La saga de las costureras de Madre de Dios
Pilar Casares inauguró hace más de medio siglo una tradición familiar heredada por su hija y su nieta Tere
Víctor Vela
Miércoles, 1 de abril 2015, 11:09
Esa blusa de mangas demasiado largas que compró en Zara. Los pantalones un poquito anchos que adquirió en Parachute. El cuello de la camisa de Purificación García que necesita un arreglillo. Un dedo menos en el vestido de Carolina Herrera. Los botones bajos de la americana que compró en El Corte Inglés. Cada vez que vea cómo el dependiente un ramillete de alfileres entre los labios le marca los cambios que necesita la prenda que acaba de comprar, acuérdese de María Teresa Peñalva y de su taller de la calle Madre de Dios. Aquí trabajan seis costureras. Aquí suena el traqueteo de media docena de máquinas de coser. Aquí, en este local de dos plantas, de retorcida escalera de caracol y de paredes llenas de bobinas de hilo, aquí se obra el milagro que permite que miles de trajes, pantalones y camisas reciban los arreglos mínimos necesarios para que le queden como un guante a su nuevo propietario. Cada mañana, Tere García («Tere dos», bromea la hija de la dueña del cosetodo) y su hermano se montan en una furgoneta e inician un recorrido para, tienda por tienda, recoger las prendas que los clientes han dejado para que les suban los bajos, les estrechen la pernera, les arreglen la sisa. Y hasta aquí llega toda esa ropa. Lista para el toque final que las deje perfectas.
María Teresa lleva en este mundo casi 40 años. Yeso que al principio no quería. Ni a tiros. No le gustaba. Pero nada. Su madre, Pilar Casares, era «sastra para Los Hermanos», una de las tiendas de confección más importantes de la ciudad, en la calleTeresa Gil. «Yo la veía trabajar en casa y a mí, la verdad, es que no me llamaba la atención. Es cierto que en el instituto teníamos que hacer algunos trabajos de costura, pero no era lo mío». Al cumplir 14 años, Pilar comenzó a guiar la vida de su hija. «Me obligó. Literalmente me obligó a sacarme el título de Corte y Confección». En la academia Capa, en la calle Menéndez Pelayo, «frente al hotel Mozart, con doña Esperanza, que era la profesora».
Eso, al principio.
«Porque ahora la costura es un vicio. Me paso el día y la noche cosiendo. Y no solo con arreglos, sino también con mis propios diseños.Les he hecho toda la ropa a mis hijos, a mis nietos», indica Peñalva, mientras busca con la mirada a su hija Tere, quien también echa una mano con hilo y dedal. Ella ha seguido el camino familiar. No solo por dedicarse a la costura, sino porque, también ella, al principio renegaba del zurcir. «Las dos comenzamos protestando y ahora estamos encantadas», dice Teresa madre, en el bajo de un local que está lleno de plantas. Llenísimo.Hay clientas que cuando ven el escaparate piensan que esto, en lugar de cosetodo, es una floristería. «En casa debo tener más de ochenta macetas. Las conté un año que me fui de vacaciones y la mayor preocupación era cómo haría para que me las cuidaran todas».
Y el verde de las plantas se deja sentir también en este taller de costura en el que trabajan María Jesús Herrador, Pilar Vega, Celita de Oliveira e Isabel Conde. Las seis remiendan, arreglan, modifican decenas de prendas a diario. Ymás aún cuando es temporada alta en los comercios. «El mes de julio es una locura de trabajo». Las rebajas, claro.También se nota de cara a las navidades, en las rebajas de invierno o en el inicio de la temporada escolar. Esas son las épocas fuerte para el arreglo de ropa. «Aunque tampoco te creas, que aquí también se nota la crisis. Cuando comenzaron los problemas económicos dijeron que los cosetodos, que las tiendas de reparación nos íbamos a hacer de oro porque la gente no compraría cosas nuevas, sino que arreglaría las que ya tiene», explica Teresa. ¿Y no? «Claro que no. La crisis nos ha afectado a todos».
Yaún así, hay que mirar al futuro con esperanza. Es lo que han hecho Marta Antolino y Luis Ángel Mutila, palentinos que hace cuatro meses abrieron Bike Tres Ruedas, una tienda de bicicletas que ha encontrado un nuevo nicho de mercado con una red de ciclos de segunda mano. «Hacemos el plan renove. La gente nos trae su bicicleta vieja, nosotros se la valoramos y vendemos la nueva», explica Marta. Y luego esa bici ya utilizada se tasa y se pone de nuevo a la venta. Dicen que este sistema es especialmente utilizado por los estudiantes erasmus que pasan una temporada en Valladolid y que buscan un medio de transporte barato. «Al principio del curso compran una bici que luego devuelven o revenden cuando termina su estancia», apunta Marta, quien reconoce que la cercanía con las facultades es un punto a favor para esta nueva aventura empresarial.
La vida universitaria también hace parada en El Templo, un bar que ha cumplido dos decenios de historia y que es parada habitual de estudiantes que aquí reponen fuerzas con un bocata de tortilla, se escaquean de clase para echar un mus o se toman una caña o café en el cambio de aulas. «Ahora, como están de exámenes, esto está un poco más tranquilo», explican Galina y Begoña, camareras del bar de Jesús Ferrón. Abren a las 7:30 horas para los curritos madrugadores y también para aquellos que quieren embucharse un buen desayuno antes de ir a clase. Y con cada café, la picota. «Se ha convertido en una tradición del bar».En otros sitios, junto al café sirven una galletita, un pequeño bombón, una minimagdalena... o lo ponen a palo seco. En El Templo ofrecen el café junto a las picotas, unas gominolas «para endulzar la bebida», apunta Begoña.
Y sería pecado marcharse de Madre de Dios sin visitar Jeymar, la tienda más veterana de la calle. Cuarenta y tres de historia. Cuarenta y tres años vendiendo alfombras y cortinas. Justino Fraile estuvo de chaval en La Alfombrera, una tienda de la calle Cánovas del Castillo. Allí aprendió el oficio que luego trasladó hasta esta calle del barrio Hospital que, por aquella época, eran huertas, conventos, calles sin asfaltar («la calzada estaba más alta, elevada») y casas en construcción. Dos de sus hijos, Jesús y Mari Mar, cedieron sus nombres para bautizar el negocio. Yellos, junto a su hermana Ana, se encargan ahora de esta tienda que exhibe la que durante años fue una de las grandes aficiones de Justino:la radio. Varios aparatos antiguos, de madera, decoran las altas paredes de esta tienda. «Ami padre le encantaban. Las compraba en el mercado de Cantarranas, las arreglaba, las restauraba». Y el resultado puede verse ahora en Jeymar, este establecimiento de cortinas y estores que desde hace 43 años alfombra la vida comercial de la calle Madre de Dios.
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