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ISIDRO PRIETO HERNÁNDEZ
Martes, 21 de junio 2011, 02:40
El pasado día 12 de junio ha tenido lugar el quincuagésimo aniversario de la muerte del que fuera prestigioso oftálmologo Manuel Márquez Rodríguez, esposo de Trinidad Arroyo Villaverde, insigne benefactora del Instituto Jorge Manrique de Palencia. Una breve semblanza de su vida y de su obra nos servirá en este aniversario para conocer mejor su figura.
Manuel Márquez Rodríguez nació de familia humilde, el 14 de marzo de 1872, en Villaseca de la Sagra (Toledo), aunque siendo muy pequeño sus padres se trasladaron a Madrid -su padre era guarda del Real Patrimonio-. Considerado desde niño un superdotado, la Reina Cristina y la Infanta Isabel le costearon sus estudios. Estudió el Bachillerato en Aranjuez, la Licenciatura de Medicina en Madrid, en 1895, y se doctoró en 1896 con unas calificaciones excelentes, siendo premio extraordinario en la Licenciatura y en el Doctorado.
El doctor Márquez, que en sus primeros tiempos, quiso ser neuropatólogo, conoció a una joven oculista, la doctora Trinidad Arroyo, con quien se casó en Palencia el 6 de febrero de 1902, en la parroquia de San Antolín. Y entonces, influenciado por su esposa, se dedicó a la Oftalmología, trabajando al lado del ilustre oculista doctor Albitos, otro médico madrileño famoso. Así se inicia su gran afición científica por las enfermedades de los ojos.
Acude a todo tipo de reuniones y congresos oftalmológicos internacionales que se celebran en Europa, unas veces como miembro del comité organizador y en otras para presentar sus siempre brillantes comunicaciones.
Alcanza la presidencia de la Academia Médico Quirúrgica Española, y formada ya su personalidad como maestro y operador, el 30 de marzo de 1911 fue designado Catedrático Numerario de Oftalmología en la Facultad de Medicina de Madrid, siendo colaborador de Ramón y Cajal. A partir de esta fecha, se decanta definitivamente por esta actividad, que desempeñará hasta su muerte.
Mejor clientela oculística
Desde este momento su fama se extendió y fue suya la mejor clientela oculística. Entre sus pacientes figuró Benito Pérez Galdós, a quien operó una catarata el día 25 de mayo de 1911, ayudado por su esposa Trinidad Arroyo.
Una vez que se hizo cargo de la cátedra de Madrid, todo el movimiento médico relativo a la Oftalmología aceptó al doctor Márquez como supervisor. Él organizó cuantos congresos hispánicos se celebraron, y dirigió el movimiento renovador de ésta tan trascendental rama del saber. Por ello, llegó a ser miembro honorario de las sociedades oftalmológicas de Francia, Austria, Bélgica, Estados Unidos y México.
El año 1914 fue elegido académico de número de la Real Academia de Medicina, leyendo un discurso que constituyó una verdadera lección magistral. Por la misma fecha fundó la Sociedad Oftalmológica Hispanoamericana, siendo presidente de 1915 a 1919. Forma parte del Consejo de Instrucción Pública a partir de 1924 y posteriormente del de Sanidad.
Los sucesos de la Guerra Civil, en julio de 1936, le sorprenden en el puesto de Decano de la Facultad de Medicina de Madrid. El desarrollo de esta contienda civil le trajo complicaciones personales, pues como verdadero hombre de ciencia y persona rigurosamente intelectual tuvo que elegir su opción política, sin duda arrastrado por una suma de circunstancias en las que demostró su firme personalidad: aun debiendo todo cuanto era a la Casa Real, aceptó la República, cuando pensó que ésta era la síntesis de la voluntad nacional.
Por este motivo, al igual que un buen número de intelectuales, emprende el camino del exilio en unión de su mujer, Trinidad Arroyo; primero a Valencia, luego a Barcelona, después a París, y posteriormente a México DF, en junio de 1939, instalándose allí de modo definitivo.
Una vez establecido junto con su esposa Trinidad Arroyo en México, enseguida es nombrado presidente del Ateneo Ramón y Cajal, institución creada por el presidente Cárdenas para convalidar las titulaciones de los cerca de quinientos médicos españoles exiliados en México en 1939, para que pudiesen ejercer su profesión. También fue elegido presidente de la Unión de Profesores Universitarios Españoles en el Extranjero, institución que llegó a gozar de carácter internacional.
En México siguió desarrollando su trascendente labor en la oftalmología. Además de pasar consulta junto a su esposa, y de seguir ampliando sus conocimientos médicos, impartió cursos para postgraduados en la Universidad Nacional Autónoma y cursos regulares en el Instituto Politécnico Nacional.
En cuanto a su obra escrita, ya extensa antes de 1936, continuó incrementándose en su país de adopción. Como escritor y publicista, tuvo una actuación destacada: le debemos varios centenares de artículos y monografías.
Las llamadas obras mayores se resumen en las Lecciones de Oftalmología Clínica, publicada en España, y los dos volúmenes, continuación de la anterior, comenzados a redactar en España en 1936 y aparecidos en 1949 y 1952. Se trata de Oftalmología clínica general y defectos de refracción del ojo (1949) y Oftalmología especial teórica y clínica.
El profesor Manuel Márquez siempre tuvo el apoyo y el saber de su esposa, que intervino en numerosos trabajos que realizaron juntos, pero en los que siempre solo aparecía él como autor. Sí cabe destacar una dedicatoria a su esposa en sus 'Lecciones de Oftalmología Clínica': «A mi mujer, la doctora Trinidad Arroyo: mi condiscípula y amiga primero; mi primer maestro de Clínica Oftalmológica, hacia la que despertó mis aficiones, después; mi inteligente colaboradora y sensata consejera, siempre, dedico estas lecciones».
Sin descendencia
El matrimonio Márquez Arroyo, además de brillar por su trabajo y saber profesionales, también sobresale en una impagable labor social, en la que, sin duda, los protagonistas siempre fueron los más necesitados. Por eso, al no tener descendencia, se pusieron de acuerdo en dejar su patrimonio para obras culturales que favoreciesen a la gente con menos recursos económicos.
Todos sabemos que Trinidad Arroyo Villaverde dejó heredero universal de sus bienes al Instituto de Segunda Enseñanza de Palencia, hoy Instituto de Educación Secundaria Jorge Manrique, «para que destinara la herencia a la Fundación de Becas para alumnos pobres que estudiasen en el Instituto, incluso continuando, si lo merecieren, sus estudios en la Facultad de Medicina de Valladolid».
Cabe pensar que, en un primer momento, fuera una sorpresa para él el testamento de doña Trinidad, pero con su conformidad a la hora de hacer efectiva la voluntad de su esposa dejó claro el apoyo que siempre le mostró. Su disposición a que se cumplieran los deseos de su abnegada compañera, que se desvivía por los más necesitados, ha contribuido, a lo largo de todos estos años, a la formación humana e intelectual de muchos jóvenes palentinos. Hay que afirmar, con rotundidad, que actualmente esta obra social se sigue cumpliendo.
Parece que hay constancia de que don Manuel, pocos días antes de que la muerte le sorprendiese en México, estaba preparando su viaje de regreso a España, y ardía en deseos de morir en la capital, en el Madrid en el que unos cuantos años antes había conseguido un prestigio, una admiración y un respeto profesional merecidos.
Por una de esas muecas irónicas de los destinos más insospechados, él, tan gran oculista que había devuelto la vista a numerosos pacientes, en sus últimos tiempos se había quedado casi ciego. Muere en México el 12 de junio de 1961, donde gozaba de una inmensa popularidad, y tanto los oftalmólogos americanos, como los españoles que allí residían, seguían conceptuándole como la máxima autoridad de la Oftalmología contemporánea.
Aunque su voluntad no se pudo cumplir en el momento de su muerte, 49 años más tarde regresó a España en compañía de su esposa, Trinidad Arroyo, y sus cenizas descansan desde el día 24 de noviembre del 2010 en el panteón de la familia Arroyo en el cementerio Nuestra Señora de los Ángeles de Palencia. No está en su querido Madrid, donde hubiera deseado permanecer para siempre, pero sí descansa en Palencia, la tierra castellana de su esposa, donde siempre fue bien recibido y donde finalmente ha sido acogido.
Como decía el religioso francés J. B. Massieu: «La gratitud es la memoria del corazón». Toda la comunidad educativa del Instituto Jorge Manrique de Palencia de corazón quiere reconocer la indiscutible valía personal y profesional del profesor Márquez Rodríguez, y agradecer su aportación a la obra social de su esposa, Trinidad Arroyo.
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