Rodrigo González Martín y Enrique Berzal, al inicio del acto.

Del cacique de 'perfil bajo' al alcalde democrático

González Martín pone en Laguna de Duero la guinda al ciclo de Historia de la Provincia con un repaso al Valladolid rural desde el tardofranquismo hasta las elecciones municipales de 1979

Teresa de Lapuerta

Miércoles, 3 de diciembre 2014, 14:01

¿Cuándo empezó a fraguarse la Transición? ¿Concluyó con las elecciones generales de 1977, o todavía está dando coletazos? Para el profesor e investigador Rodrigo González Martín, acotar aquel periodo histórico es menos importante que perder de vista unas perspectivas para su estudio que, en ocasiones, se han obviado. La primera es que, además de desde arriba (los eminentes prohombres) y desde abajo (los sindicatos, o las asociaciones de vecinos), el tránsito hacia la democracia se produjo también desde el poder municipal (gobernadores civiles, alcaldes, concejales, etc). La segunda es una fecha, abril de 1979, en la que se celebraron las primeras elecciones municipales democráticas, que otorgaron al PSOE la alcaldía de muchas capitales españolas, incluida la de Valladolid. La fecha sirvió también de punto y final para la conferencia.

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González Martín, experto en ese trasvase de cuadros políticos de la dictadura a la democracia en la provincia, puso en la noche del lunes, en la Casa de las Artes de Laguna de Duero, la guinda al ciclo de Historia de la Provincia, con el que El Norte de Castilla ha recorrido el devenir del medio rural de la mano de la Diputación Provincial y de los principales expertos en cada periodo histórico. Un relato ameno y didáctico que retrotrajo a muchos de los presentes a momentos y nombres propios de su infancia y juventud.

Llamar caciquismo rural, absoluta dedocracia quita un cacique para poner un alcalde fue el lema del PCE en los comicios del 79 a lo que ocurría en los pueblos de Valladolid en el tardo franquismo es, a juicio del ponente, «demasiado simplista». Cierto es, como explicó, que a los regidores los nombraba el gobernador civil (representante gubernamental) y que una vez designados gustaban de trasladar a su ámbito («al igual que los padres de familia al suyo») el modelo autoritario preeminente en el régimen, pero también es de justicia reconocer que Castilla nunca vivió nada parecido al desmadre levantino y que, a partir de los años 60, las cosas empezaron a cambiar.

Mientras los concejales eran elegidos por el sistema de tercios, a los alcaldes los nombraba el gobernador a propuesta del inspector, que previamente hacía una terna en la que en se tenían en cuenta cuestiones como la vinculación a los ideales del Régimen. Todavía en los años 60 había 57 alcaldes vallisoletanos que eran excombatientes del bando vencedor y se produjeron contrastados vetos a hijos de fusilados, o hermanos de exiliados. También eran puntos positivos el estatus económico, el haber ocupado cargos previos (jueces de paz, concejales, presidentes de las hermandades...), la formación cultural y las garantías de permanencia en la localidad.

Determinadas ocupaciones laborales no gustaban y en Olmedo, por ejemplo, se excluyó a un candidato porque regentaba un bar. También es cierto que en algunos municipios de escasa población, como Aguasal, era tan complicado encontrar tres nombres que se presentó un solo candidato y que en otros, como Quintanilla de Onésimo (cuna de Onésimo Redondo, el Caudillo de Castilla), el inspector prefirió no pillarse los dedos y optó por proponer siete nombres en lugar de tres.

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La situación dio un giro a finales de los sesenta, cuando se comenzó a reclamar un relevo generacional y a exigir que los candidatos gozaran de la simpatía popular y demostrasen una inquietud real por los problemas de sus municipios. En los pueblos grandes irrumpieron políticos jóvenes y aperturistas que acabarían por desempeñar cargos políticos de relevancia en los primeros años de la democracia, como Manuel Fuentes, alcalde de Medina de Rioseco, o José Antonio González Caviedes, regidor de Olmedo. En 1969 y en 1974, respectivamente, se produjeron los nombramientos de las dos únicas alcaldesas que el Franquismo permitió en la provincia de Valladolid, en Valbuena de Duero y en Torrecilla de la Abadesa. Curiosamente, el actual equipo de gobierno de este último municipio está compuesto por seis féminas.

Un paseo por Laguna de Duero

  • El historiador Enrique Berzal hizo el lunes su último repaso a la hemeroteca de El Norte, deteniéndose en esta ocasión en las noticias que el decano de la prensa española ha dedicado a Laguna de Duero. La desecación de la laguna, por ejemplo, que ya se anunciaba en el rotativo en junio de 1916, no comenzó a hacerse efectiva hasta mayo de 1972 «La laguna desaparece y con ella, los patos silvestres que la habitaban», escribió entonces el periodista José Antonio Antón. Laguna, recordó Berzal, ha ocupado ingentes páginas en El Norte a lo largo de su historia, aunque algunas de ellas han sido especialmente relevantes, como el viaje de Enrique Gavilán por la historia del pueblo (1961) o la semblanza histórica y geoeconómica de Lucio Zumel, en 1987. El patrimonio, con el Cristo de la Fe o Nuestra Señora de los Trabajos, el V centenario del Convento del Abrojo o las fiestas del municipio, han sido algunas de las noticias más recurrentes.

Comenzaron, asimismo, a hacerse visibles los signos de oposición al régimen dentro y fuera de los ayuntamientos, desde sacerdotes que se negaron a oficiar el funeral por Carrero Blanco, hasta las rupturas del bloque unitario que habían conformado párrocos, alcaldes y secretarios, o como sucedió en Curiel solicitudes de dimisión del regidor. Pero, por lo general, el municipalismo en Valladolid «se vivía de forma plácida» y, durante la dictadura, uno de cada cuatro alcaldes permaneció veinte años en el cargo; y la media de todo el periodo fue de cuatro alcaldes en los pueblos pequeños y de tres en los de mayor tamaño.

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«Gente honesta»

«La mayoría de los regidores franquistas del medio rural fueron gente honesta», sentenció González Martín, quien reconoció un «caciquismo de baja intensidad», que se traducía en cuestiones como las prioridades en los asfaltados o los enchufes de familiares. De hecho, y con motivo de las primeras municipales, el rotativo galo La Croix envió a un periodista a Medina de Rioseco, que acabó definiendo estas prácticas como «un sistema de amiguismo en el que algunos utilizaban sus cargos para mantener o consolidar su situación socioeconómica».

La situación de la provincia (envejecimiento, emigración, escasez económica, ausencia de servicios básicos...) hacía inviable la gestión en algunos pueblos y a principios de los 70 se produjeron anexiones como la de Palacios de Campos a Medina de Rioseco, o la de Gomeznarro a Medina del Campo, «pero las cuestiones identitarias pesaron más», y la mayoría de los municipios optó por tratar de mancomunar servicios sin perder su ayuntamiento. La situación comenzó a mejorar bajo las presidencias de José Luis Mosquera y Federico Sáenz Vera al frente de la Diputación, y no solo por el círculo virtuoso qu produjo la llegada de la democracia, sino porque los fondos de cooperación local se multiplicaron exponencialmente.

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Pese a que las elecciones generales de celebraron en junio de 1977 y la Ley de Bases de Régimen Local ya establecía unos meses antes que los alcaldes fueran nombrados por los concejales (se renovaron medio centenar de regidores), en política municipal los estamentos franquistas se mantuvieron, en líneas generales, hasta las elecciones de abril del 79. «Suárez las retrasó intencionadamente por el miedo a la izquierda en las grandes ciudades y a los nacionalismos en la periferia y, además, la implantación de partidos políticos en los pueblos después de cuarenta años de dictadura fue complicada», apostilló González Martín.

Los grupos de izquierda comenzaron a hacerse visibles aunque, como aclaró el profesor, la clandestinidad de PSOE y PCE en Valladolid había sido bastante escasa «había un grupo en Rioseco, otros se reunían en la casa del párroco en Montealegre...». Finalmente, la UCD presentó candidaturas en el 80% de los municipios vallisoletanos («para lo que utilizó no solo los nombres propios, sino todos los estratos del movimiento»), frente al 30% al que llegó el Partido Socialista.

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En un clima de apatía, abulia y miedo a la guerra se celebraron finalmente los comicios. UCD consiguió 125 alcaldías; el PSOE, 26 (Valladolid y Medina del Campo entre ellas) y Coalición Democrática (AP), 15. Hubo una gran presencia de listas independientes, que finalmente se hicieron con 44 ayuntamientos, y tan solo cuatro mujeres obtuvieron el bastón de mando. «El 35% de los alcaldes electos habían estado en ayuntamientos franquistas y no se produjo ni una ruptura ni un profundo proceso de cambio. Para lo bueno y para lo malo», concluyó el conferenciante.

A modo de colofón

La de Rodrígo González Martín fue la última de las de las nueve charlas que conformado del ciclo Historia de la Provincia, que se inició en mayo en el Museo de las Villas Romanas (Germán Delibes habló sobre la Prehistoria) y recaló en Tordesillas (Pascual Martínez Sopena se centró en el Medievo); en Medina del Campo (Antonio Sánchez del Barrio situó Valladolid en el epicentro del Renacimiento); en Mojados (Javier Burrieza disertó sobe la dinastía de los Austrias); en Urueña (Teófanes Egido se detuvo en la etapa de los primeros Borbones); en Cabezón de Pisuerga (Pedro Carasa defendió el municipalismo en su charla sobre la Guerra de la Independencia y las Cortes de Cádiz) y en Mayorga, donde Almuiña hizo un repaso del nacimiento y consolidación de la burguesía harinera castellana y de El Norte de Castilla como principal defensor de sus intereses. Enrique Berzal recorrió, por último, en Olivares las cuatro décadas que transcurrieron desde la proclamación de la Segunda República hasta el desarrollismo.

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