SONIA QUINTANA
Martes, 16 de noviembre 2010, 10:22
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Si Aureliano Castro Castro levantara la cabeza... seguro que se sentiría muy orgulloso de la decisión de sus nietos, Fernando, Francisco y Carlos Castro Sinde, actuales propietarios del negocio hostelero que su abuelo regentara desde finales de 1940. El Café del Norte cumplirá el próximo año sus primeros 150 años de vida -el matrimonio cántabro formado por José Gómez y Juana Sigler abrió las puertas del establecimiento en la Plaza Mayor en el año 1861- y sus jóvenes dueños, los tres rozan la treintena, han querido celebrar esta efeméride con una reforma integral de los casi 600 metros cuadrados del local. «La voluntad de nuestro abuelo era que no se tocase nada hasta que él falleciese y lo hemos respetado. Ha sido una decisión muy difícil por motivos emocionales, pero el local llevaba cuarenta años sin reformarse y lo necesitaba», explica Carlos, el pequeño de los hermanos Castro Sinde, que ha dejado su trabajo como abogado para centrarse en cuerpo y alma en el negocio familiar. «Los primeros días han sido muy duros para todos, de mucha pena. Cuando se empezaron a descolgar los cuadros... Son muchos los recuerdos», confiesa Francisco Castro.
Superados esos primeros momentos, la ilusión del nuevo proyecto ilumina sus miradas. «Nuestra idea es que el Café del Norte vuelva a ser un café cantante, como lo fuera cuando mi abuelo cogió el traspaso», señala Francisco.
«El Café del Norte llegó a nuestra familia gracias a un anuncio en EL NORTE DE CASTILLA», cuenta Carlos. «Es cierto, mi abuelo, natural de la localidad salmantina de Aldeavieja de Tormes vivía en Gijón cuando se enteró por un anuncio en EL NORTE de que se traspasaba un negocio en Valladolid. Mi abuelo pensó que era una fábrica de harinas y como durante la Guerra Civil había trabajado para la galletera Gullón sabía del negocio. Cuando llegó a Valladolid se encontró con que lo que se traspasaba era una cafetería, pero le interesó el negocio y se hizo con él», recuerda el pequeño de los hermanos Castro Sinde. De eso hace ya setenta años.
Toda una vida
Tras la jubilación de su abuelo, el negocio quedó en manos del padre de Fernando, Francisco y Carlos y, al fallecer éste, la tercera generación de Castro se ha hecho con los mandos del café con más historia de la ciudad. «Aquí está toda nuestra vida. Cuando éramos pequeños, tendríamos cinco o seis años, nuestro abuelo nos daba unas bandejas más pequeñas y nos dejaba ir a recoger los vasos de las terrazas de las meses de los clientes habituales. ¡Y hasta nos daban propina!», cuenta Carlos. Francisco, el mediano, es el único de los tres hermanos que, desde siempre, tuvo claro que su futuro profesional iba a estar ligado al café familiar. «Terminé mi carrera de Relaciones Laborales y llevo ya muchos años trabajando aquí. Todavía puedo verme sentado sobre las piernas de mi abuelo frente a la caja registradora...», apunta. Los recuerdos se entremezclan con el nuevo proyecto del local, que esperan poder inaugurar en torno a la próxima Semana Santa.
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Recuerdos de exposición
«Pretendemos preservar y mantener el alma del Café del Norte. No vamos a imitar ningún café, ni siquiera el que fue», añade Miguel Ángel Fonseca, arquitecto encargado de la reforma y autor de la idea de convertir los recuerdos del Café del Norte en motivo de una exposición bajo el título 'La Historia de Valladolid a través del Café del Norte'. «Nos gustaría poder hacer una exposición de objetos y documentos, no tanto para contar la historia del café, sino la de la ciudad y de las personas que han pasado por él en estos 150 años. El Café del Norte ha sido como el diván del psicoanalista por el que ha pasado toda la ciudad, desde Martí y Monsó a Umbral, pasando por Ferrari o Capuletti», señala el arquitecto.
Entre los objetos que podrían formar parte de la exposición está uno de los primeros envases de vidrio de Trinaranjus o la chaquetilla del primer uniforme de los camareros, indumentaria que recuperarán después de la reforma los siete empleados que ahora trabajan en el café.
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Paralelo a la calle Santiago, entre los locales que ocupan el Café del Norte y una de las varias ópticas de la Plaza Mayor, discurre un pequeño callejón 'cul-de-sac' que, desde hace muchos años, permanece escondido tras una puerta de metal.
Solo hay que mover el picaporte para entrar en la que quizá sea la calle más pequeña de Valladolid: 26 metros de largo y uno y medio de ancho entre pared y pared. La de la derecha, la del Café del Norte, que con la reforma pretende recuperar los cuatro ventanales en forma de arco que antiguamente daban luz natural al local; la de la izquierda, la que alberga el único portal de la calle. La de Torneros, que se espera vuelva a brillar con la reforma del café, convive, unos metros más allá, ya en la calle Pasión, con el 'corral de Ricote', calle desde 1863.
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