FIDELA MAÑOSO
Domingo, 4 de diciembre 2011, 17:40
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Ana, Jessica, Sara, Sandra, Lucía, Patricia, Inés..., el pequeño Jaime, de siete años. Sus padres les han dejado a la entrada de la Escuela de Danza, han pasado a los vestuarios y se han puesto la malla y las zapatillas de baile. Ya están preparados para iniciar la clase que imparte María Tomillo, profesora y 'alma mater' de la Compañía DyD, que cumple su décimo aniversario, y que está formada por personas con discapacidad intelectual (la mayoría con síndrome de Down y algún caso de Williams), cuyas coreografías ya han podido disfrutar cientos de personas.
«Han sido diez años de mucho trabajo, pero al mismo tiempo un descubrimiento y apoyo importante de las personas con discapacidad en su consideración artística», recuerda María Tomillo, quien se muestra orgullosa de que en este tiempo hayan logrado crecer como compañía, gracias a un programa formativo que desarrolla y fomenta el talento artístico de estas personas. Pero el crecimiento también se ha traducido en el número de integrantes, ya que empezó con ocho alumnos, de los que actualmente permanecen siete, y ahora cuenta con 26, de los que solo dos son niños.
Los participantes se encuentran divididos en dos grupos, en función de las edades: trece de ellos tienen entre 18 y 24 años, y otros tantos se sitúan entre los 6 y 14 años, aunque está previsto que de forma inmediata se desdoble este grupo, precisamente el que muestra sus dotes para elaborar esta información periodística. Algunas niñas están pendientes de la cámara fotográfica, pero la profesora encauza su atención poniendo música y chascando los dedos. Empieza la clase. Pie, punta, salto, talón, manos... «Me quedo ahí». Y el pequeño Jaime, que trastea más que cualquier día por la presencia de extraños en el salón, se apoya sin disimulo alguno en el brazo de la profesora para mantener el equilibrio.
Sacar el máximo partido
Los alumnos de María no superan ninguno de ellos el 45% de discapacidad. De no ser así, reconoce que no reuniría las condiciones ni los recursos para atenderlos. «Mi labor es sacar el máximo partido a mis alumnos, crear un nivel donde todos entren en una dinámica. Puedo llegar a trabajar unos mismos conocimientos con diferentes niveles de capacidades, porque lo que pretendo es respetar esas diferencias y jugar con ellas», cuenta esta joven profesora de danza y licenciada en Historia del Arte.
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Experimenta con sus amplios conocimientos y estudia cómo adaptarlos a sus alumnos. Con los más pequeños trabaja en estos momentos en la expresividad, la expresión corporal y el tono muscular. Quiere que sus movimientos transmitan sensaciones, sentimientos, que interactúen entre ellos. Y ahí está el grupo al que pertenece Jaime, mostrando sus habilidades: caminan como soldados en desfile, trotan y retumba el parqué, tocan talón con la mano contraria... Y empiezan los ensayos: el del 'escaparate', en el que supuestamente cada uno va por la calle y elige un objeto con el que tiene que jugar o ponérselo.
María muestra así una nueva forma de ver a las personas con discapacidad que pasa, sobre todo, por el reconocimiento de sus potenciales. Y eso significa poner en escena toda su capacidad creativa y de expresión que habitualmente se ignora, pero al mismo tiempo logra que los alumnos descubran por sí mismos que también pueden acceder a un mundo artístico al que pudiera parecer que son ajenos. El trabajo y los logros con ellos son a más largo plazo. Pero no importa: «Disfruto igualmente porque mis alumnos con discapacidad son los más fieles que tengo, vienen a clase todos los días, si faltan es porque realmente están malos».
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