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Leonor Nieto, directora del centro, y las colaboradoras Raquel Pascual y Belén García.
El refugio de las mujeres desamparadas

El refugio de las mujeres desamparadas

Ocho de cada diez atendidas por el centro de acogida Albor ejercen o se han dedicado a la prostitución, y en el 80% de los casos carecen de hogar

Vidal Arranz

Sábado, 14 de marzo 2015, 17:04

Un lugar donde ducharse, lavar su ropa, tomar un café o poder hablar con alguien. Eso es, en esencia, el centro Albor para más de doscientas mujeres vallisoletanas (de todas las nacionalidades imaginables) en situación de riesgo. Mujeres sin apoyos, recursos, ni red social que las ampare. En la inmensa mayoría de los casos, el 80% del total, sin ni siquiera una residencia estable. Por descontado, sin empleo ni formación.

El centro Albor está regido por las oblatas, una orden religiosa que trabaja en Valladolid, al menos, desde 1866 y cuyo carisma está centrado en la ayuda a la mujer prostituida, aunque en los últimos años ha incluido otros tipos de marginación femenina en su cartera de preocupaciones. En la actualidad, un 80% de las usuarias del centro Albor han sido en alguna ocasión profesionales del sexo, o lo son en la actualidad, según estima su directora Leonor Nieto. En cualquier caso, para unas y otras el centro quiere ser «un lugar de referencia al que acudir, y donde encontrarán personas cercanas y amigas que no pretenden juzgarlas y que van a respetar sus decisiones y su libertad».

El perfil de las usuarias del centro es generalmente dramático, aunque haya excepciones. El 83,7% de las personas atendidas carece de un domicilio estable o viven en infraviviendas como ocupas. Un grupo significativo se mueve entre casas de acogida, alojamientos provisionales y pensiones, siempre dependientes de las ayudas que reciben de los servicios sociales. Pero, además, el 89% de ellas carece de una red de apoyo de amigos o familia mínimamente estable, según se indica en la memoria de Albor del año 2014. En el extremo, una de cada cuatro mujeres carece de relaciones significativas con su entorno y tiene totalmente roto el lazo con su familia. Por descontado, un 66% de ellas se encuentran en condiciones de gran precariedad laboral (economía sumergida e inestable, remunerada por debajo de lo fijado en convenios). Por no hablar de otro tipo de problemas: un 70% presentan alguna enfermedad crónica o discapacidad física o psíquica, y de, hecho, casi un 29% de las mujeres atendidas cobran una pensión por la discapacidad que padecen.

Finalmente, un 37,5 de las usuarias «no se encuentra en las condiciones psicofísicas adecuadas como para enfrentarse a una orientación laboral que finalice en una integración exitosa en el mercado de trabajo». En estos casos, el trabajo es previo y mucho más elemental y consiste en la adquisición de hábitos como el cumplimiento de horarios, la asunción de compromisos, el establecimiento de pautas de orden, o cuidados sanitarios.

«Algunas de las personas que vienen están cronificadas. Se conforman con la comida del comedor social, la ayuda de Caritas y la renta social. No tienen más miras, ni les importa nada más. Están desesperanzadas y tienen una falta de motivación importante, que es justamente lo primero que tenemos que trabajar con ellas», explica la directora. En el lado positivo, están acostumbradas a vivir con muy poco. «No sé cuánto tiempo hace que no tengo un billete de 10 euros en mis manos», les reconoció una de ellas, en una ocasión, a las trabajadoras del centro.

En total, casi 10.000 servicios de todo tipo ha prestado durante el año pasado el centro Albor a sus usuarias, que en seis de cada diez casos, eran personas inmigrantes, fundamentalmente búlgaras, marroquíes, rumanas y dominicanas, por este orden. Esto supone que cada día han pasado por las instalaciones de Santuario, 24 una treintena de mujeres. Los servicios que han recibido incluyen desde atención personal, orientación laboral o jurídica, lavado y plancha, aseo, peluquería, orientación psicológica, uso de ordenadores, información sobre vivienda o alguno de los talleres con los que las profesionales del centro intentan ofrecerles una oportunidad de mejora y de promoción personal, y a los que han asistido una media de 16 mujeres cada día, según la memoria de actividades.

Los talleres versan sobre materias como mimbre y madera, español, yoga, manualidades, informática, cultura, así como otros más puntuales sobre higiene y salud (manicura, estética), abalorios, prevención de violencia de género, elaboración de currículos, búsqueda de empleo desde las nuevas tecnologías, etc. Los talleres ocupacionales son becados y la mujer percibe una gratificación económica por acudir. «Con ello pretendemos reducir el tiempo que las mujeres dedican a la prostitución y a deambular, sin ningún tipo de ocupación, por las calles». Este ingreso es, además, una ayuda para atender sus necesidades más básicas.

La actividad en el centro Albor (que antes estuvo ubicado en la calle José María Lacort) se complementa desde hace cinco años con el trabajo en la calle que desarrolla el programa Lena, mediante el que voluntarios y trabajadoras del centro se acercan a los distintos lugares en los que se ejerce la prostitución con el fin de facilitar a las mujeres información, preservativos, asistencia y todo tipo de ayuda, afecto y conversación. «Hasta que comenzamos con Lena eran las mujeres las que se acercaban a nuestro centro en busca de ayuda, pero en los últimos años ya vimos que debíamos ser nosotras las que saliéramos a su encuentro», explica la psicóloga Belén García.

Esas salidas, que se materializan en tres rutas quincenales por pisos, clubes y calles donde se ejerce la prostitución, les han permitido contactar con 130 profesionales del sexo, alrededor de un 65% de todas las que se estima que ejercen en Valladolid.

El objetivo de ese contacto es conocer su realidad, ayudar en lo posible, y estar cerca de las afectadas. «Queremos que sepan que estamos ahí y que podemos ayudarlas. No pretendemos redimirlas, y para nosotras es muy importante que no se sientan enjuiciadas, pero deben saber que nosotras podemos apoyarlas para que puedan dejarlo, si esa es su decisión», explica Leonor Nieto.

El problema es que el único modo eficaz de abandonar un oficio como la prostitución es encontrar otro trabajo que esté dignamente remunerado, lo que no es fácil en estos momentos, y escapa del alcance del centro Albor. «Teníamos una bolsa de trabajo que hace unos años era eficaz para encontrar empleo, pero ahora hay muy poca oferta y en unas condiciones muy precarias», explica Belén García.

Empleo e ingresos

El estudio La prostitución en Valladolid, elaborado para el Ayuntamiento por ACLAD y recientemente presentado, revela, entre otros datos, que un 70% de las trabajadoras del sexo de la ciudad se plantean dejarlo -hay que tener en cuenta que prácticamente la mitad ya lo han hecho desde que comenzó la crisis- y que un 75% cambiarían esta ocupación, sin ninguna duda, si encontraran otro empleo que les compensase. Eso sí, para ello haría falta que pudieran cobrar, al menos, unos 1.200 euros al mes, que es la exigencia mínima que plantean, como media, las mujeres consultadas en la encuesta municipal. Y es que éste es un oficio cuya motivación principal (o al menos la motivación principal reconocida) es económica. Más de la mitad, un 54%, comenzaron porque no eran capaces de encontrar otro trabajo que les proporcionara ingresos similares, y otro 28% más reconoce directamente que lo hace por dinero.

La alternativa, en cualquie caso, no es fácil. El mismo estudio refleja que el 42,7% de las prostitutas de Valladolid tienen sólo estudios primarios, y un 39,3% secundarios, y tan sólo un 9% cuenta con alguna titulación universitaria. En esas condiciones no es fácil encontrar una ocupación con buena remuneración.

El informe refleja también que casi cuatro de cada diez mujeres que ejercen la prostitución actualmente dejaron esa ocupación en algún momento, pero finalmente tuvieron que volver a ella. La razón, en la inmensa mayoría de los casos, nuevamente económica: falta de dinero, pérdida del empleo en el que trabajaban, y también separación de su pareja.

En el caso del centro Albor, sus responsables estiman que probablemente más de la mitad de las mujeres que usan sus instalaciones han sido profesionales del sexo en el pasado y ya no lo son, aunque esto es algo difícil de saber con precisión. «Para una mujer, reconocer que ejerce la prostitución es lo más duro que hay, y a veces te ocultan que han vuelto», explica la psicóloga Belén García. «Por eso, los abandonos de la actividad hay que tomarlos con cautela pues para estas mujeres, incluso cuando quieren dejarlo, es algo que siempre está ahí, en la recámara, como una posibilidad para el caso de que la situación se tuerza».

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