La otra mejilla de los amish
ISABEL F. BARBADILLO
Domingo, 23 de octubre 2011, 03:11
En la era de la tecnología sobreviven sin ordenador, sin coche ni electricidad. Contra el desarrollismo industrial imponen sus manos artesanas y el trabajo de la tierra. Priman el sentido de comunidad frente al individualismo y sus reglas las cumplen a rajatabla o son excomulgados. Los amish, esa comunidad anabaptista (solo en la fase adulta están en condiciones de recibir el agua bautismal) aman la sencillez, los campos que cultivan y los animales que crían en sus granjas. Consideran que la Biblia es el modelo de vida a seguir y se aíslan del resto de la sociedad porque son la «raza elegida, una verdadera comunidad cristiana, una nación sagrada, el pueblo de Dios». Lo sabemos por películas, documentales y series de televisión. Especialmente, por la que protagonizó Harrison Ford en 'Testigo único' (1985), que les dio a conocer al mundo . Desde entonces tienen que aguantar la presencia masiva de turistas que desean husmear en su vida privada. Ellos lo soportan estoicamente, y así se han ganado el respeto de esa gran mayoría de ciudadanos que solo ve en ellos una estampa idílica del pasado.
La población amish engloba a unos 260.000 miembros que han detenido el tiempo y perpetuado la forma de vida que hace más de tres siglos sus antepasados desarrollaban en Suiza y Alemania, de donde huyeron de la intolerancia religiosa. En América sufrieron otro gran golpe: se escindieron de los menonitas, adeptos a los cambios de la sociedad moderna. Lejos de sucumbir a esas tentaciones y comodidades que los apartaban de Dios, los amish se fortalecieron y proliferaron en aldeas ubicadas en 28 estados, entre ellos Ohio, Illinois, Pensilvania y Nueva York. Unos 1.500 viven en el sur de la provincia de Ontario, en Canadá. Aquello sucedió hacia 1890.
Pero los látigos del destino son imprevisibles y ni el buen corazón de los amish ni sus rezos han podido frenar una nueva convulsión. A primeros de este mes, los habitantes de unos poblados de Ohio fueron atacados de forma violenta por varones de un clan disidente. Les raparon la cabeza a las mujeres y les afeitaron la barba y las patillas a los varones. Una humillación inimaginable para una de las comunidades más pacíficas del planeta y, lo peor, perpretada desde dentro. Cuando el enemigo duerme en casa sabe cómo hacer más daño. Y profanaron lo más respetado, los símbolos de su identidad étnica y religiosa. La barba es obligada para el hombre casado y las mujeres cometerían un sacrilegio si se cortaran el pelo, el mayor exponente de su belleza natural. Los patriarcas del grupo aún debaten las consecuencias de tan brutal ofensa. La comunidad sigue conmocionada. ¿Cómo es posible que un sector de los suyos ignore las virtudes del diálogo, se salte a la torera las reglas que les han mantenido unidos más de cien años y arrase con lo más sagrado?
El perdón
La Policía también investiga. Acostumbrados a arreglar las cosas entre ellos, tuvieron que vencer sus reticencias y poner una denuncia. Fue una excepción. A los detenidos se se les acusó de secuestro, allanamiento de morada, asalto y robo. Tras múltiples interrogatorios en la localidad de Bergholz, nombre que ha adoptado el clan, los policías sostienen que este grupo, expulsado de la comunidad, actuó por venganza. Otra palabra prohibida para los amish, dispuestos siempre a poner la otra mejilla y a perdonar. El perdón, ese gesto tan cristiano, ya provocó un debate interno cuando se lo regalaron al asesino Carl Roberts, el camionero pederasta que la emprendió a tiros en una escuela de Bart Township, cerca de Filadelfia, mató a cinco niñas amish y después se suicidó. ¿Cómo pedir perdón si no ha existido arrepentimiento?, se preguntaban algunos líderes religiosos. No solo lo pidieron, sino que ayudaron a la viuda y su familia con donaciones para que salieran adelante. Fue también una de las pocas ocasiones en las que aceptaron ayuda de las instituciones. Entre ellos se cuidan y en caso de desgracia, enfermedad, un incendio, todos apoquinan de buena gana. Son los preceptos.
Los amish pagan impuestos pero no suscriben seguros médicos. En caso de enfermedad grave acuden al hospital, pero prefieren los remedios caseros y el 'Dios proveerá'. Por eso están disgustados con la reforma sanitaria de Obama, que obligará a contratar seguro médico a los ciudadanos y las empresas antes del año 2014. No suelen votar en las elecciones (lo hace en torno al 10%) y la mayoría comulga con los republicanos. Los amish son esos 'rara avis' vestidos de oscuro, con negros sombreros y curiosas cofias, impertérritos, contrarios a que la modernidad invada la vida familiar y les robe el sosiego, que oran en casa y se casan en noviembre cuando acaban las recolecciones agrícolas, que elaboran unos dulces riquísimos y hacen filigranas con la madera.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.