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Y va Tito y se muere el domingo
DECÍAMOS AYER

Y va Tito y se muere el domingo

Felipe González hace campaña sindical en Fasa-Renault y augura premonitorio otro próximo deceso: el de la UCD Tras meses anunciando su inminente defunción, el mariscal yugoslavo fallece el día que no hay periódico

JAVIER AGUIAR

Viernes, 7 de mayo 2010, 02:47

Ya es mala suerte. La primera recaída que tuvo el mariscal Tito se había olvidado hacía tiempo. Ya nadie se acordaba de cuánto tiempo llevaba ingresado en el hospital. A fuerza de anunciar una muerte inaplazable al público le había entrado una suerte de insana inquietud. Algo del tipo 'a ver si se muere de una vez'. No era para menos. Cuantificar los titulares que produjo el siempre inminente fallecimiento del líder yugoslavo es tarea ardua -y un poco tonta-, pero fueron muchos, muchos.

Josip Broz, como se llamaba realmente, llevaba 122 días hospitalizado -lo decía la crónica- y durante todo ese tiempo sufrió sucesivas recaídas que anunciaban lo peor, estuvo en coma del que parecía imposible salir vivo y padeció todos los agravamientos y complicaciones que puedan imaginarse. Pero un hombre que resistió contra los rusos, los nazis, los soviéticos y los nacionalistas tenía que resistir, al menos un tiempo, ante la muerte.

Así que fue a morirse el bueno de Tito un domingo y la noticia tantas veces anunciada se tuvo que posponer hasta el martes, con lo que el encabezamiento perdió bastante intensidad. 'Tito será enterrado el jueves', decía el titular de primera, que se repetía en el interior junto a otro, a cuatro columnas, sobre la 'Reacción mundial tras la muerte de Tito'.

Obrero, sindicalista, activista, político, partisano, militar, preso, tirano... Tito -apelativo que, dicen, le pusieron los milicianos españoles, incapaces de pronunciar su nombre- fue el gobernante más longevo de la corta historia -menos de 70 años- de ese país imposible que a penas le sobrevivió una década. Acusado de varias masacres, elevado como líder de un socialismo blando y padre de la patria acabó, como tantos dictadores, acumulando las riquezas que su mano dura recogía y los floridos uniformes poblados de medallas que sus temerosos acólitos o él mismo se concedía. En fin.

Ese mismo día, otro socialista que luego se haría famoso llegaba a Valladolid para dar un mitin promovido por la sección de UGT en Fasa-Renault en el cine Embajadores. Un jovencísimo Felipe González, acompañado por un no menos bisoño Nicolás Redondo, sorprendió a todos al augurar el final de la UCD y la aparición «de una nueva mayoría» para el otoño. Sólo se equivocó en los plazos. Quizá el deseo le influyó en exceso en su acertado análisis.

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