Enrique Berzal
Viernes, 3 de octubre 2014, 15:03
Parecía un nombramiento de trámite, pasajero, pero dejó una impronta trascendental para el devenir del Ejército español en una etapa tan dura como la Transición. Pocos saben que Manuel Gutiérrez Mellado, mano derecha de Adolfo Suárez en las decisiones que incumbían a las Fuerzas Armadas, residió durante una breve temporada en Valladolid como capitán general de la VII Región Militar, con sede en nuestra ciudad.
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Antes de dicho nombramiento, verificado en marzo de 1976 y materializado un mes más tarde, El Norte de Castilla ya se había referido a él como arquetipo de militar liberal y aperturista. Discípulo aventajado del no menos reformista Manuel Díez Alegría cuando éste ocupó la jefatura del Alto Estado Mayor, Gutiérrez Mellado fue nombrado, a la muerte de Franco, comandante general y delegado del gobierno en Ceuta.
Fue en el Consejo de Ministros de 18 de marzo de 1976 cuando, ascendido a teniente general como consecuencia de la muerte del capitán general de Barcelona, Salvador Bañuls, se acordó su nombramiento como capitán general de la VII Región Militar con sede en Valladolid y jurisdicción sobre el territorio y unidades de Asturias y las provincias del antiguo reino de León.
Poco después, El Norte de Castilla volvía a reparar en él calificándole de claro exponente de «militar liberal», tal y como como demostraba en el discurso pronunciado durante el homenaje que se le dispensó en Ceuta, cuando se refirió al pueblo español como «masa sana que no desea la lucha» propugnada por aquellos que, «por su pasión política degenerada, por ambiciones personales y egoístas, por revanchismo o defensa de intereses bastardos, no son capaces de supeditar el interés propio al interés nacional».
La toma de posesión como capitán general de la VII Región Militar se verificó el 30 de abril de 1976. Tras revistar las tropas a las puertas del Palacio Real, frente a la iglesia de San Pablo, Gutiérrez Mellado pronunció su llamativo discurso en el Salón del Trono. Aunque en términos generales fueron unas palabras de protocolo, en las que no faltaron el recuerdo a tierras ceutíes y referencias cariñosas a su nuevo destino («Quiero que sepáis que tanto mi familia como yo venimos con la plena confianza de que disfrutaremos de vuestra cálida hospitalidad; no en balde, conocemos de vuestra nobleza, e vuestra raza y vuestra hidalguía castellanas»), así como las pertinentes llamadas a la disciplina y la unidad entre los profesionales de las Fuerzas Armadas, lo que finalmente trascendió fue, en efecto, el último párrafo del discurso.
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En él, avanzando lo que serían sus principios rectores como jefe del Estado Mayor Central y, desde julio de 1976, como vicepresidente primero del Gobierno para asuntos de la Defensa, Gutiérrez Mellado remarcaba su compromiso con el Estado de Derecho y su programa civilista en relación al Ejército:
«No olvidemos nunca que el Ejército, por muy sagradas que sean sus misiones, está no para mandar, sino para servir; y que este servicio, siempre a las órdenes del Gobierno de la nación, es exclusivo para España y para nuestro Rey».
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La frase, destacada por la prensa a escala nacional, subordinaba el Ejército al poder civil y rompía así con la secular tradición intervencionista de las Fuerzas Armadas españolas; todo un toque de atención por parte de quien no solo había participado en la Guerra Civil al servicio del bando sublevado contra la legalidad republicana, concretamente en los servicios de información e inteligencia, sino de quien había combatido contra «maquis» y guerrilleros antifranquistas durante la postguerra en los servicios de información del Alto Estado Mayor.
Su primer acto como capitán general con sede en nuestra ciudad tuvo lugar el 4 de mayo de 1976 y no pudo ser más luctuoso: le tocó presidir en Valtiendas, provincia de Segovia, el funeral por Antonio Frutos, guardia civil asesinado por ETA en Legazpia.
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Lo cierto es que como ha escrito su biógrafo Fernando Puell, durante la primavera de 1976, Gutiérrez Mellado se convirtió sin quererlo en permanente figura de actualidad en los medios de comunicación. Muy estimado por el Rey Juan Carlos I, que ya entonces venía planteando cuando no forzando- la dimisión del presidente del Gobierno, el nostálgico franquista Carlos Arias Navarro, Gutiérrez Mellado no tardó en ser sondeado por Torcuato Fernández Miranda, auténtico muñidor de la inminente «operación Suárez». Cuando el teniente general declinó amablemente cualquier responsabilidad política aduciendo su escasa vocación para esas lides, Fernández Miranda, lacónico, le contestó: «A lo mejor es usted político, precisamente por no ser político». Todo un síntoma de la buena consideración de que gozaba en La Zarzuela.
Su último acto en Valladolid, el 30 de mayo de 1976, consistió en la recepción conmemorativa del 37 Aniversario del «Día de la Victoria», verificada en la misma sede de Capitanía. Al día siguiente se le dispensó un almuerzo-homenaje en el prestigioso Club Siglo XXI. Apenas había tenido tiempo de conocer los problemas de las unidades de la VII Región Militar cuando el gobierno Arias le nombraba jefe del Estado Mayor Central a propuesta de Félix Álvarez-Arenas.
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La decisión fue adoptada en el Consejo de Ministros de 4 de junio; publicada el 1 de julio de 1976, la toma de posesión tendría lugar el día 8. Antes de eso, concretamente el 22 de junio, las autoridades de Valladolid le dedicaron una «despedida íntima» en el restaurante «El Cardenal», situado en la Plaza de Tenerías. Aún estaba en la ciudad del Pisuerga cuando se produjo la dimisión de Arias Navarro y cuando, tal y como señala Fernando Puell, Adolfo Suárez, recién designado por el Rey presidente del Gobierno, le llamó por teléfono para ofrecerle la cartera de Gobernación. Gutiérrez Mellado declinó la oferta señalando que no se sentía capacitado para ello. Dos meses más tarde, sin embargo, entraría en el gobierno como vicepresidente primero.
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