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Beatriz Álvarez, propietaria de la Administración de Lotería de la calle Santiago, de Valladolid. HENAR SASTRE
30 años soñando despiertos

30 años soñando despiertos

El próximo día 22 se cumplirán tres decenios desde que cayó el Gordo de Navidad, que repartió entonces 12.000 millones de pesetas

Jorge Moreno

Martes, 16 de diciembre 2014, 12:12

Hubo un tiempo, no hace tanto, en el que Valladolid se convirtió durante días en una fiesta, y el champán corrió de barra en barra hasta el punto que, como llegó a decir el alcalde de Villalón, «aquí estamos todos tomando vinos y nadie paga nada». Y no era para menos, pues habían transcurrido 163 años desde la última vez en la que el Gordo de la Lotería Nacional cayese en la provincia. Fue en 1821.

Más de siglo y medio después, el sábado, 22 de diciembre de 1984, las pocas emisoras de radio lanzaban a los cuatro vientos que el número 50.076 era el afortunado ganador del primer premio de Navidad. En tan solo segundos, los que tardaron en cantar las cifras los niños de San Ildefonso, los mil millones de pesetas que se jugaron en Valladolid se convirtieron en 12.000 millones (equivalentes hoy a 72 millones de euros).

El número había sido adquirido a la lotera más joven de España, Beatriz Álvarez Gilsanz, que llevaba meses en su nueva administración de la calle Santiago 22. La casi totalidad de las series de este Gordo, menos unas pocas que se devolvieron a Hacienda la noche anterior, fueron vendidas a la Caja Rural de Valladolid, que se encargó de repartir los décimos y participaciones, de 200 pesetas (1,2 euros), en sus oficinas, y en poblaciones como Villalón de Campos, Íscar, Pedrajas de San Esteban y Tordesillas. Pero también llegó a Castroponce, Bustillo de Chaves, Villardefrades, y Herrín de Campos.

Dueños de bares y restaurantes, carniceros, pescaderos, guardias civiles, muchos agricultores, cooperativistas y empleados de la Caja fueron a los que la fortuna pellizcó de forma millonaria, con cuatro millones de pesetas. Entre los que más premió estaba Javier Valenzuela, director de la Rural en Valladolid, y que luego se convertiría en director general de Economía del primer Gobierno de Aznar en la Junta.

«Con el dinero, algunos se lanzaron a poner tiendas y se arruinaron después. La lotería es lo que tiene, que a veces te hace perder la cabeza», dice Beatriz, que todavía hoy aclara a los que los que la felicitan por el premio, que «no nos tocó ni una peseta, ni a mi, ni a mi familia. Se empeñaron en que a mi padre le había tocado algo, pero no. Lo cierto es que me hizo tanta ilusión como si me hubieran premiado».

Esta dueña de lotería, que a los 18 años obtuvo la concesión de la administración, dice que aún hoy algunos clientes le siguen pidiendo en ventanilla el 50.076.

«Ese año salió muy tarde. Estaba escuchando la radio, cuando dijeron el número. Levanté la cabeza y ya comencé a ver a la gente en la calle Santiago diciendo ¡ha tocado, ha tocado! El número se escogió al azar. Del premio, 11.500 millones de pesetas fueron a la Caja Rural y el resto lo repartí en ventanilla. El número lo rechazó un cliente para su negocio porque quería un número completo. Y todavía hoy se acuerda y maldice», ironiza Beatriz.

Y tras la alegría, vino el trabajo para pagar. En 1984, los premios no se pagaban como ahora, que se ingresan en el banco y la entidad se encarga de cobrarlo. «Entonces no había ordenadores en las administraciones y se firmaba todo a mano. Se presentaban los décimos al cobro en la administración correspondiente, y había que pedir autorización para el pago a Loterías del Estado. Cuando ésta te dama el visto bueno, te enviaban el dinero para hacer el abono a través de un banco. Me pase días sellando en la Caja Rural los décimos premiados», recuerda.

Treinta años después, esta regente sueña despierta, como tantos otros vallisoletanos, para que el San Pancracio que tiene en la oficina vuelva a traer el próximo lunes la fortuna, y las historias personales se repitan en la provincia. Sea.

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