agapito ojosnegros
Domingo, 3 de agosto 2014, 12:45
La ceremonia estuvo a la altura del personaje. El acontecimiento fue todo un éxito, porque si el movimiento se demuestra andando el cariño que los habitantes de Castrillo de Duero tienen por su vecino más ilustre, Juan Martín Díez El Empecinado, quedó ayer patente en la masiva participación durante la recreación de la boda del héroe de la Guerra de la Independencia, nacido en la localidad. Tampoco fue poca la gente de la comarca que se acercó a tan magno evento. En la iglesia del municipio no cabía un alma. Hasta desde el coro se siguió el enlace entre El Empecinado y Catalina de la Fuente (de Fuentecén, Burgos), ambos representados por dos actores que lo bordaron.
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Si existe la boda del año, la que se celebró ayer en Castrillo se puede considerar la del bicentenario, pues el enlace rememoró el que se celebró en 1796 en la población ribereña entre el guerrillero y la burgalesa. Todo el ceremonial arrancó en la plaza del pueblo, ante la estatua que honra al héroe. Allí se congregaron muchos vecinos, entre ellos un buen número de ellos ataviados como si de un cuadro de Goya hubiesen salido. Las mujeres con mantilla, redecilla, peineta y abanico en mano, y los hombres con lustrosas patillas y con el típico pañuelo rondeño, entre otras prendas.
Así, con las mejores galas, como demandaba una ocasión tan especial, los castrillenses partieron de la puerta del Ayuntamiento una vez que la pregonera anunció el enlace a los cuatro vientos. La primera parada se hizo frente a la casa de la novia, la cual se mostró muy sorprendida al ver a tantos invitados ante su puerta. Desde el balcón de la vivienda, acompañada de la niña Agapita, que llevaría posteriormente las arras, tan solo invitó a pasar a la casa al padrino. La novia siguió arreglándose mientras que el numerosísimo cortejo se desplazó hasta la casa del novio, la verdadera vivienda del guerrillero.
Este les recibió aún más sorprendido, pues le despertaron de una apacible siesta sin acordarse de que en apenas unos minutos tenía que estar vestido y dispuesto para dar el sí quiero. Tan confuso estaba ante la llegada del gentío, que salió a la ventana alarmado y armado con una pistola pues pensaba que estallaba la guerra. Una vez que tomó conciencia de lo que le esperaba, se vistió raudo y veloz y elegantemente ataviado se sumó a la comitiva que se dirigió directamente a la iglesia. Allí Juan Martín recibió a Catalina, la cual llegó subida en un carro engalanado tirado por un burro. El novio la ayudó a bajar y cada uno, cogidos del brazo del padrino y la madrina, saludaron al párroco en la entrada de la parroquia, para posteriormente entrar, entre arcos vegetales, al interior donde se celebró la boda.
El enlace estuvo salpicado de no pocas anécdotas. Desde un monaguillo que no paraba de incordiar al sacerdote mientras oficiaba, hasta un padrino despistado que no se acordaba de que era él quien tenía los anillos. Agapita tiró las arras por accidente e, incluso, una de las mozas asistentes a la misa, se levantó ante las palabras del cura cuando este comentó aquello de que si alguien tenía algo que decir lo dijese en ese momento o callara para siempre. La mujer quiso atribuirse un romance con El Empecinado pero la férrea defensa de su hombre por parte de Catalina dio por zanjado el tema. En la puerta los nuevos esposos recibieron la enhorabuena de muchos invitados y fueron obsequiados con un baúl repleto de útiles regalos.
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Banquete nupcial
Tras la ceremonia que contaba con todos los parabienes eclesiásticos para ser representada en el templo- los recién casados y el cortejo nupcial descendieron desde lo más alto de la localidad, donde se sitúa la iglesia, hasta la plaza Mayor, donde los novios agasajaron a sus invitados a un refrigerio a base de buen vino y de rosquillas.
Mientras todos disfrutaban del aperitivo nupcial, los organizadores del evento la Asociación Cultural Empecinados por Castrillo- se afanaron en preparar, en la misma plaza Mayor, las mesas y la correspondiente vajilla y cubertería para dar comienzo al banquete nupcial.
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La actividad desarrollada en la jornada pasada por la Asociación Empecinados por Castrillo fue intensa, sin tregua. Antes de irse de boda, no faltaron a su cita anual con la celebración de su tradicional fiesta de la siega en la que se recrea la recolección del cereal de siglos pasados, cuando las respectivas tareas se realizaban a mano. Madrugaron para recoger la mies y una vez trasladada a una era ubicada junto al casco urbano, se procedió al trillado de la misma ante el regocijo de grandes y pequeños.
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