Miles de vallisoletanos arropan al 'Cristo de las Cinco Llagas' en su dolor
El paso fue portado por 24 cofrades de la Sagrada Pasión de Cristo desde el Real Monasterio de San Quirce y Santa Julita
ESMERALDA GUTIÉRREZ
Domingo, 17 de abril 2011, 15:02
Dos en las manos. Dos en los pies. Y una en el costado. En total, cinco. Las cinco llagas de Cristo. Las cinco heridas del hijo de Dios. De fondo, las risas y burlas de los sayones de Pilatos. Esto sucedió hace más de dos mil años y ayer volvió a reproducirse en la ciudad. Con la diferencia de que la mofa de los ejecutores se cambió por el fervor de los vallisoletanos, y las heridas sangrantes, por madera tallada y policromada.
Minutos antes de las ocho y media, se abrieron las puertas del Real Monasterio de San Quirce y Santa Julita para dar salida a los capuchones y manolas. Todos de negro. Todos de luto. El tañer de los primeros tambores marcaron la salida de la imagen del 'Santo Cristo de las Cinco Llagas', de Manuel Álvarez (1548-1563). De forma compasada y con un ligero vaivén, el Cristo asomaba poco a poco. Así lo anunciaban las cornetas y los fotógrafos sudaban entre el escaso ángulo que tenían y las miles de personas que se congregaron allí.
Itinerario conventual
Al doblar la esquina, por la estrecha calle Isidro Polo, la procesión tomó un cariz elegante y misterioso. En la rúa, muy estrecha y de casas bajas, entraba el Cristo y poco más. Los devotos se agolpaban entre los balcones y los portales de la calle.
Fue una tarde agradable, como para llevar en brazos la chaqueta. El respeto y la admiración fueron las dos notas que acompañaron al 'Cristo de las Cinco Llagas', de la cofradía Penitencial de la Sagrada Pasión de Cristo. En silencio se llevó a cabo un peregrinaje que se detuvo ante cinco conventos de clausura para orar por cada una de las Sagradas Llagas. En el primero, se pidió por la vocación sacerdotal, por el Papa Benedicto XVI y por el arzobispo Ricardo Blázquez. Las llagas de Cristo, las huellas del Hijo de Dios, del Crucificado que vive.
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