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J. Sanz
Sábado, 21 de febrero 2015, 12:11
«Es muy duro, porque está tienda la fundó mi abuelo y mi padre se mató aquí a trabajar, pero he optado por el cierre porque aquí ya no podíamos seguir al encontrarnos en un edificio en ruina que los dueños se han negado a rehabilitar», reconoce Javier Heras, la tercera generación de tenderos de la histórica tienda de Alimentación Heras, un negocio que abrió sus puertas un 29 de agosto de 1934 y que acaba de bajar las rejas un año después de celebrar su ochenta aniversario.
Su último titular, que llevaba ocho años al frente del negocio familiar, lamenta que la situación «era insostenible» y confiesa que «ha sido un desalojo voluntario» al tratarse de un local de renta antigua finiquitada hace meses. Así que el pasado lunes cerró definitivamente sus puertas un establecimiento que llevaba «cortando el bacalao desde 1934», como reza uno de sus carteles colocados junto a la entrada principal por la calle Panaderos. En su interior ya no queda nada, más que el mostrador y las baldas desiertas que durante los últimos 81 años transportaban a los clientes a los albores de la Guerra Civil española, cuando Juan Benito Heras trasladó a la esquina de la plaza del Caño Argales con la calle Panaderos el negocio original de ultramarinos de la calle La Pasión. Nada o casi nada se había tocado desde entonces en un negocio especializado, claro, en la venta de bacalao, legumbres y vino.
Solo algunos cajas vacías y antiguos carteles pueden vislumbrarse ahora a través de las ventanas de un comercio de llamativa fachada verde enclavado en un inmueble centenario fue construido en 1900 que tiene colgado desde hace años, cuando la tienda aún estaba abierta, sendos cartelones de se vende. Su último inquilino, Javier Heras, lamenta que los propietarios «nunca han querido sentarse a hablar con nosotros en los últimos 25 años» e insiste en que «así no se podía seguir trabajando o prolongando la agonía en los juzgados».
En la memoria colectiva de los vallisoletanos permanecerá, como mínimo, la singular estampa del interior de un comercio de otros tiempos que recibía a sus clientes con un mostrador principal repleto de salazones de bacalao, sus baldas atestadas de productos vinos, embutidos... y sacos llenos de legumbres. En sus papeles para envolver la compra podían coleccionarse las recetas para preparar el producto estrella de la familia Heras, el bacalao, un pescado que mantuvo a flote este negocio durante tres generaciones.
Javier reconoce que ahora mismo no se plantea buscar otro local después de mantener una «larga batalla judicial y comercial» por perpetuar el negocio que ha minado su «salud mental y física. Supongo que es hora de emprender otra aventura, no sé, pero soy joven y hay tiempo».
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