![Toros, Hemingway y kalimotxo](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/pre2017/multimedia/prensa/noticias/201107/10/fotos/7102262.jpg)
![Toros, Hemingway y kalimotxo](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/pre2017/multimedia/prensa/noticias/201107/10/fotos/7102262.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
BEA GÓMEZ GONZÁLEZ
Domingo, 10 de julio 2011, 03:44
Escribo este artículo desde la terraza aérea de una casa de Barásoain, un pueblecito del Valle de Valdorda, en la merindad de Olite. Iñaki nos ha invitado y por eso hemos venido. Estamos a 25 kilómetros al sur de Pamplona y, sepa usted, querido lector que, aunque usted esté leyendo estas líneas el domingo día 10, yo las escribo, esta vez, algunos días antes; en concreto, tres. Así que, aquí me tienen, a 25 kilómetros de la Estafeta y el mismísimo día de San Fermín, escribiendo un artículo que, intentaré, no contendrá las palabras toro, kalimotxo, o Hemingway.
Ups, vaya. Creo que ya no hay remedio. Esas tres palabras que me había propuesto no pronunciar, ni siquiera, por escrito, salen de mi boca casi como un mantra, dadas las circunstancias y, dadas las circunstancias, se posan en mis dedos que, a su vez, se posan sobre el teclado y confabulan, los muy sibilinos, para combinar las teclas de tal modo que mi promesa se venga al traste y las palabras toro, kalimotxo y Hemingway, de nuevo, en ese orden, vengan a dejarme en un lugar nefasto. Pero compréndanlo, es difícil no pronunciarlas en plenos San Fermines y a tan sólo unos kilómetros de la fiesta. ¿O es que ustedes serían capaces? Díganmelo porque, de ser así, mis dedos se retirarán del teclado, sigilosos, para dejar paso a los suyos, y emprenderán su marcha a la cabeza, con el fin de quitarme el sombrero.
De todos modos, teniendo en cuenta que yo siempre fui más de cerveza de que kalimotxo y muchísimo más, entrados ya en la harina literaria de la generación perdida, muchísimo más, como digo, de Faulkner que de Hemingway, pensarán que qué demonios hace alguien antitaurino, que pasa de Hemingway y del kalimotxo, en las cercanías de Pamplona, en pleno día de San Fermín. Y quizá tengan razón. Sé que no colará, si les juro y les perjuro que me he venido hasta aquí para escribir este artículo. Sé que no colará, lo sé. Sé que pensarán de mí cosas horribles, cosas que no se corresponden conmigo en absoluto, o tal vez sí, pero créanme si les digo que no es lo mismo escribir dentro que fuera de las cosas, y por eso yo he preferido, teniendo la ocasión, claro, hacerlo así, en los perímetros de todo, en los perímetros de la fiesta y en los perímetros del camino, como viendo -si se me permite el símil taurino, de nuevo- los toros desde la barrera.
La calma de esta terraza, el silencio absoluto de las noches, la quietud de las calles, el rigor y el peso de la piedra, el estatismo de las cosas, su permanencia casi legendaria, contrasta sin duda con la vorágine de lo fugaz y lo portátil de la fiesta que bulle, vertiginosa y móvil, dentro de la capital. Dormir cerca del ruido pero dentro del silencio es extraño. Si no estás acostumbrado al silencio, como a mí me pasa, quizá tengas que seguir los consejos de alguien que te quiera bien, e imaginarte el sonido de los coches, como tuve que hacer yo la primera noche que pasé en la comarca. Sé que no es frecuente leer esto, ni decirlo, pero a veces el ruido es un regalo. El silencio lo es casi siempre, ya lo sabemos, pero a veces la nada ocupa demasiado espacio, y tenemos que llenarla de algo mínimo para romper su ritmo plomizo y monocorde.
Idiosincrasia de los pueblos
Por eso no me gustan los pueblos, porque están llenos de silencio y de quietud. Y por eso me gustan, también, porque basta un gesto o una palabra, incluso imaginada, para romperlo. El sonido, sin embargo, el movimiento, es siempre más difícil de aplacar, deparar, de silenciar. No digo que no se pueda, digo sólo que es más difícil.
Pienso en ello. Como en las tildes y en los triptongos, pienso en ellos, también. Y en la idiosincrasia de los pueblos, de los ruidos y de los silencios. Son distintos y no. Son lo mismo y su contrario. Los lugareños de aquí dicen que aquí es la mejor parte. Defienden su fortaleza como si fuera un órgano, a veces en contraposición a otras fortalezas, a veces en contraposición a nada en absoluto. Todos los pueblos quieren ser mejores que los otros, pero ninguno se plantea ser mejor que sí mismo. Marcar la diferencia es reconocerse, identificarse y, a su vez, hacerse ajeno. Es verse a uno mismo a través de un no yo, construido en base a otro. A veces me da miedo, porque a veces, la palabras otro y enemigo se parecen demasiado. Y todos somos uno pero todos, también, somos el otro muchas veces.
Pienso en ello, de nuevo. Hace unos meses que me vengo dejando acariciar por la interpretación, y el otro día llevamos a cabo una propuesta amateurísima, que en la que llevábamos tiempo trabajando. Fue bonito, pero sobre todo, fue intenso. Intenso porque no es sencillo construir un personaje a partir de tu persona. E interpretar, al fin y al cabo, es eso. Es darle mucho de ti a otro, que en realidad sigues siendo tú mismo, para que ese otro se convierta, al cabo, en alguien distinto. Pienso en ello, como digo y pienso que la profesión de actor es una de las profesiones menos nacionalistas que conozco. El actor no puede proclamar su fortaleza como la mejor, porque su fortaleza es un agujero que se va llenando con miles de fortalezas distintas. Para el actor, las más de las veces, la fortaleza mejor son todas las fortalezas y su idiosincrasia es una universalidad que nace de lo íntimo. Ser actor, igual que ser escritor, es vaciarse. Es como ser un vaso vacío. Eso te da capacidad. Te hace posible.
Pienso en esta comarca, ajena a la mía, en sus paisajes, en su paisanaje, en su gastronomía; y me parecen estupendos. Muchos mejores que los de cualquier lugar, como los de cualquier lugar. Pienso en el nombre de este pueblo, en su etimología. Quizá por deformación profesional, pienso en su triptongo, Barasoain, rasgo propio del euskera pero también, rasgo propio de algunas lenguas de la Romania occidental. Pienso que no está tan lejos su menestra de la nuestra, su cordero al chilindrón de nuestro lechazo asado, su pacharán de nuestros caldos. Leo a Faulkner y me tomo una cerveza. Es estupendo ser uno, pero a veces es mejor ser todos los demás.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.