Antonio Pérez Martín, junto a los letreros que indican la distancia a casa. J. M.

La pistola fuera y la tiza dentro

Antonio Pérez, un teniente de Caballería vallisoletano de 26 años, enseña castellano a jóvenes y adultos libaneses

Jorge Moreno

Martes, 9 de septiembre 2014, 12:31

Antonio Pérez Martín (Valladolid, 1988) es uno de los militares desplazados al Líbano que se ofreció para impartir clases de castellano a la población libanesa. Una parte de su familia vive en Íscar. En el año 2006, cuando los cascos azules españoles desembarcaban por mandato de la ONU en las playas del Líbano, Antonio entraba por la puerta de un cuartel tras obtener una plaza de soldado del Ejército de Tierra.

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«Estuve destinado en el Regimiento de Caballería Farnesio 12, de Valladolid, y al mismo tiempo estudiaba la oposición para ingresar como oficial. Tuve la suerte de superar las pruebas el primer año, y en el año 2007 ingresé en la Academia General de Zaragoza y estuve tres, para pasar luego dos años más en la Academia de Caballería de Valladolid», explica. Por el arco grande del histórico edificio del paseo Zorrilla salió con el empleo de teniente. Era 2012, y desde entonces Pérez trabaja en la Brigada Castillejos de Zaragoza.

Allí manda una sección de Vehículos de Exploración de Caballería (VEC), un grupo operativo especializado en reconocimiento, vigilancia y seguridad de otras unidades. Proteger convoyes y autoridades es una de sus misiones en el Líbano. «Lo que hago en España nada tiene que ver con las clases del Programa Cervantes. Los únicos requisitos que me pedían eran las ganas de hacerlo y esto no me falta», explica. Y desde que llegó, en el mes de mayo, Antonio presta sus conocimientos para un nivel superior, es decir, para jóvenes y adultos que saben algo de español.

De los tres militares que enseñan la lengua en un pueblo cercano a Marjayoun , unos la imparten a niños que no alcanzan los siete años. Otro, al nivel intermedio que comprende a alumnos que sí tienen alguna noción y, finalmente, está el grupo más avanzado, el del teniente Pérez, donde asisten universitarios, una profesora de árabe o una adolescente de 14 años que ha estudiado castellano antes. También acude una madre con su hija de doce. En total , son siete los interesados en las clases del militar y todos de confesión cristiana maronita.

Sin cátedra

Cada martes por la tarde, en una hora y media, el oficial vallisoletano les explica no solo nociones gramaticales sino aquellas cuestiones sobre la vida en España. «Está claro que yo no estoy preparado para impartirles una cátedra, pero sí facilitar que se acerquen a la lengua mediante una conversación, o enseñándoles un vocabulario útil para expresarse correctamente», explica Antonio, con la modestia de quien desde abajo ha empezado y sabe que conocer un idioma requiere su esfuerzo.

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Con escasez de medios económicos, los cascos azules españoles tratan de cubrir esa demanda lingüística que entra también en el Líbano por los medios de comunicación de masas, y a través de los famosos o estrellas deportivas del Madrid o el Barcelona.

«Lo que más les llama la atención es el fútbol. Algunos también te dicen que aprenden para irse a trabajar al extranjero, y otros porque creen que el idioma les facilita más posibilidad de encontrar un empleo», señala.

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Los libaneses que entran por la puerta del local, cedido por las autoridades, disponen de material y libros comprados por el Ejército a la editorial SM. Sin saber nada de árabe, el oficial vallisoletano se comunica con sus estudiantes en inglés o francés, y en ocasiones ellos mismos se traducen las expresiones al árabe. «¿Balance? Es una forma de ayudar y te llevas la sonrisa de los niños. Aportas algo diferente de lo que es la profesión militar», dice, el oficial Pérez.

Las clases que dan los militares del Cervantes son una carga a mayores de su trabajo diario. «Lo hacen voluntariamente, en su tiempo libre, y algunos en vez de irse al gimnasio o estar con los compañeros en el bar prefieren enseñar a los libaneses», explica el teniente coronel Jesús Leal. Una profesora del Instituto Cervantes en Beirut les facilita las orientaciones pedagógicas y el material para comenzar, dando a los estudiantes un certificado al finalizar. Y así comienza a andar una lengua.

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