Liliana Martínez Colodrón
Miércoles, 24 de junio 2015, 20:56
«Entre todos estamos hundiendo el puente». Estas declaraciones podrían haberse tomado hoy a los pies de uno de los puentes más antiguos de Valladolid, el que unió Astúrica Augusta (Astorga) y Clunia (Peñalba de Castro) salvando las caudalosas aguas del río Pisuerga. Pero no, este testimonio se publicó el 18 de febrero de 1999 en El Norte de Castilla y su autoría corresponde a Antonio Torres, alcalde por aquel entonces de la localidad vallisoletana. Dieciséis años atrás, este monumento declarado Patrimonio Histórico sufrió graves daños al impactar contra él los rodillos de un tractor. Una parte del pretil de uno de los lados del puente se quebró, lo que originó el desprendimiento de varias piedras.
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La distracción de un agricultor que olvidó retirar los aperos de su vehículo antes de cruzar por la joya patrimonial de Cabezón puso en evidencia la necesidad de prohibir el paso del tráfico pesado sobre los nueve ojos que aún lo sustentan. Su reconstrucción no logró frenar el deterioro. En aquel momento se habló de despilfarro, de chapuza, de esperpento. El daño se valoró en 700.000 pesetas y se atajó en unas semanas, pero el Ayuntamiento afeó que solo se usó aglomerado y que incluso sobraron piedras.
Si los monumentos pueden ser sonreídos por la suerte, el puente de Cabezón no gozó de las atenciones de la buena fortuna. Construido en madera en la época romana, fue reconstruido casi en su totalidad en 1495 por orden de los Reyes Católicos. Según recoge Inocencio Cadiñanos Bardeci en su obra Los puentes de la provincia de Valladolid, desde finales del siglo XVI sufriría distintas mejoras y fue renovado en buena parte en los siglos sucesivos, lo que no impidió que en 1582 se desplomara el primer pilar y sus arcos. Veinte pueblos del entorno sufragaron el gasto de la reparación, pero tan solo trece años después una gran riada se llevó por delante la segunda cepa y sus arcos. Poco después se desplomaría la siguiente cepa. Fueron reconstruidas, pero el río siempre anheló la última palabra y en 1635 arrancó de cuajo el cuarto pilar y sus arcos. Se gastaron 38.000 ducados en reparar arcos, el pilar, las manguardias y las calzadas afectadas. Pero las mejoras no terminaron ahí. En 1777 se calculó la necesidad de invertir 413.460 reales para reparar tres tajamares, construir una manguardia, dos calzadas y ampliar el camino entre el puente y el pueblo. Según el trabajo de Inocencio Cadiñanos, el presupuesto se redujo a la mitad y las obras no lograron atajar el problema de la falta de resistencia del asentamiento.
Pero este monumento no solo tuvo que superar los hándicaps del paso del tiempo y las deficientes reformas. En 1812 también sufrió la sinrazón de la guerra cuando el general Wellington, que comandaba las tropas aliadas durante la Guerra de la Independencia, ordenó volar el tercer arco del puente de Cabezón para impedir el paso del Ejército francés en dirección a Valladolid. La reconstrucción no se efectuó hasta 1852; es decir, 40 años después.
Los vecinos, hartos
Con los años, los accidentes de tráfico y el desgaste del tiempo han minado el soberbio porte del monumento. En los lugareños nació la vital necesidad de impulsar la unión para intentar salvar a su vecino más ilustre.
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