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FERNANDO ARANGUREN
Domingo, 2 de mayo 2010, 03:05
«Era grande y oscuro y sus manos eran como las de un carnicero, manos curiosas para un artista, pero su voz poseía cualidades.... Me dijo que era un eremita, un salvaje y que vivía en un pequeño pueblo llamado Segovia, que también era salvaje». Es la descripción de Ignacio Zuloaga (1870-1945) escrita en 1911, cuando contaba con 22 años, por Dorothy Rice (1892-1960), una pintora norteamericana en fase de aprendizaje que vino a España a estudiar con Sorolla y acabó recibiendo los consejos del pintor vasco afincado en Segovia.
Rice era «rica, testaruda y rebelde», describe la catedrática de Historia del Arte de la Universidad de Alberta (Canadá), la estadounidense Elizabeth Boone, en un artículo incluido en el libro 'Cuando España fascino a América' prologado por Ignacio Suárez-Zuloaga, presidente de la Fundación Zuloaga, entidad que trata de atraer a la ciudad del Acueducto a artistas e intelectuales de talla internacional, como a principios de siglo ocurriera por el influjo que Ignacio Zuloaga ejerció en el taller de cerámica abierto en San Juan de los Caballeros por su tío Daniel (1852-1921), de menor proyección internacional.
Boone, que el pasado martes pronunció una conferencia en la sala Caja Segovia organizada por la Fundación Zuloaga, ha estudiado ese influjo y lo ha rastreado siguiendo la estela de Dorothy Rice, Waldo Peirce (1884-1970), que fue su marido durante unos años, y el amigo de este Leopold Seyffert (1887-1956), el de mayor reconocimiento artístico. Los tres quedaron hipnotizados por Zuloaga, Segovia y España, compartiendo Peirce y Seyffert esta fascinación con el escritor Ernest Heminway, su común amigo.
La primera en llegar a Segovia fue Dorothy Rice quien, tras conoce Ignacio en el verano de 1911 en San Sebastián, «advirtió que la vida en España y el trabajo con Zuloaga le ofrecían un medio para desarrollarse y transgredir la condición femenina destinada a mujeres ricas en la Nueva York del temprano siglo XX», explica Boone. De su fortuna baste decir que su padre legó a su muerte, en 1915, un patrimonio de 40 millones de dólares.
Ignacio se encargó de preparar su llegada. Desde París encomendó a su tío Daniel que encontrara alojamiento a su nueva amiga. «Va conmigo una americana de Nueva York que ha venido únicamente para pintar en Segovia y con el fin de que yo le dé unos consejos. Es una muchacha de 22 años, quizá la mujer más gitana y hermosa que ha entrado en España», escribió a su tío.
Rice llegó a Segovia en agosto con una institutriz y, según cuenta Boone, «halló una casa grande al borde de un acantilado en el extremo del pueblo. Tenía treinta habitaciones, un patio, jardín con pavos reales, pero no había agua corriente. Costaba 160 dólares al año y el estudio de Zuloaga en San Juan de los Caballeros se encontraba al otro lado de la calle».
Entre Sorolla y Zuloaga
Como tantos otros artistas, críticos y público norteamericanos, Rice hubo de decantarse entre Joaquín Sorolla (1863-1923) e Ignacio Zuloaga, quienes en 1909 protagonizaron sendas exposiciones consecutivas en el museo de arte español de Archer Huntington, ubicado en el norte de Manhattan. Las comparaciones entre ambos fueron inevitables. Elizabeth Boone lo explica así: «Sorolla era un impresionista que retrataba a su elegante esposa y a sus hijos en las playas de Valencia y en los magníficos jardines españoles. Zuloaga, en cambio, era un provocador realista que pintaba los toreros, gitanos y campesinos de la antigua Castilla». Rice tuvo clara su elección pues cuando vio en Nueva York la obra del artista afincado en Segovia reconoció que le había impresionado tremendamente. «Se parece a la mía», dijo.
En Segovia decidió pintar personas típicas y escribió sobre su trabajo con un modelo, un enano llamado Pepito Único. «Solía colocarse la capa sobre los hombros y pavonearse por las calles. Poseía gran orgullo, pero también era generoso. Cuando caminábamos juntos me incluiría en su notoriedad y manifestaría: 'Observa a la gente que está mirándonos'». También pintaba gitanos: «Me gusta pintarlos especialmente después de que Zuloaga dijese que yo parecía uno de ellos».
Para la catedrática de la Universidad de Alberta, el atrevimiento y deseo de Rice de ser asociada a gente de clase desfavorecidas «era una de las diferentes formas con las que desafiaba las expectativas de una conducta femenina adecuadamente estructurada».
Llegó el invierno y la joven abandonó Segovia para irse a París, donde consiguió que Zuloaga le presentase al escultor Auguste Rodín y conoció a otros muchos artistas, entre ellos a su compatriota Waldo Peirce, corpulento, atlético y de 28 años, descendiente de una rica familia maderera de Bangor, en el estado de Maine. Peirce ya había estado en España, en una corrida de toros en San Sebastián y en Madrid, para trabajar dos meses en el Museo del Prado atraído por Velázquez.
El noviazgo fue breve. En las cartas a su madre, Peirce la tranquiliza respecto de la posición económica de su enamorada y no oculta su fascinación por tan singular mujer. «Se pinta ligeramente los labios y se pone betún en los ojos, usa aros como brazaletes y parece una gitana. Es la única alumna del señor Zuloaga. Pinta espléndidamente y por si fuera poco a veces maldice», la describe.
Segovia triste y solitaria
Se casaron enseguida y pasaron la luna de miel en Toledo, donde contrataron modelos y fueron visitados por Zuloaga. Tras un viaje a los Estados Unidos para pasar el invierno y la primavera de 1913, retornaron a España vía Francia y se instaron en Segovia en la misma casa que ella alquiló el verano anterior. Peirce empieza a pintar con Zuloaga. «Él te permite quedarte a su espalda mientras trabaja. Produce rápidamente un cuadro en dos días y lo vente por dos mil o tres mil dólares», escribiría. De Segovia dice que «es el mejor lugar del mundo en verano, pero al final del otoño se torna triste y solitario».
Pero las desavenencias en el pareja comienzan pronto, tanto en sus estancias en España durante el verano, como en París, en invierno «Discutíamos en los dos sitios y no llegábamos a coincidir sobre cual de nosotros dos era mejor artista», escribió Waldo. Tras pasar una temporada en Nueva York el matrimonio volvió a Segovia en abril de 1914 en unión del pintor de Filadelfia Leopold Seyffert (que tenía 27 años), su mujer Helen Fleck y su hijo yque empezaba a vivir holgadamente de la pintura, lo que hizo toda su vida retratando magnates.
El estallido de la Primera Guerra Mundial marcó el devenir de los acontecimientos. Dorothy marchó a Alemania a encontrarse con su padre, y no pudo volver, siendo aquella estancia en Segovia la última vez que la pareja convivió. El matrimonio «precipitado, apenas se conocían», según la historiadora Boone, se desgastó pronto y acabo en divorcio tres años después.
Retratando a Daniel
Peirce y Seyffert pasaron el resto del verano del 14 pintando gitanos, viejos campesinos segovianos y retratos de su anfitrión, Daniel Zuloaga, siendo así como, retratando al ceramista se realizaron varias fotografías en el interior de San Juan de los Caballeros.
El tío de Ignacio cautivó a los tres pintores norteamericanos. «Es comunista y revolucionario; siempre estaba insultando al rey y la corte y metiéndose con ellos», diría Rice de él. Peirce recuerda los exabruptos que, mientras bebían en una plaza segoviana, dedicó a los alemanes por invadir Bélgica; a los franceses por la invasión napoleónica de España y a los ingleses por haber tomado Gibraltar. «Finalmente, con la barba ondeando al viento y mientras escupía vociferó: 'todos cochinos', una de las apreciaciones más concisas e incontrovertibles de la raza humana al completo que yo haya oído jamás, sin exclusión de país alguno», reflexionó.
La Gran Guerra produjo éxodos masivos de Europa y la mayoría de los estadounidenses volvieron a su país, aunque Daniel Zuloaga asegurase a sus invitados que en España había tranquilidad y en su casa patatas suficientes para no pasar hambre. Los Seyffert salieron de Cádiz en un barco fletado; Peirce cogió un barco desde Bilbao, vía Londres, y Rice se embarcó en Alemania junto a su padre, aunque el barco fue desviado a Londres.
Suerte dispar
Peirce y Seyffert conservaron su amistad, pese a los celos artísticos del primero sobre el éxito y reconocimiento del segundo. A él le llegaría más tarde, en los años 30 y 40. Después, la riqueza heredada de su familia le permitió vivir holgadamente, casarse otras tres veces y medio abandonar la pintura. Murió en 1970, a los 86 años. Su primera esposa, Dorothy Rice también dejó el arte. Su carácter intrépido le llevó a ser una de las primera mujeres en obtener el titulo de piloto de aviación. Se casó más adelante con Henri Sims y el matrimonio se convirtió en una pareja de consumados jugadores de 'bridge'.
Seyffert fue considerado uno de los retratistas más importantes del XX hasta su muerte en 1956. Más de 500 de sus retratos continúan decorando las salas de numerosos museos e instituciones de los Estados Unidos.
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