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Francisco Apaolaza
Viernes, 30 de mayo 2014, 13:52
Blusa roja de lunar azul, pantalón negro, los labios encarnados, Miriam González, que mañana cumple 46 años, entra en el Palacio de Viana de Madrid con un andar ligero, decidido y a la vez alegre, como si fuera un militar coreano en el desfile del día de la patria y al mismo tiempo una niña que corre hacia un columpio. Parece de esas mujeres que sonríen de cabo a rabo como si el mundo fuera un anuncio de champú, pero a las que se les presiente una tempestad en cada enfado. Quizás esa dualidad es la que le ha hecho ser madre de tres, viceprimera dama del Reino Unido, abogada de éxito y uno de los 100 principales españoles, según la fundación Fusionarte y la Marca España, que la homenajeó el miércoles junto a otros compatriotas con historias de triunfo en el extranjero. «Sigo siendo la misma», dice. No suena a excusa, tampoco a soberbia. Bienvenidos al éxito.
Entre los premiados hay biólogos, sacerdotes, abogados, físicos, astrónomos, empresarios, cirujanos, economistas... y una mujer a la que por lo bajo y entre el gentío se refieren como Lady Clegg. Sí, Miriam González es la mujer de Nick Clegg, jefe del Partido Liberal británico y viceprimer ministro en el gobierno de David Cameron. Ella y Clegg se conocieron estudiando en Brujas cuando él le pidió clases de flamenco a una chica de Olmedo (Valladolid) que era toda una belleza gitana a los ojos de un pálido inglés. Desde los comicios de 2010, ella ha estado en el punto de mira de la prensa británica que la considera un icono feminista, un personaje admirable y al tiempo un elemento díscolo que de vez en cuando levanta ampollas y suelta un «cojones». En los tabloides habitualmente se refieren a ella con ironía británica y la llaman «La señora Clegg, que usa su apellido de soltera, González».
¿Cómo lleva el estigma de ser la mujer de?
No lo he sentido. Cuando te casas pasas a ser la mujer de. Es algo objetivo y más cuando te casas con alguien más conocido que tú. Es normal.
El tipo famoso de las portadas de la City es su marido Nick Clegg, pero en realidad, puestos a comparar, el que casó bien hace 14 años no fue ella, sino él. Desde que inició su carrera, Miriam es una abogada de la elite del derecho internacional. Ahora es socia de la firma estadounidense Dechert LLP, uno de los despachos más reputados del mundo y se ha batido el cobre en centenares de casos de altura. Su campo son las relaciones comerciales con la Unión Europea y, pese a ese aire encantador con el que acepta las entrevistas, en los tribunales la consideran un perro de presa. El Daily Mail cuenta que cobra 700 euros la hora, lo que no resulta descabellado. Se ha publicado que a cuenta de un litigio de unas minas en Kazajstán, por un trabajo de dos años, su despacho facturó una minuta de 20 millones de euros. Con todo, el miércoles en Madrid la premiaron, más que por su sueldo, por su valía y por la imagen que ofrece de nuestro país en el extranjero.
¿Saldrá España del túnel?
Seguro. Estoy totalmente convencida de que saldremos del túnel. España tiene mucho que ofrecer y los españoles tenemos mucho de lo que estar orgullosos. Hay gente fuera del país haciendo cosas muy interesantes, pero no se cuenta, por eso me encanta la idea de Marca España. Ante las cámaras, mantiene esa dualidad del glamour retenido por cierta sobriedad castellana en la sonrisa. La usa cuando lo primero que le pregunta el batallón de las teles es por esa reunión en la que dijo en inglés que «los hombres que cuidan de sus hijos tienen más cojones» (sic). A los ingleses, la gracia les encantó y al tiempo les dio qué hablar, como les ocurre con tantas cosas. En The Guardian la definieron como «La Michelle Obama de la coalición».
¿Exageraron la frase?
Fue un comentario jocoso en una charla coloquial, no hay que darle más importancia. En cambio, en la Pérfida Albión, aquel castizo vocablo profundizó en esa fama suya de maman fatale, de madre y esposa que se sale del guión. Esa etiqueta siempre ha planeado sobre Miriam desde que saltó a la prensa en la campaña de 2010. Entonces, aseguró que se mantendría en sus trece de cuidar a sus hijos y no dejar su carrera de abogada. No es que sea una revolucionaria antisistema, pero sí que se negó a hacer ante los votantes el papel sumiso y color pastel de las mujeres de otros candidatos. Todo lo adornó con un cierto discurso de guante de seda y puño de hierro. En una ocasión, le preguntaron si no iba a dejar su trabajo en el bufete como Samantha Cameron. «No tengo tanta suerte como ella», respondió. No hubo réplica posible.
Cuando en The Times cargaron contra Sara Carbonero por distraer a Casillas en el Mundial, los acusó de machismo y tuvieron una bronca notable que ella zanjó con una buena dosis de espontaneidad y una tortilla de patatas hecha por su madre y enviada a la redacción.
La consideran un símbolo feminista...
No soy un icono feminista, pero no tengo problema en decir que soy feminista. Las mujeres tienen que ser igual de libres que los hombres para hacer lo que quieran o lo que no quieran.
Lo de los «cojones» fue solo una anécdota. La lucha de Miriam va por otros caminos. Actualmente, lidera un proyecto que permite que niñas inglesas conozcan a mujeres profesionales para que puedan guiar sus caminos en la vida. «Queremos que las niñas vean distintos modelos de mujer, distintas profesiones que normalmente no ven. Que tengan otros modelos distintos de los de las revistas». Para completar la misión, 9.000 voluntarias recorren los colegios y la organización, que se llama Inspiring the Future, ha atendido a 400.000 jóvenes en todo el país.
Hija de un senador del PP
La vida de la señora Clegg ha recorrido escenarios muy distintos. Aunque haya terminado vibrando en el frenesí de la sala VIP de Heathrow y en los almuerzos refinados de la elite del british parliament a orillas del Támesis, la suya empezó en Olmedo, un pueblo de casi 4.000 habitantes cercano a Valladolid. Nació en una casa conservadora, hija de José Antonio González, un padre senador del PP que fue el primer alcalde de la democracia en Olmedo.
Por mucho que respire las nieblas del poder de Londres, Miriam sigue siendo fiel a su tierra y a ella acude con frecuencia junto a su marido y sus tres hijos, Antonio, Alberto y Miguel, de 11, 6 y 4 años, que estudian en un colegio católico, que acuden semanalmente a misa con su madre y que toman el aperitivo en un bar regentado por un español.
La familia ha tratado de limitar la borrasca que supone para cualquier hogar acceder a un puesto de poder y exponerse a la prensa amarilla del país. En ese intento por que todo permaneciera, el matrimonio decidió no mudarse a las dependencias del viceprimer ministro en Whitehall, sino que mantuvieron su casa en el barrio de Putney, al suroeste de Londres (dos millones de euros, según el Daily Mail).
¿Cómo le ha cambiado la vida?
La verdad es que no ha cambiado mucho.Sabía lo que era ayudar a mi padre en política y ahora ayudo a mi marido. En realidad, sigo siendo la misma. Cuando me encierro en mi despacho, sigue siendo todo igual y mantengo la vida de siempre: vivo en la casa de siempre, mis hijos van al colegio de siempre y sigo acudiendo al trabajo en el mismo tren en el que nadie me conoce.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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