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Los generales norcoreanos presentan sus respetos a Kim Jong-Un. :: REUTERS TV
MUNDO

Dos mundos opuestos divididos por una línea imaginaria

El paralelo 38 parte en dos la península de Corea y pone de relieve el fracaso del régimen de los Kim

Z. ALDAMA

Miércoles, 21 de diciembre 2011, 01:27

El paralelo 38 es, como cualquier otro, una simple línea imaginaria que, con la ayuda de los meridianos, sirve para ubicar un punto en el globo terráqueo. No obstante, a su paso por la península de Corea cobra vida. Deja el mundo virtual para convertirse en una muralla de alambre de espino. Es la zona desmilitarizada, en la que ningún ser humano puede poner un pie, la frontera más impermeable del planeta y el último bastión de la Guerra Fría. Es el resultado del acuerdo que sellaron tras la II Guerra Mundial las dos grandes potencias, la URSS y Estados Unidos, con el beneplácito de Reino Unido. Iba a ser un parche temporal, pero seis décadas después todavía no tiene fin.

En el tramo en el que su delineación es más estrecha, el paralelo 38 está simbolizado solo con una línea blanca pintada en el asfalto. Soldados de ambos bandos se miran en este punto cara a cara. No pueden hablar entre ellos, solo escudriñar sus pensamientos. A su alrededor, no obstante, los turistas disparan sus cámaras sin cesar, y buscan con los prismáticos una imagen de Corea del Norte. Pero lo que ven no es más que un pueblo de cartón piedra erigido para hacer pensar a los surcoreanos que el régimen de los Kim es poco menos que el paraíso. Aquí la guerra continúa, porque nunca se ha firmado la paz. De momento, gana quien tiene la bandera más alta, el norte, o quien posee los altavoces más potentes, el sur.

El paralelo 38 divide mucho más que una península. Separa dos Estados opuestos en sus sistemas económico y político. Dos formas de vida completamente diferentes. Cincuenta kilómetros al sur, por impecables autopistas, queda Seúl. Una ciudad de neón en la que los rascacielos muestran con orgullo las grandes corporaciones patrias a las que pertenecen, Internet vuela como en ningún otro lugar del planeta, y la población disfruta de uno de los milagros económicos del continente: los niños reciben la mejor educación del planeta, el nivel de bienestar se ha multiplicado de forma exponencial en las últimas tres décadas, y la democracia se ha afianzado.

A unos 70 kilómetros al norte de la zona desmilitarizada está Pyongyang. Una urbe dominada por los grises de edificios, calles y personas. Avenidas desiertas, trolebuses anticuados, monstruosas esculturas de sus líderes políticos y espirituales -Kim Il-Sun y el recién fallecido Kim Jong-Il-, una monotonía rota solo por la propaganda gubernamental, y una población uniformada y depauperada que poco conoce del exterior de su país. Sin embargo, algo se mueve en la capital de Corea del Norte. Han llegado los móviles, y la piratería audiovisual china. Es poco, pero muchos esperan que tenga fuerza suficiente como para resquebrajar el férreo control del régimen y hacer entrar en razón a Kim Jong-Un. Porque todos los que escapan a Seúl o Pekín tienen muy claro que les han vendido el infierno como si fuese un paraíso.

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