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J. S.
Miércoles, 30 de junio 2010, 09:46
«Llévame a casa a por una escopeta que voy a matar a ese portero», espetó Roberto R. D., 'Pirri', a un conductor al que abordó navaja en mano en la madrugada del 30 de abril del 2008. Instantes antes había tenido un encontronazo con el empleado de La Rosaleda, que le había expulsado del local por «armar bronca». Hora y cuarto después, en cuanto tuvo el arma en sus manos, «obligó» al piloto a regresar con la aparente intención de ajustar cuentas con el vigilante. Ese, al menos, fue el relato aportado ayer en el juicio por la víctima, que acabó recibiendo un disparo cuando intentaba huir al ver al agresor apearse del turismo.
El acusado, de 25 años y un historial policial de vértigo, declinó ayer declarar y se limitó a asistir impasible a un proceso un tanto singular marcado por la presencia en la sala de vistas de cuatro guardaespaldas, encargados de proteger a la víctima, y de un fuerte despliegue policial en busca del segundo acusado, un amigo de Pirri, que decidió no presentarse en el juicio.
Los magistrados de la Audiencia Provincial, pese a la ausencia del imputado, decidieron seguir adelante con el proceso. Por la sala desfilaron los dos porteros que en su día declararon haber protagonizado la expulsión de Roberto R. D. de la discoteca y presenciado después sus amenazas de muerte e, incluso, la exhibición de una navaja. Pero ninguno de los dos recordaba casi nada ayer de todo aquello más allá de que uno de ellos le «echó por portarse mal». El protagonista, boxeador profesional, alegó ayer que a él no le dijo nada «a la cara de que me fuera a matar porque entonces me estarían juzgando a mí por otra casa». Pero aquella noche llamaron, incluso, al 092 y explicaron a los agentes que «tenían miedo porque Pirri -dieron su nombre- les había amenazado», confirmó el policía.
Sea o no un problema de memoria, hasta el punto de que uno de los porteros negó todo lo declarado en la comisaría, lo cierto es el testimonio del conductor secuestrado dejó bien claro los motivos que el propio Pirri le explicó durante su accidentado viaje hasta su domicilio en el barrio de Las Flores pasadas las cuatro y media de aquella madrugada de domingo: «Desde el principio me dijo que le iba a llevar a casa a por una escopeta para matar al portero», insistió el testigo.
Cañones recortados y postas
El piloto de un BMW de gran cilindrada tuvo la «mala suerte» de cruzarse en el camino del acusado justo después de que sufriera un accidente con su propio turismo al salir a toda velocidad de las inmediaciones de la discoteca, ahora desaparecida, de la avenida Ramón Pradera. «Le conocía de vista porque tenía un bar en Pajarillos y creo que me reconoció porque llevaba un coche muy llamativo y vino hacia mí», relató la víctima, quien reconoció que abrió el coche «como un tonto» después de que Roberto le amenazara con una navaja por la ventanilla. Una vez montado su posterior agresor, y un amigo que le acompañaba -el ahora fugado-, fueron «a toda velocidad saltándonos los semáforos hasta su casa».
Allí le quitaron el móvil y las llaves del coche hasta que Pirri salió de nuevo «con una escopeta de cañones recortados cargada y una canana con cartuchos». Le obligaron de nuevo a montarse y a regresar al lugar de origen, es decir, a La Rosaleda. «Iba muy excitado y no controlaba porque estaba muy agresivo», resumió el conductor antes de mostrar su convencimiento de que «Pirri pudo matar a mucha gente si llega a pasar delante de la discoteca».
Y en esas estaban cuando llegaron a la avenida de Salamanca, frente al aparcamiento de la Feria de Muestras. «Yo iba muy nervioso, pensé en que la policía me iba a matar si huíamos o en que iba a acabar en la cárcel, así que me paré y logré convencerle de que se llevara el coche», prosiguió la víctima. El joven conductor incidió en que «si llegamos a pasar por delante de La Rosaleda, Pirri iba a disparar y podía matar a un montón de gente».
Así que el dueño del BMW no se lo pensó y pegó un acelerón en cuanto su incómodo acompañante puso pie a tierra. «Le vi bajarse y salí acelerando apretando un botón del coche que hacía que entraran más caballos». Dentro seguía el compinche de Pirri. Este último reaccionó descerrajando dos disparos a bocajarro contra la luneta trasera del coche dirigidos al asiento del conductor «con la intención de matarle», según señaló un policía.
Y le alcanzó. El joven recibió hasta seis postas en el cuello y la espalda -tardó . Aún así consiguió alejarse 150 metros circulando sobre la mediana «soltando chispas con los bajos» hasta que se detuvo al poder controlar el vehículo. El amigo de Pirri aprovechó para huir. Otro tanto hizo el agresor, que no fue detenido hasta el 4 de mayo siguiente al verse involucrado en otra pelea en una discoteca de Salamanca. El arma, eso sí, nunca fue recuperada.
La fiscal mantuvo ayer su petición de 13 años y 6 meses para el principal acusado por un delito de homicidio en grado de tentativa y amenazas, otro de detención ilegal y uno más de tenencia ilícita de armas. Su abogado, el decano Jesús Verdugo, pidió su libre absolución.
Cuatro hombres como cuatro armarios roperos vestidos de riguroso negro ocuparon ayer la primera fila del banquillo del público en la sala de vistas de la Audiencia Provincial. Los misteriosos espectadores resultaron ser los guardaespaldas encargados de custodiar al joven que recibió los disparos de manos, presuntamente, de Roberto R. D., Pirri, el 27 de abril del 2008. Era la primera vez que una víctima acudía a un juicio en este tribunal con semejantes medidas de seguridad privadas. El herido, eso sí, no pidió un biombo y declaró cara a cara con el acusado. Sus acompañantes le escoltaron en cuanto bajó del estrado. La víctima reconoció en la vista que decidió no ejercer la acusación particular contra el imputado y, de paso, tampoco recla mó indemnización. La fiscal, eso sí, solicitó por él 28.400 eu ros.
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