J. Sanz
Viernes, 30 de enero 2015, 08:24
Resulta paradójico que el nombre de una plaza, como es la de Caño Argales, rinda homenaje precisamente a la fuente que en su día trajo el agua a la ciudad del siglo XVII, dentro del circuito de las Arcas Reales y del denominado Viaje de Argales, y que hoy ese caño no solo esté seco sino que dos de sus cuatro grifos hayan desaparecido.
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El progresivo deterioro del caño de Argales ilustra a la perfección la situación de un rincón emblemático de la capital que acaba de cumplir treinta años desde su última, y polémica, remodelación. Nadie ha vuelto a mover un adoquín desde entonces, y por eso vecinos y comerciantes reclaman ahora una reforma o, al menos, «darle una vueltecita» a esta austera y fría plazoleta de piedra nacida en el lejano 1985.
El proyecto, creado por el arquitecto Primitivo González autor de innumerables obras en la capital, nació gafado y sufrió numerosas vicisitudes hasta la inauguración de esta plaza, hasta entonces llamada de José Mosquera y que a partir de aquel 1985 fue rebautizada como del Caño Argales, como era conocida popularmente por su fuente central. Los propios vecinos llegaron a manifestarse en contra de su principal seña de identidad, como fueron, y aún son, los adoquines de granito de Porriño, cuyo irregular firme sigue estando detrás de los ya tradicionales tropezones de los viandantes de este paso entre Delicias y el centro.
«El suelo está fatal, es muy irregular y, al margen de los trompicones de la gente, tiene una caída que hace que se embalse el agua cuando llueve», explica Miguel Ángel Fuertes, propietario de la ferretería Mafuer, que abrió sus puertas en el número 4 en 1972. Casi enfrente, en la esquina con Panaderos, sobrevive al paso del tiempo la tienda de alimentación Heras, sí, sí, la del bacalao de toda la vida, que ahora regenta Javier Heras, la cuarta generación del negocio de 1934. El tendero reconoce que la plaza «es poco menos que de la edad de la piedra» y lamenta que vecinos y comerciantes llevan «años, casi desde que Bolaños el alcalde socialista y Primitivo nos hicieron este regalito, pidiendo un cambio para darle un poco más de vida».
Petrificado en el tiempo
Y como vida no le falta a la plaza, gracias a ser una zona de paso llamada a serlo aún más cuando llegue el soterramiento y a la cercanía del colegio Cardenal Mendoza otra obra de Primitivo González (1987), la propuesta de los interesados pasa, entre otras cuestiones, por la rehabilitación de su quiosco hexagonal en su día utilizado como biblioteca municipal y que recaló aquí procedente de la Plaza Mayor, la sustitución de su rugoso pavimento y la creación de un pequeño parque infantil, resume la portavoz de la asociación de San Andrés-Caño Argales, Carmen González, una veterana del movimiento vecinal que aún recuerda las protestas de los años ochenta contra la remodelación.
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La plaza del Caño Argales nació de un concurso de ideas, que ganaron en 1982 los arquitectos Primitivo González y Alfonso Penela, y de su antecesora, que por entonces se denominaba plaza de José Mosquera antes fue del Dos de Mayo, de Pi y Margall y de Panaderos, solo sobrevivieron la peana de piedra de la fuente de la que cogió el nombre, la base de la farola (de 1878) y el quiosco hexagonal. Las obras vivieron un sinfín de parones y se prolongaron hasta finales de 1985, cuando fue inaugurada con su aspecto actual. Los vecinos llegaron a manifestarse ese mismo año en contra de su diseño y, en particular, del rugoso firme de granito de Porriño. El Ayuntamiento intentó después pulirlo, pero el resultado fue aún peor, ya que era resbaladizo. Se optó por dejarlo, y así sigue hoy.
Pero ni entonces, con Tomás Rodríguez Bolaños (PSOE), ni ahora, con Francisco Javier León de la Riva (PP), han logrado que se mueva un solo adoquín de una plaza que ofrece aún más motivos para su reforma, como el reciente cierre de su singular híbrido entre quiosco y marquesina del autobús, cuyo reloj está petrificado a las 9:25 horas; el edificio abandonado y en venta que acoge a Alimentación Heras, o el solar vacío de la esquina de la plaza con Nicolás Salmerón el inmueble fue derribado hace más de un lustro.
Puesta por el Ayuntamiento
«Está claro que a la plaza le hace falta una manita porque está siendo víctima del vandalismo y de un cierto abandono en su mantenimiento», coinciden en señalar la peluquera Laura Galván, dueña del negocio que lleva su nombre, y una clienta, Alicia Alonso, vecina de la plaza. Ambas apuntan a la valla «puesta por el Ayuntamiento» que cubre desde hace semanas la ausencia de unos adoquines del alcantarillado a las puertas de la peluquería Laura.
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Otro veterano de Caño Argales es Javier Zorita, de Calzados Zorita (un negocio de 1958), quien aclara de entrada que a él la estética de la plaza le gusta, pero coincide con el resto en que «necesita una pasadita», en especial, para el quiosco histórica y para la fuente. «Sé que funcionó al principio, pero luego cortaron el agua, y así hasta hoy», recuerda.
La plaza, pese a todo, mantiene abiertos ocho de sus diez negocios y tiene «muchísima vida, sobre todo, en verano». Sus usuarios tendrán que conformarse entonces con su pétreo aspecto, ya que el Ayuntamiento descarta una intervención a corto plazo en este rinconcito de los años ochenta.
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