J. Sanz
Domingo, 12 de abril 2015, 18:57
Andoni Gustavo conoció a Roberto durante la estancia de ambos en el centro de menores Zambrana, en el que ambos ingresaron cuando aún no habían alcanzado la mayoría de edad y del que salieron durante los primeros meses de 2013. El primero contaba por entonces con 19 años y su amigo tenía 18. Aquel paso por la cárcel, destinado sobre el papel a enderezar sus vidas, sirvió justo para lo contrario.
Publicidad
Los jóvenes, en efecto, pusieron en marcha su negocio de marihuana, pero a los dos meses de su reencuentro en la calle uno de ellos, Andoni Gustavo, acabó a cuchilladas con la vida de su amigo Roberto con el laboratorio de cultivo de la droga, que habían montado en una casa semiabandonada de la calle Isla, como silencioso testigo del crimen.
Su historia, relatada el pasado viernes desde el banquillo de los acusados por el autor confeso de la agresión él alega, eso sí, que lo hizo en defensa propia, pone sobre la mesa las lagunas de los programas de reinserción de menores, como mínimo y a todas luces, en el caso de Andoni Gustavo y de Roberto, cuya estancia en el centro de reclusión del paseo de Juan Carlos I por distintos delitos de escasa entidad robos, agresiones y drogas marcó su destino.
Así lo reconoció el ahora acusado ante el jurado popular y el tribunal que deberán decidir su futuro al término de un juicio que comenzó el jueves y que se reanudará a primera hora de la mañana de hoy. «Nos hicimos muy amigos en el Zambrana y, como a mí se me daba muy bien la marihuana, acordamos cultivarla en cuanto saliéramos con la intención de venderla y de consumirla», reconoció el propio Andoni Gustavo, de 21 años en la actualidad. Y así lo hicieron en cuanto cumplieron sus condenas. Él salió antes y Roberto dejó el centro en abril de 2013: «Se vino a vivir conmigo, como habíamos acordado, a un piso de la calle Embajadores (Delicias), que alquilamos a un hombre que nos engañó porque resultó que no era suyo era una vivienda ocupada». Su historia comenzó así bastante mal.
Un hacha, bolsas y lejía
Ambos cobraban por aquel entonces sendos subsidios de 18 meses que les permitían «ir tirando» a la espera de que florecieran las 150 plantas de marihuana del completo laboratorio montado, según confiesa él mismo, por el ahora acusado en una antigua casa de la calle Isla, junto al Callejón de la Alcoholera, a la que ambos acudían con cierta frecuencia a cuidar el lucrativo negocio.
Publicidad
«Roberto era mi mejor amigo y nos habíamos jurado lealtad y protegernos con un pacto de hermanos de sangre cuando estábamos en el Zambrana», desveló el procesado, quien dejó entrever una cierta inmadurez cuando añadió que «jamás he faltado a la palabra que le di». Lo hizo, sin duda, cuando le asestó 17 cuchilladas en la madrugada del 16 de junio de aquel mismo año, es decir, apenas dos meses después de que comenzaran a compartir piso. Si fue en defensa propia o no lo decidirá el jurado.
Pero lo cierto es que acabó con la vida «de su mejor amigo» después de una tarde de «porros, cocaína y alcohol», según su propio testimonio. Cuando le remató de la enésima cuchillada en el cuello tuvo que «fumarse un porro» para relajarse. Necesitaba pensar con claridad. Nunca debió conseguirlo, ya que no logró deshacerse del cadáver. «Pensé en hacerlo muchas veces como había visto en las películas», aclaró el acusado, quien compró después un hacha en «los chinos» y bolsas de plástico. «No pude, fui incapaz. Le di un hachazo en el tobillo, pero seguía viendo allí a mi mejor amigo. Es que no soy un psicópata, solo soy un niño, señor», espetó al fiscal.
Publicidad
Un niño, sí, y la prueba viviente del fracaso de los programas de reinserción social, al menos, en su caso. El joven, al final, roció el cuerpo con «lejía perfumada» y lo dejó allí, en la plantación, junto al arma homicida, guantes con sus huellas y una bolsa con la ropa que llevaba la víctima. El cadáver, al final, fue encontrado paradójicamente gracias a un intento de robo de la marihuana abortado por la Policía Nacional.
«Los dos tenían un estilo de vida de riesgo, eran consumidores y tenían amistades peligrosas», resumió después el jefe del Grupo de Homicidios. Su paso por el Zambrana, desde luego, no pudo encauzar sus vidas.
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.