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A. G. ENCINAS
Lunes, 9 de mayo 2011, 03:04
Carlos Fidalgo (Bembibre, 1973) es un rastreador de historias. Ya lo era cuando estudiaba periodismo en Madrid y rebuscaba siempre el porqué de las cosas, y escribía sus primeras colaboraciones en el 'Diario de León'. Y esa condición, unida a la de apasionado de la escritura, tenía que derivar ineludiblemente en la literatura, por más que sea finalmente el oficio de periodista el que le cubra los gastos. Por el camino se contaminó del toque fantástico de 'Pedro Páramo' y de 'La lluvia amarilla', de Julio Llamazares, y eso, combinado con el paisaje de El Bierzo, le llevó a sumergirse en el género con el que ha ganado el Premio Tristana de Novela Fantástica 2010 gracias a 'El agujero de Helmand'.
«Es una novela sobre el tiempo y sobre la muerte, y son dos grandes misterios que solo resolvemos cuando no podemos contárselo a nadie», resume Fidalgo. Esos dos factores son los que introducen la fantasía en el relato. Una irrealidad paradójica, que deja la impresión en el lector de que lo que está ocurriendo en ese espacio perdido de Afganistán no es fantasía, sino realidad. Quizá porque ese lugar existe, o porque allí, durante los últimos años, han fallecido varios soldados británicos y estadounidenses en enfrentamientos con los talibanes. Precisamente una de esas noticias reales traídas hasta nosotros por los grandes medios internacionales le llevó a indagar en cómo vivían, qué hacían, cómo se comportaban esos marines. Y luego le añadió el giro literario, claro. No podía faltar en alguien que lo hace asiduamente en las columnas de opinión que publica en el periódico y en su blog (cuatrolunas-carlosfidalgo.blogspot.com). «Las columnas publicadas en el papel las llamo Cuarto Creciente, y las que no publico, Cuarto Menguante. En esas columnas intento ser literario siempre».
Y ser literario, en su caso, incluye el toque fantástico. ¿O es real? «Porque la realidad no existe, es una invención que nos hacemos, una construcción, y lo que hay en la cabeza de cada uno es un mundo tan distinto a lo que puede haber en la cabeza de otra persona que aparecen los conflictos», razona.
No podía ser de otra forma en El Bierzo, un paisaje que mueve a fantasear, como le ocurrió en su libro de relatos 'El país de las nieblas' (Instituto de Estudios Bercianos, 2005). «El Bierzo es un sitio muy literario y lo de las nieblas es la metáfora de la realidad y la fantasía, lo que vemos y lo que no vemos».
Lo que no vemos es lo que marca el día a día desasosegante de los soldados en Helmand. En ese lugar en el que la guerra es rutina. Con ese 'algo' que angustia más que la propia guerra porque no se sabe explicar, ni se puede tocar. ¿Es la sensación de soledad del frente? ¿Es la dureza de un campamento militar a miles de kilómetros de casa y en un entorno hostil? ¿O es algo más?
Descubrirlo apenas llevará una tarde de lectura inquieta y, eso sí, probablemente una relectura más meticulosa una vez hallada la clave de todo. Porque a veces la fantasía se revela simplemente con un par de apuntes. Cosas de las influencias literarias de cada cual. «Un libro que me fascinó fue 'Pedro Páramo', la novela que me hubiera gustado escribir a mí, donde la fantasía también es sutil, no te la meten por los ojos», explica Carlos Fidalgo.
El autor berciano visitó ayer la Feria del Libro de Valladolid invitado por la editorial Menoscuarto y firmó ejemplares de 'El agujero de Helmand' en la caseta de la editorial.
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