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Antonio G. Encinas
Domingo, 30 de noviembre 2014, 16:11
En Yachay sale el sol. Puntual, como casi todos los días en cuanto acaba de caer esa lluvia nocturna que actúa casi como un riego programado en un entorno natural prodigioso, entre montañas de cuatro mil metros. Ismael Mozo y Juan Lobos tienen una cita con El Norte a través de Skype. Ambos tienen en común su origen vallisoletano (Villabaruz de Campos y Valladolid, respectivamente), su formación en la Universidad de Valladolid y su disposición para emigrar en busca de trabajo allá donde se les valore. En la UVA, quienes trabajaron con ellos añoran aquellos tiempos en los que los investigadores destacados podían hacerse un hueco en algún departamento. Pero no hay caso. Allí, entre las montañas, el gobierno ecuatoriano ha decidido construir el Silicon Valley patrio, una universidad basada en la investigación y la tecnología, siempre orientados al entorno nacional. «Se quieren sacar unos resultados. Necesitan tecnología, pero preparada para la realidad sociocultural del país. No puedes coger lo que funciona en EEUU y traerlo aquí», explica después Juan Lobos.
Daniel Miguel y Fernando Albericio se conocen desde hace tiempo. Concretamente, desde que ambos dirigían los Parques Científicos de Valladolid y Barcelona, respectivamente. «Estamos en contacto con el rector Daniel Miguel, nos conocemos desde hace diez años», explica Albericio. Y anuncia que el rector viajará a Ecuador en breve, y en ese recorrido internacional se incluye una parada en Yachay. «Nos visita dentro de quince días y vamos a iniciar un proyecto de colaboración conjunto entre ambas universidades».
Cada una tiene su especialidad, por decirlo así, y en el caso de Yachay es la investigación. Una investigación que aún está empezando a desarrollarse, puesto que todo esto no existía hasta hace apenas unos meses. «Ya sabía algo de Tachay», explica Ismael Mozo. «Cuando empezamos las entrevistas fue a principios de 2014 pero en 2012 me hablaron de ello en la UVA en el departamento de Máquinas y Motores técnicos en la Escuela de Ingenieros. Tenía como compañeros a dos ecuatorianos, Roberto Acuña y Johny Zambrano, que está haciendo el doctorado en Valladolid. Me habían hablado de que iban a crear una universidad sobre tecnología punta, con Silicon Valley como modelo. En aquella época era pronto para todo, ni solicitaban currículum ni se sabía lo que iba a ser», rememora.
Ninguno de los dos tuvo muchas dudas cuando llegó el momento de hacer el petate y marcharse a Ecuador. «He estado trabajando, acabé mi contrato como investigador y estuve buscando otro sitio. Mandé mi currículo aquí y me respondieron en poco tiempo. Es una universidad totalmente nueva, y echamos de menos algunas cosas, como el laboratorio, pero va a ser construido según como pidamos. Con la situación que hay en España y en Europa, venir aquí y ser profesor y poder investigar era lo que quería. Desde que me saqué el doctorado, en España no he trabajado nunca, y hace dos años», explica Juan Lobos, que hizo parte del doctorado en Japón y trabajó en Pittsburgh. Y la historia de Ismael, compañero suyo durante la carrera, es similar. «Se me acabó el contrato, estaba trabajando como profesor y a la vez en un instituto impartiendo Física y Mates, y me lo dijo Juan y mandé mi currículo».
Allí comenzó su aventura, que desde ese momento se tornó vertiginosa. «El 20 de marzo aterrizamos en Ecuador. El 31 de marzo empezamos las clases. Pasamos nueve días en Quito, donde nos dieron cursos, capacitaciones, explicaciones de cómo era la docencia en Ecuador, el sistema educativo, el acceso a la Universidad...». Y es que los ecuatorianos también superan un examen al estilo de la selectividad, pero con matices importantes. Se centra en las aptitudes, no en los conocimientos. Y tiene un porqué. «La Secundaria aquí depende mucho del instituto y de la ciudad en la que vivas. Si se hiciese un examen de conocimientos, toda la gente que ha estado en zonas rurales, con malos institutos, no podría acceder a la Universidad. Para evitarlo, hicieron el examen de aptitudes. La ventaja es que mucha gente viene sin demasiados conocimientos, pero con mucha voluntad de estudiar y de aprender», asegura Lobos. «Ese examen desaparecerá cuando el sistema educativo se haya reformado», añade Mozo. Por eso cuando los alumnos alcanzan la Universidad pasan un primer semestre que llaman «de nivelación», para situar a todos en un mismo punto de partida académico.
A partir de ahí comenzó su tarea. Un trabajo ingente, puesto que lo primero que debían hacer era desarrollar el programa que se va a impartir en su área. «Es lo más duro, cuando te dicen que ayudes para proponer el programa de una carrera y lograr que lo aprueben. La cantidad de trabajo que estamos haciendo no es para la que en sí nos contrataron, pero es porque hay que hacer muchísimo más», explica Juan Lobos. Aunque ese trabajo extra, por lo que se ve, no quita la satisfacción de formar parte de algo nuevo y con un futuro prometedor. «A mí me están dando una oportunidad que no me la daban en ningún sitio», dice. Y su compañero lo corrobora. «Tengo la sensación, al estar participando en todo, de que controlo la carrera, de que soy parte esencial».
De momento, tanto ellos como todos los demás tienen contratos temporales, hasta que prueben su valía, por espacio de cuatro años. «A los cuatro años la ley impide que seas contratado temporalmente, o bien te hacen fijo o bien sigues en otra plaza», explican.
¿Y se quedarán?
«Trabajo como si me fuera a quedar en Ecuador para siempre. No sé si el semestre que viene seguirá todo igual», asegura Ismael Mozo. «Tenemos varios proyectos de investigación conjuntos que son a tres años y no sabemos si nos quedaremos. No sabemos si saldrá una opción mejor o si la Universidad dirá que no nos necesita», explica Juan Lobos.
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