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Enrique y Pepe, junto a los restos del molino de los Álamos. :: L. SANCHO
VALLADOLID

El paraíso de los molinos

El arroyo Valcorba surca un hermoso valle que abraza el casco urbano de Aldealbar

LORENA SANCHO

Sábado, 22 de enero 2011, 01:38

Entre sabinas, encinas y pinos, rodeado de un frondoso paisaje atípico en una provincia llana por antonomasia, posa cada día Aldealbar en un recoveco de los mapas solo apto para la curiosidad más inquieta. Desde que se avista, desde las serpenteantes carreteras que desembocan aquí procedentes de Cogeces del Monte y Torrescárcela, Aldealbar se antoja chiquito en la inmensidad de un valle, el que traza con pasmoso garbo el ahora abundante caudal del arroyo Valcorba. Pocos pueblos de la provincia de Valladolid dan a luz semejante riqueza paisajística, extremadamente hermosa en sus entrañas. Pero Aldealbar lo consigue en su dehesa, la que combina una extraordinaria flora y fauna con construcciones sorprendentes de otros siglos en las que no faltan los molinos y colmenares.

Nadie mejor que José Pallín, 86 años y antiguo cazador, para desentrañar este valle. Le acompaña Enrique, actual alcalde pedáneo (es pedanía de Torrescárcela) de un bonito núcleo que en invierno le cuesta contar una docena de vecinos. «Quedamos pocos, pero uno se acostumbra a lo que hay», dice este ágil octogenario, aficionado confeso a los paseos vespertinos.

La senda denominada Camino del Solano -«porque le da mucho el sol»-, parte del casco urbano para adentrarse en un valle que comunica con el término de Montemayor de Pililla.

El primer mojón que la señaliza son los escasos restos de un antiguo molino, el primero de un puñado que jalonan este paraíso natural. Hubo al menos cuatro; otro a un kilómetro del pueblo denominado el Molino Nuevo, el tercero ya inexistente, el de Zapicos, y el último, el mejor conservado, el de los Álamos. Todos se levantan a la vera del arroyo Valcorba, donde en tiempos bajaba casi tanta agua como cangrejos. «Si el cauce no se alterara, en tres o cuatro años volvería a haberlos de forma natural, porque aquí siempre se han pescado muchísimos», señala Pepe Pallín.

La senda del Solano, que comunica con la finca denominada 'El Quiñón', discurre por arboledas que ofrecen una amplia variedad de especies y que por momentos se tornan densas. Son, sobre todo, chopos, pinos, sabinas y encinas que en su día compartieron protagonismo con un sinfín de árboles frutales que le daban una imagen «muy parecida a la de Valencia».

Corzos y jabalíes

Las huellas de los jabalíes y de los corzos están ahora presentes en los terrenos del valle. Hace ya unas décadas que atardece en silencio, sin los mugidos de las reses de lidia que entonces pastaban en unos antiguos corralones donde aún puede leerse: 'A. R. Año 1894'. Los toros rumiaban entonces sin alambrada junto a los segadores y colmeneros que velaban por que la miel no faltara en los colmenares ya derruidos. «Algunos vecinos, como mi padre y la madre de Enrique, fueron casi toreros; cuentan que se llevaron más de un revolcón de las vacas de ahí abajo, así que yo creo que si la ganadería llega a haber seguido aquí, alguno del pueblo habríamos sido torero», comenta José.

Pero el valle amansó a la par que el pueblo iba enmudeciendo. El padrón se queda en blanco en la casilla 19 y los vecinos habituales casi se cuentan con las manos. Y aún así, el espíritu luchador de sus residentes no cesa. Las ruinas aquí no conocen ejemplos. Todo lo contrario. Las pocas viviendas que componen este núcleo lucen restauradas con unas fachadas impolutas que ofrecen la piedra de antaño.

El Ayuntamiento también estrena reforma gracias a su alcalde, Enrique San Miguel, que enumera con entusiasmo cada una de las obras que tanto su mujer (anterior alcaldesa) como él han conseguido en los últimos años.

«Mira, esta caja fuerte la hemos conseguido abrir después de más de cuarenta años, y dentro hemos encontrado sobres con 1.500 y 800 pesetas que vamos a enmarcar», relata en las dependencias del Ayuntamiento.

En Aldealbar no hay niños, pero sí columpios; tampoco hay casi vecinos, pero sí centro de convivencia en las antiguas escuelas; el médico no pasa consulta, pero el consultorio sí tiene local. «Ahora queremos reproducir unos antiguos lavaderos y poner dos pistas de juegos autóctonos», añade el regidor.

Todo para hacer más agradable la estancia en un núcleo que poco a poco se muestra al turismo natural y descubre un paisaje salpicado además por numerosos manantiales y fuentes, como la de 'La Mora', que perpetúa la leyenda de que aquí vivía una mora, justo en una cavidad que cuentan los vecinos que comunica con San Miguel del Arroyo.

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