![Un resquicio al libre albedrío](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/pre2017/multimedia/prensa/noticias/201110/24/fotos/7888158.jpg)
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Lunes, 24 de octubre 2011, 02:52
Quién dijo que nacíamos libres? A socavar, retorcer y reconsiderar esa idea se ha dedicado Heidi María Faisst, directora y guionista de 'Rebote'. Si la película danesa aborda el peso de los errores maternos sobre una hija adolescente, la segunda exhibida ayer en Punto de Encuentro, 'La lección de pintura', refleja también la determinación histórica del Chile predemocrático en la truncada carrera de un pequeño genio.
Presente en casi todos los deportes con esférico, el rebote es en la película de Faisst una metáfora de la vida de Louise. A sus 14 años hace tres que no sabe nada de su madre, vive con sus abuelos y se asoma, como cualquier adolescente, al sexo, a la noche, a la confrontación con sus mayores. Nada la distingue de sus compañeros de instituto hasta que aparece su madre, conseguida la libertad condicional.
Louise comienza rechazándola, como la abuela, pero sucumbe a su curiosidad. La sigue y se cuela en su mundo noctámbulo, de drogas, sexo y música electrónica. La madre no ejerce tal condición, es más bien una hermana mayor que le presta los zapatos y las camisetas. La evolución de Louise desde el intento por salvarla, el enfrentamiento con sus abuelos, el esquinazo a su vida anterior, hasta la consciencia y aceptación de que su madre no tiene remedio y su supervivencia pasa por alejarse de ella es el meollo de la segunda película de Faisst. Louise hará de camello, probará la droga, el sexo con un ex novio de su progenitora, tocará fondo y cerrará la puerta a la peligrosa herencia materna. Se zafará gracias a sus abuelos de tan determinante rebote. Frederikke Dahl Hansen es la joven actriz que sostiene un guión más propio de un cortometraje.
Faisst es alumna de la Escuela Nacional de Cine de Dinamarca. Los movimientos de cámara, sobre todo en la noche, guardan el eco de Von Trier y de un Dogma mucho más depurado. Como hallazgo personal, el juego de los mensajes de texto en el móvil y su sobreimpresión en los fotogramas con la caligrafía del emisor.
Menos electrónico y urbano, más natural y abierto es el filme de Pablo Perelman. El director para quien el tiempo de agitación contra la dictadura chilena marca el reloj de su cine, parte de un cuento intimista, pequeño, provinciano, para abrir el objetivo a la historia mayúscula, la del cambio de régimen en Santiago, la del sueño revolucionario de una sociedad más justa.
Otra madre soltera da pie a la narración de Perelman. La española Verónica Sánchez es Elvira, una joven vestida de viuda que criará a su retoño en soledad trabajando de manceba con un boticario. Un pueblo chileno, sus gentes susurrantes, el reparto entre la plebe y anímica elite reunida en torno a los naipes y el pisco sour, conforman el mundo en el que aparece Augusto. El niño despunta pronto como pintor sin que apenas medie la lección del título. El maestro acepta pronto sus limitaciones y empeña su esfuerzo en sacar lo mejor del verdadero talento del niño.
Augusto será la esperanza de su comunidad cuando tocan la revolución con la punta de los dedos. De los inocentes retratos, de las copias de verduras al natural, a los cuadros comprometidos, los de gauchos, libertades guiando al pueblo y lemas comunistas. Los militares, en su último paseo por esta parada de tren, interpretará esos cartones menos alegremente que los camaradas de Allende. El niño, como tantos otros, desaparece. Difícil acompasar los tiempos emocionales de un niño con los políticos de un país. Perelman los fuerza, caminan parejos pero no siempre al compás. Acostumbrados a ver al mexicano Daniel Giménez Cacho en papeles de villano, cuesta acomodarse a su condición de mecenas. Al principio la cuesta entrar, pero Verónica Sánchez se gana a Elvira, convirtiéndose en una expresiva y silenciosa mujer chilena. Perelman esboza, como un impresionista, los años de efervescencia aunque habría que preguntar a las jóvenes generaciones si se pueden dar por sabidos.
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