DÁMASO JAVIER VICENTE BLANCO
Jueves, 9 de diciembre 2010, 02:30
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El futuro se dibuja en el presente. Teóricamente, basta con trazar las líneas emergentes actuales hacia delante para adivinar el mundo que vendrá. Naturalmente no es fácil y la pléyade de profetas que fracasan en sus predicciones lleva siempre a extremar la prudencia frente a los vaticinios. Las recientes rectificaciones del catedrático de economía de Barcelona, Santiago Niño Becerra, que desde hace un año auguraba la recaída del cataclismo económico para 2010, muestran que cuando llega el día de la verdad, puede ser necesario retrasar la fecha del juicio. Con todo, en la actualidad, demasiados signos dan señales de agotamiento. Sin ir muy lejos, tenemos la crisis en Europa.
El mundo parece haberse vuelto loco. Los mismos mercados desrregulados e ilimitadamente codiciosos que nos llevaron a la catástrofe de 2007-2008 son los que ahora se yerguen en jueces de Grecia, Portugal, Irlanda y España, exigiendo la aplicación de idénticas recetas como las que casi arrastraron a la economía mundial a la más completa ruina. Irlanda, que había sido el alumno aventajado, ha caído como fruta madura. Es la presión de los mercados financieros, bajo la amenaza de no invertir, la que exige una caída de los salarios y una reducción del nivel de vida. Como si los dirigentes de las finanzas internacionales tuvieran autoridad moral para exigir a nadie apretarse el cinturón después lo que conocimos de ellos hace dos años, su falta de ética y de sentido de la responsabilidad y sus escandalosas primas después del desastre. La prometida reforma de los mercados financieros no ha llegado a escala global y muy probablemente ésta haya sido la respuesta por la amenaza de su reglamentación. «Si tú me quieres poner límites, yo tengo la capacidad de desestabilizarte», les dicen a los Estados. Y así lo han hecho, para disuasión de los atrevidos. Las noticias inciden de nuevo en diagnosticar la existencia de los mismos males que causaron la crisis. Si no se resuelven los problemas que ocasionan los mercados financieros, volveremos de nuevo a experimentar una situación de pánico como la de septiembre de 2008. Los Estados salvaron al mercado y hoy los mercados aniquilan la confianza en los Estados. Un buen pago por librarles de su autodestrucción.
En paralelo a la crisis en Europa, las páginas de los diarios acentúan la emergencia de China, que en 2050 será la primera economía mundial, y de India. Cada vez se van haciendo más conocidas las siglas de los BRIC. Brasil, Rusia, India y China están en auge. Especialmente China. También pronostican la decadencia paulatina y sostenible de Estados Unidos. Es, según anuncian, el fin de la hegemonía estadounidense, el fin de la hegemonía occidental. Es el comienzo de la postglobalización. Si la globalización era un proceso de interconexión de todas las partes del mundo, liderado por el grupo occidental, la pérdida por éste de la hegemonía traerá la postglobalización. Y todo apunta a que en eso estamos. La hegemonía occidental ha hecho imperar en el planeta sus 'valores', 'nuestros valores'. Es decir, en el discurso formal, los derechos humanos, pero en el discurso real, un simple utilitarismo. El utilitarismo del mercado. Quizás también por eso estamos en crisis. El caso de la intervención en Irak es el último ejemplo de esa contradicción y del fracaso de nuestro modelo civilizador (John Gray). Se ha dicho que nuestra crisis es triple (Alain Touraine). Una crisis económica, una crisis política y una crisis de valores. ¿Cuáles serán los valores que harán imperar los nuevos Estados emergentes? Cuando uno se hace hegemónico exporta también su visión de las cosas, sus valores.
Todos los nuevos Estados emergentes, salvo Rusia, se caracterizan, de una u otra forma, por su naturaleza postcolonial. La China imperial tuvo que plegarse a las potencias coloniales en el siglo XIX. India, y Brasil han sido colonias de Occidente. En el caso de Rusia, al perder con el hundimiento de la URSS su carácter de polo ideológico occidental contrapuesto, ha resurgido culturalmente como periferia, como el principio de un oriente en gran medida ajeno y autoritario. Con las nuevas hegemonías, lo que vendrá es el mundo postcolonial, un mundo de identidades descoyuntadas por el mito del progreso y la 'destrucción creativa'. Un mundo de 'culturas híbridas' (García Canclini) cuyos valores no son exactamente los occidentales. La multiculturalidad será una realidad cada vez mayor, pero también los elementos autoritarios y los riesgos de discriminación. Por eso mismo resultará importante favorecer a quienes exigen derechos humanos en China y su democratización, atender a los movimientos de emancipación de la mujer en el mundo árabe o en Irán, promover la superación de la discriminación por castas en la India, terminar con las mafias en Brasil. Pero también respetar las diferencias y a nuestras minorías migratorias. Es la base del reconocimiento (Axel Honneth). Habrá que tender la mirada hacia los Poscolonial Studies, que llevan más de treinta años pensando sobre el mundo que ahora se avecina. Si la globalización está concluyendo, lo postcolonial ha venido para quedarse. Habrá que atenderlo.
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