ENRIQUE BERZAL
Lunes, 4 de julio 2011, 14:19
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Valladolid, 18 de julio de 1936. La noticia desconcierta un tanto al 'Estado Mayor' de la sublevación en la ciudad. Saliquet y compañía tenían pensado perpetrar el golpe el día 19, pero la rebelión de los guardias de Asalto los acaba de sorprender, a mesa puesta, en la finca de los hermanos Cuesta, en el término municipal de Mucientes. Sin perder un minuto, cancelan la cena y aceleran las operaciones. El primer objetivo es claro: hacerse con el poder militar.
Al frente de la División Militar se encuentra el general Nicolás Molero Lobo, hombre fiel a la República que había regentado la cartera de Guerra en dos gobiernos presididos por Portela Valladares. Sus buenas relaciones con Manuel Azaña son por todos conocidas; también, por cierto, el respeto que por él siente el general Franco (según el historiador Gabriel Cardona, Molero, como ministro de la Guerra, confirmó a Franco como jefe del Estado Mayor al considerar que desempeñaba su trabajo a la perfección).
Que Molero tenía constancia de que algo se estaba fraguando en contra de la República en la ciudad lo demuestran las decisiones adoptadas días atrás: reforzar los servicios nocturnos y ratificar los permisos concedidos a los mandos desde el 16 de julio; incluso obtuvo la seguridad, por parte de los oficiales de la Guardia Civil, coronel Eusebio Ruiz Guerra y general De la Cruz, de que este cuerpo se mantendría al lado de las autoridades legítimas.
Molero reacciona
Ausente de la ciudad a causa de una operación, regresó raudo cuando De la Cruz Boullosa le avisó, la misma noche del 17 al 18 de julio, de la sublevación en tierras africanas. Sin perder un instante, procedió a inspeccionar los acuartelamientos (Farnesio, San Quintín y Artillería), prohibiendo en San Quintín (acuartelamiento del convento de San Benito) que permanecieran allí los oficiales que no estaban en servicio y ordenando que los que tuvieran concedido el primer turno de permiso comenzaran inmediatamente a disfrutarlo.
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Los tres jefes de los regimientos de Infantería, coronel Valverde; Caballería, coronel López del Amo, y Artillería, coronel De la Infiesta, lo tranquilizaron haciéndole creer que, en caso de sublevación, permanecerían a su lado.
Son las 22:30 horas del 18 de julio cuando Saliquet, acompañado del teniente Silvela, el general Miguel Ponte y su hijo, los comandantes Maristany y Martín Montalvo, el teniente coronel Uzquiano, el teniente Silvela, el Marqués de Valdesevilla y los civiles Emeterio Estefanía (abogado de Renovación Española), José María y José Antonio Cuesta y Esteban Valverde, se presenta en la sede de Capitanía. Pueden entrar porque juegan con ventaja: Ángel Gómez Caminero, que todavía era comandante de Destinos, tiene movilizados a 150 hombres esperando órdenes. Molero está reunido con sus ayudantes cuando el conserje, Valentín Lera, le anuncia la llegada de Saliquet. Visiblemente sorprendido, acepta recibirle. Saliquet y Molero entran en el despacho.
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La conversación, tensa pero educada, aparece reproducida en los documentos del Consejo de Guerra contra el capitán general. Más o menos, habría sido como sigue: -«Molero, ha estallado un movimiento de salvación de España cuya cabeza es el general Sanjurjo. Vengo a notificarte que ha triunfado en Valladolid para que te sumes a él». - «¿Qué Valladolid es vuestro?, ¿desde cuándo? Yo cuento con oficiales y tropa afectos a la República que no traicionarán su juramento». - «No te molestes que no cuentas con ningún Regimiento de la guarnición. Para comprobarlo puedes llamar por teléfono. Te pido que te unas a nosotros. Seré el jefe de tu Estado Mayor». - «Lo que me pides es demasiado grave para resolverlo sin meditación y consejo. Primero tengo que consultarlo con el Ministerio de la Guerra».
Contra todo pronóstico, Molero no se resigna y declara detenidos a los golpistas, conminándoles a regresar a su residencia, el Hotel Inglaterra. Saliquet vacila un instante. Pero Montalvo, Ponte y Silvela no están por la labor de conceder más tiempo a Molero: «De la División no nos vamos porque venimos dispuestos a arreglar el asunto por las buenas o por las malas» , exclama Ponte. «Nos guía la salvación de España, defendemos la dignidad del uniforme», grita Montalvo. La situación se tensa por momentos.
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Saliquet le notifica su detención y Molero toca el timbre para recabar ayuda de Gómez Caminero; es entonces cuando se topa con la dura realidad de la emboscada interna y su soledad. De súbito, la puerta se abre y aparece su ayudante, el comandante Ruperto Riobóo Llobera. A tiros la emprende contra los amotinados. Agujerea la gorra de Silvela y alcanza mortalmente a Estefanía, el primer 'mártir' del alzamiento en Valladolid y en España. El cruce de balas afecta al mismo Riobóo y al también ayudante de Molero, el comandante Ángel Liberal Travieso, que sin embargo se mantenía ajeno a la situación; ambos fallecerán pocos días después. Molero y Uzquiano también resultaron heridos.
«El general Saliquet se ha puesto al frente de esta División. Dentro de pocos momentos saldrán las fuerzas militares a la calle para declarar el estado de guerra», notifica la radio. En efecto, a las 2:00 horas del día 19, Andrés Saliquet declara el estado de guerra, que se proclama en puntos estratégicos. El bando, fechado el 18 de julio y publicado en la prensa al día siguiente, contenía quince puntos y finalizaba reclamando «la colaboración activa de todas las personas patrióticas, amantes del orden y de la paz, que suspiraban por este movimiento, sin necesidad de que sean requeridas especialmente para ello».
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