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Víctor Vela
Jueves, 18 de diciembre 2014, 10:37
La culpa de todo la tiene Napoleón (aunque sea por vía indirecta).Porque hasta el año 1809, Valladolid se bebía la vida en las tascas y bodeguillas. Para matar el tiempo y la sed había que dejarse caer por las tabernas. Mandaban las fondas y las botellerías. «Valladolid, a principios del siglo XIX,era un pueblo;grande, pero un pueblo». Los aires del café europeo no llegarían al Pisuerga hasta la ocupación napoleónica, con los franceses campando por Castilla y las tropas francesas compartiendo tertulia y bebida en unos locales novedosos para la ciudad, traídos desde el glamuroso París, ohlalá, donde por aquella época, a principios del siglo XIX, ya había más de 700. Así que fue ese local, exclusivo para franceses, en la Acera de San Francisco, y que duró lo que aguantaron los soldaditos napoleónicos por España (hasta 1812), el que inauguró la etapa de los cafés por estos lares. Lo registra, lo explica y le pone color a la historia el periodista José Miguel Ortega, quien acaba de plantar el punto final y encuadernar su libro Viejos cafés de Valladolid (1809-1956). Tertulias, conciertos y varietés, un catálogo de 60 locales hosteleros que transformaron la vida la ciudad hasta mediados del sigloXX.
La biblioteca de la plaza de la Trinidad acogió ayer la presentación de este volumen que ya está a la venta en las librerías el autor firmará mañana ejemplares en Maxtor y que describe las barras y veladores desde los que se vio y vivió el cambio de Valladolid. «El café era el lugar equidistante entre el salón aristocrático y la taberna obrera, era centro de conspiración y agitación política, era un espacio de sociabilidad informal», explicó el historiador y colaborador de El Norte Enrique Berzal durante la presentación de la obra.
El germen, es verdad, está en ese café afrancesado de 1809. También en el café del Corrillo (en la plaza del mismo nombre)que a finales de 1828 ocupaban estudiantes que antes que a clase se dedicaban a las timbas y apuestas. Pero el primer gran café de Valladolid fue el de los Italianos, situado en los portales de los guarnicioneros, el local que hoy conocemos por el Café España. Reconoce Ortega que no fue sencillo seguirle la pista a este Café de los Italianos. Apenas había referencias documentales y no se conserva prensa de la época (todavía faltan algo más de 15 años para el nacimiento de El Norte). La respuesta vendría de la mano del padrón municipal de ese año, 1837, cuando Ortega descubrió que justo encima de ese local vivía la familia de Gian Batista, italiano propietario del café. Ese fue el hilo para reconstruir la historia de este establecimiento. Porque el libro no es la mera sucesión de datos y nombres, sino que reconstruye la esencia de los negocios a través de chascarrillos, curiosidades, el nombre de los camareros o cómo era su decoración. «Me sorprendió, por ejemplo, que muchos de ellos cerraban cada cinco o seis años durante un par de meses para cambiar su apariencia, en muchas ocasiones con la firma de importantes artistas». La razón era que, por aquel entonces, no existía la luz eléctrica. Tampoco el gas. Los locales se alumbraban con antorchas, el humo ensuciaba las paredes y por eso era necesario redecorarlos cada poco.
El entorno de Fuente Dorada sería el núcleo de los cafés en torno al año 1850, aunque muy prontito el foco se mudaría hasta Duque de la Victoria, donde abriría el Círculo de Recreo, el Café Español, el Valladolid... y el Café Suizo, el más lujoso de la ciudad, con dos pisos, pastelero, repostero y cocinero francés. De aquella época (1861) se conserva apenas el Café del Norte (Plaza Mayor).
Yllegó el Royalty. En el cruce de Santiago con Claudio Moyano. Una de las terrazas más impresionantes de principios del siglo XX. Más de cien mesas en la calle. Con orquestas y bailes en la vía pública. «Era el no va más», reconoce Ortega.
Los cabarés y el Cantábrico
El decenio de 1920 traería a Valladolid aires más permisivos (que se acentuarían con la República)y la apertura de cabarés «donde se llegaron a ver desnudos integrales». Estaba el Granja Royal, «donde se anunció la actuación de Estrellita Castro y acudió Adelina Durán, presentada como la gitana rubia de ojos azules y sobrina de Rita la cantaora». Pero también estaba el cabaret Katiuska, el Moulin Rouge (Bajada de la Libertad) o el Hollywood (Santa María).
En 1935 nace el Cantábrico (en la esquina de Santiago con la Plaza Mayor, lo que luego fue Soler), uno de los primeros locales de España en tener aire acondicionado y el primero de Valladolid en vender sandwiches. «El café era el lugar para debatir. El espacio de la tertulia y el concierto, hasta la proyección de películas», recuerda Ortega, quien fija el fin de un modelo con la apertura, en 1952, de la cafetería Maga (en la calle Santiago), la semilla de la hostelería contemporánea en la ciudad. «El olor de aquellos cafés se cambió por el color del dinero... porque casi todos esos locales son hoy oficinas bancarias».
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