J. Sanz
Miércoles, 29 de julio 2015, 21:02
El reguero de pintura azul parte de la placa situada a la entrada del parque de LasNorias en ella puede leerse que la antigua azucarera Santa Victoria fue inaugurada por el señor alcalde Francisco Javier León de la Riva en 2007 y desemboca en un enorme grafiti recién estampado en la desvencijada fachada de este vestigio industrial catalogado. Tres ventanales, ahora tapiados, ocupan las iniciales VIH, se supone, del propio autor.
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Esta pintada es la última de las miles que decoran los muros de este mamotreto de ladrillo del siglo XIX la azucarera abrió sus puertas en 1900 y cerró cien años después que se convirtió en un enorme lienzo en blanco desde el mismo día en el que fue inaugurado el parque de Las Norias que lo rodea. Pero el Ayuntamiento, propietario del inmueble principal y de las construcciones aledañas, nunca consiguió encontrar un uso adecuado, o puede que una partida económica, que permitiera su rehabilitación y puesta en valor.
Los sucesivos concejales implicados en su gestión barajaron durante los últimos ocho años proyectos, solo eso, como destinar esta enorme mole abandonada de ladrillo a un centro comercial, a oficinas e, incluso, a habilitar allí un gran contenedor cultural. Pero esta última idea, la misma que barajaron los partidos de la oposición que hoy ocupan el Gobierno municipal, solo logró cuajar en la apertura de una fundación, la Jorge Guillén, en uno de los dos chalés situados junto al bloque principal hace un lustro. La azucarera es hoy, eso sí, un enorme laboratorio de artes vandálicas, en el que los grafiteros dan rienda suelta a su imaginación. El problema es que el contenido de sus creaciones se reduce a pintadas, digamos, poco artísticas.
«Una intervención urgente»
Y eso que en uno de los laterales de su singular aparcamiento de bicicletas los antiguos operarios de la planta azucarera las colgaban por las ruedas de los ganchos de su tejadillo que aún se conservan puede leerse entre miles de borratajos uno que reza: Acción Artística. Pero poco o nada de artístico tienen las pintadas que hoy adornan cada rincón, y es literal, de la azucarera, cuya manufactura podría costarle a los autores, léase artistas, una sanción que oscila entre los 750 y los 1.500 euros las pintadas se catalogan como infracción grave en la vigente ordenanza antivandalismo.
Fuentes municipales reconocen que este, sin duda, marrón urbanístico heredado «debe ser sometido a una intervención urgente, de entrada, para intentar frenar su pésimo estado de conservación» e inciden en que su posible futuro, a largo plazo, puede pasar por un uso cultural.
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La azucarera, hasta entonces, continuará ofreciendo su lamentable aspecto actual, en el que destaca la ausencia del trampantojo decorativo que antes ocultaba sus vergüenzas, su abandonada cafetería acristalada nunca se ha usado, su fuente de la que nunca ha manado el agua y los cascotes caídos de sus muros.
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