El peligro se llama McCalebb
Pese a sus 178 cm, el yanqui nacionalizado es el motor de la sorprendente Macedonia
J. M. CORTIZAS ENVIADO ESPECIAL
Viernes, 16 de septiembre 2011, 03:45
Bo McCalebb eligió un mal sitio para nacer o lo hizo con el chasis inapropiado. Era cuestión de roce que le diera al balón y la canasta, ya que su padre fue el que le introdujo en la religión del basket. En la Walker High School, lo mismo que en la Universidad de Nueva Orleans, se salió. Fue uno de los Privateers que hicieron correr ríos de tinta fruto de estadísticas terribles para los rivales. Como aquellos 78 puntos en un partido con los que se despidió camino de su vida universitaria.
Pero no creció unos centímetros más y eso le dejó sometido a la tiranía del síndrome de los seis pies. Rozando los 180 centímetros, la NBA no le valoró por su juego, siempre espectacular, directo, con la guinda de una suspensión ante la carga de los pívots rivales, a los que muchas veces buscaba y lo sigue haciendo, que le convierte en un levitador. Lo más cerca que estuvo de abrir la puerta de la NBA fue con los Hornets. Pero Byron Scott acabó con su futuro. Lapidario en los papeles: «No habla en la cancha». No había otra que hacer las maletas.
Antes ya se había fortalecido McCalebb en su Nueva Orleans natal. Una beca denegada que trastocó sus planes de estudio y el huracán 'Katrina'. Se quedó sin casa. Se trasladó con su madre a Houston y los buitres no tardaron en revolotear. Agentes comiéndole la cabeza con la imposibilidad de que su Universidad compitiera tras la catástrofe natural. La oferta era casa y plan de estudios en algunos de los campus más rimbombantes. No tragó. Habló con los suyos y le garantizaron que Nueva Orleans estaría en los tacos de salida, aunque tuviera que disputar todos sus partidos como visitante.
Sin pagar nada en Macedonia
Así se forjó el carisma de un norteamericano que ahora podrá «vivir el resto de su vida sin pagar nada cuando venga a Macedonia», según apuntaba un periódico local tras la heroicidad de la eliminación de Lituania.
Aparcada la hipocresía de ver diferente su nacionalización que la de otros casos de selecciones más poderosas. Por lo menos es de los que se ha aprendido el guion y la pasada semana dedicaba uno de los triunfos macedonios a su país de adopción por el vigésimo aniversario de la declaración de Macedonia como nación.
De su padre aprendió que una buena filosofía de vida es no dejar nunca de perseguir los sueños. Con sus puntos, su liderato, su omnipresencia pese a lo enjuto del formato, ha dado al Eurobasket lituano la saga de héroes que toda competición necesita para reencontrarse con la esencia, ya utópica, de que nadie es más que nadie.
Suena en su inseparable iPod el rapero Kanye West. De él saca la cadencia para perpetrar sus fechorías. Se las toman como tales quienes las padecen. Porque estamos hablando de una Macedonia en la que muchos de sus integrantes no podrían superar el listón de la Adecco LEB. Como suena. No importa. El secreto está en la masa.
«Somos doce hermanos. Vivimos y respiramos como uno. No tenemos por qué parar. Lo hemos merecido. Fue la mejor victoria de nuestras vidas, pero pueden llegar más». Palabra de Pero Antic, el pívot al que diez años atrás su actual seleccionador le vino a decir que no servía para este negocio. Mientras, en Skopje, la capital macedonia, el relato de los hechos es el siguiente: «Tras arrasar Alytas y Vilnius, los hijos de Alejandro llegan al corazón del baloncesto lituano, Kaunas».
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