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Varios vecinos de Casasola se reúnen para charlar en su 'Moncloa' particular. :: L. SANCHO
VALLADOLID

La fábrica de aventadoras

Casasola de Arión fue famosa por sus máquinas para limpiar el trigo

LORENA SANCHO

Sábado, 15 de enero 2011, 01:32

La conocida como 'Esquina Revuelta' anda este año más madrugadora que de costumbre en Casasola de Arión. En cuanto el tiempo se lo permite, los casasolinos, especialmente los jubilados, afloran en la pared con vistas a la plaza de la Pista. Aquí se dan cita entre las doce y la una, en su 'Moncloa' particular, para charlar sobre la remolacha, el tiempo, el Gobierno y todo lo que se tercie. «Hacemos trajes nuevos en cuanto podemos, bromea Nino. Le acompañan Ángel, Tomás y Teo -'El Astuto', que es como me llaman», puntualiza-, que ocupan las últimas plazas de un recoveco que apenas unos minutos antes ha estado frecuentado por el doble de personal. «Aquí hablamos de todo, de los edificios, de si llueve o no llueve, hasta de los que no somos, porque esto no es la sombra de lo que era», añade Nino. Ya hay tema del día.

Estos cuatro hombres giran la manivela de los recuerdos y desenfundan. «Teníamos baile, cine y casino, cuatro bares y tres o cuatro tiendas», empieza Nino, «cura propio, barbero y uno o dos peluqueros», añade Ángel mientras remata un purillo. «Y uno se llamaba Valeriano», dice Carmen alzando el tono de voz mientras se acerca a golpe de pedal.

De aquello hace ya cincuenta años, cuando la industria erigió a Casasola en una de las localidades con la economía más boyante de la comarca y un censo de más de mil habitantes.

La aventadora, la máquina empleada para limpiar el cereal, encumbró a este municipio limítrofe con la provincia de Zamora, le brindó la fama de la mano de la publicidad que aparecía en aquellos artilugios junto a los nombres de las conocidas como 'La competidora', 'La poderosa' o 'La deseada'. «Uy madre, habría al menos veinte talleres», se apresura a calcular Teo. «O alguno menos, porque estaba aquí el de Clemente, los otros tres de este lado y tres más allá… unos 15 o por ahí calculo yo», precisa Nino.

Pero la aparición de la cosechadora y el traslado de las empresas fuertes a Salamanca y Valladolid desinfló en la década de los 60 a un pueblo ahora de poco más de 300 habitantes y una actividad eminentemente agrícola. «Y por quedar, solo queda un hatajo de ovejas», añaden.

Pese a su desaparición hace ya unas décadas, lo cierto es que esta máquina sigue hoy en día estrechamente ligada al nombre de Casasola. Retazos de maquinaria en talleres ya extintos y algunos artilugios de propiedad privada que se pueden contar con los dedos de las manos paladean ahora aquella esencia artesanal que bautizó a Casasola como 'el pueblo de las aventadoras'.

De sus pormenores es sabio conocedor Leocadio Martínez, antiguo alguacil del Ayuntamiento, que se ofrece como guía de un pueblo desconocido para los mapas de turismo pero con motivos suficientes para estar representado en cualquiera de ellos.

18 edificios interesantes

Un paseo por cualquiera de las calles que afloran en las entrañas de la que fue morada de los Duques de Arión despierta el interés del viajero. Son varias las construcciones de los siglos XVIII y XIX que la huella del tiempo se ha encargado de perpetuar en Casasola. «Incluyendo lagares y bodegas», puntualiza este septuagenario. En total, el Ayuntamiento ha catalogado 18 edificios que debe conservar por su riqueza patrimonial y artística, entre los que se encuentran viviendas. Una de ellas, de admirable trazo, conserva una reja con el escudo de los Duques de Arión; otra, la de los canteros del pueblo, destaca por la riqueza de su piedra, y dos más, también pedregosas, cuelgan ahora el cartel de alojamiento rural. Sin descuidar las antiguas escuelas, edificio donde el municipio quiere levantar un Museo de la Aventadora, siempre y cuando consiga los 180.000 euros necesarios.

Las razones para visitar Casasola se completan con la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, que posa con exquisitez en la amplia plazoleta que la abraza. Lo hace desde el siglo XVI y así, tal cual, ha quedado inmortalizada en uno de los múltiples cuadros que el pintor local Francisco Mateos expone en el bar de su familia, el de Paqui y Mateos, uno de los dos existentes en el municipio (junto al Bar La Rosa). Es aquí, en estos dos establecimientos, donde los jubilados como Nino y Ángel tienen durante las tardes su otro punto de encuentro. La 'Esquina Revuelta' se queda vacía sobre la una de la tarde, pero sus historias y chascarrillos regresarán mañana. Eso sí, siempre que el tiempo lo permita.

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