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Juan Cartón y Toño García

Tatuadores contra la 'marca blanca'

Los artistas profesionales dedican el 30% de sus sesiones al ‘cover’, arreglar lo que otros han hecho mal

J. Asua

Domingo, 8 de junio 2014, 14:00

«Llevamos veinte años en esto y todavía estamos aprendiendo, el tatuaje es un arte que no se enseña en un minicursillo». Lo de Juan Cartón y Antonio García, más conocido como Toño Rockería, es vocación en pellejo propio y ajeno. Vuelcan sus musas en la piel y saben que el lienzo es delicado. Demasiado. En los estudios veteranos de Valladolid, agrupados en el Colectivo de Artistas Tatuadores Profesionales, se ha disparado la alarma. Cerca del 30% del trabajo que llega en los últimos tiempos es para aplicar el denominado cover (tapar), una práctica de corrección complicada que consiste en intentar arreglar lo que otros hicieron mal. Y el porcentaje va a más. Mal rollo.

«Algunos solo quieren hacer el business y en esto hay que tener cuidado, no hay rebajas y los dos por uno pueden salir muy caros», explican estos dibujantes de epidermis. Los reyes de la marca advierten de la marca blanca en un negocio donde, aseguran, cada vez se cuelan más desaprensivos. «Algunos lo están envileciendo», recalcan en una seria llamada de atención.

En las camillas y sillones de trabajo de estos siete santuarios con solera se están viendo verdaderas sangrías. «Primero, una mala calidad de la obra y, lo que es más peligroso, una mala técnica que se traduce en trazos abultados y cicatrices;intentamos hacer lo que podemos para remediarlo, aunque a veces es muy difícil», lamentan.

Hasta hace unos años los maestros únicamente tapaban los denominados tatuajes «de palillo», esos bocetos irregulares que los veteranos lejías se hacían de forma artesanal en el Tercio o con los que los presos se estampaban sus cuitas o esperanzas entre rejas durante la condena. Se trabajaban especialmente los bíceps. Ahora, la popularización del tatuaje unida una la crisis económica, «que lleva a buscar la ganga», está haciendo estragos, según recalcan los portavoces de esta asociación. De un círculo reducido de aficionados a dejarse la piel con una leyenda o un dibujo que marcó su vida, se ha pasado a una barra libre a la que acude no solo el motero rockero con Harley el perfil más clásico sino los niños pijos, los macarras, la jovencita que ha visto a su actriz en las revistas con un corazón en el hombro o la madre que se escribe el nombre de los hijos en el empeine. «Hasta gente del Opus, todos se hacen tatuajes», señala Juan.

¿Que cuál es la tendencia en está repentina socialización de una práctica que hasta hace poco se asociaba a marginalidad? El lettering traducido,Federico eres mi vida el polinesio, el tribal floral o el realismo japonés, que imprime en el cuerpo dragones o carpas, entre otras figuras. Y ante esa demanda creciente algunos «solo ven dinero».

Juan y Toño, como portavoces de la vieja guardia del oficio, son claros. Lejos de azuzar al personal para que se marque de pies a cabeza, acotan que en esta decisión precipitarse no es malo, es peor. Uno, porque es para toda la vida. Dos, porque es necesario saber quién va a trabajar con tu piel.

«El que quiera hacerse un tatuaje debe asesorarse, ver cómo trabajan los diferentes estudios, pedir el book del artista...», recomiendan estos profesionales, capaces de saber decirle que no a un cliente potencial, que intuyen que se puede arrepentir a la primera de cambio.

Los escrúpulos de un oficio milenario contrastan con una hornada que, a rebufo de la moda, ha sustituido arte por garabato disfrazado. «Son capaces de coger a una chica de 16 años y tatuarle los dedos cuando el que sabe de esto es consciente de que en poco tiempo el tatoo va a quedar feo». Lo mismo que aquellos que cogen trabajos para la cara, el cuello o las manos, las partes del cuerpo que antes envejecen, según aclaran. En el proceso, añaden, son necesarios tiempos de espera que algunos no respetan y que pueden tener consecuencias graves.

El Colectivo de Artistas Tatuadores Profesionales amplía sus advertencias a las perforaciones, más conocidas por piercing, donde los precios «también se están tirando». Aquí la maestría es fundamental. Un agujero mal hecho en la lengua o la ceja puede tocar un nervio. «¿Quién responde luego?», se preguntan. Marcaje, y serio, al low cost.

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