó en el último y amplio escrito testamentario.

San Pablo, sede del poder

Hasta su muerte, la iglesia de San Pablo de Valladolid, el histórico convento de los dominicos, había sido uno de los escenarios de la materialidad del poder del valido. Adquirió el patronato de su capilla mayor, para ubicar allí su sepulcro y el de su esposa, Catalina de la Cerda. Para el diseño de la misma, continuó el modelo escurialense en los bultos funerarios y orantes. Se recurrió a uno de los grandes, regio también en sus realizaciones, Pompeo Leoni. Las intenciones todavía eran mayores, pues junto a los duques, se pretendían disponer los propios de los tíos episcopales del valido, arzobispos de Sevilla y Toledo, don Cristóbal y don Bernardo, el primero de los cuales se ubicó en la Colegiata de San Pedro de Lerma. La antigua portada del convento, perteneciente al gótico isabelino, también se transformó, sin que faltase la omnipresencia heráldica del valido. Hasta una de las campanas se denominaba la Sandovala. Alzando la vista a la incomparable fachada de San Pablo, también lo estamos haciendo a la magnificencia de este personaje, tan unido a Valladolid.

No podía ser menos, en el hombre que ejecutaba las decisiones en la Monarquía de España, disponiendo de la firma delegada de Felipe III. Lerma era controvertido políticamente y no menos personalmente. Ciclotímico, hipocondriaco, melancólico, con el concepto histórico de ese temperamento. Apegado al poder, pero al mismo tiempo, fascinado por el juego de una santidad que soñaba alcanzar con la misma rapidez de una decisión política. De ahí, que llegasen momentos en que anhelaba abandonar lo mundano, para vestir el hábito de franciscano descalzo después de quedarse viudo o hacerse jesuita en la Compañía de Jesús de su abuelo Francisco de Borja.«Para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España se vistió de colorado».

Como si el Rey fuese

En la vida de Lerma no se puede separar favor real, poder, ese juego de santidades, fascinación por los rigores practicados por otros, lujo, preocupación por la salvación, corrupción, control de la vida familiar con un notable sentido dinástico. Así se manifestó en su irrepetible matrimonio con la mencionada hija del duque de Medinaceli y con el concierto de las bodas de sus hijos. El mayorazgo estaba en manos de su hijo mayor, el duque de Uceda, que murió antes que él y después de haberse enfrentado ambos, y fundó otro por valor de veinte mil ducados para su segundo hijo, el mencionado conde de Saldaña.

Sus pretensiones cortesanas habían sido antiguas. Su tío, Cristóbal de Sandoval, arzobispo de Sevilla, le abrió las puertas de la Corte y él supo adular a la personalidad del entonces heredero, convertido en Felipe III a partir de 1598. Ya lo decía el nuncio, dedicado a observar en nombre del Papa, «es el que aconseja y maneja al actual [rey], y de él depende el movimiento de todos los negocios». Lerma, un jugador de cartas y de mal perder en los naipes, según atestiguaban los banqueros genoveses, y en los peones de la política, según testimoniaban sus enemigos.

Volvamos al Valladolid que convirtió en Corte cuando le convenía o que se alejó de las orillas bellas del Pisuerga cuando ya no eran necesarias. Jesús María Palomares ha explicado la transformación de la monumentalidad de un convento medieval de dominicos en favor de este papel político. El patronato era una protección contemplada desde la inversión salvífica del propio valido: palacio real por él vendido operación inmobiliaria, ceremonias cortesanas en una plaza y la iglesia, formaban un único conjunto, elegido para su perduración. Él no habría de ser el único valido, figura no exclusiva de España. Más bien, significaba un cambio gubernamental hasta llegar a los futuros primeros ministros. Los validos eran ejecutivos aunque dependientes de la voluntad del monarca, además de creadores de una red clientelar. Con todo, Gómez de Sandoval tuvo un declive lo suficientemente predecible como para evitar un juicio de peores consecuencias.

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