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Elsa Peretti se cortó el pelo en 1974 para esta mítica fotografía. :: HELMUT NEWTON.
VIDA Y OCIO

La 'conejita' de Tiffany

Elsa Peretti, la mejor joyera de la historia, cumple 35 años al frente de la mítica firma

PPLL

Domingo, 28 de marzo 2010, 03:23

Elsa Peretti (Florencia, 1940) sorbe el tiempo sin dar ninguna importancia a lo que los demás piensen y, mucho menos, digan de ella. «Me encanta beber, fumar y la gente que lo hace», proclama. Lo confirma su vozarrón: «La de veces que por teléfono me han dicho 'buenos días, señor'». Es cierto que desde pequeña tuvo a su alcance un mundo de lujo y 'glamour'. Podría haberse pasado toda la vida «tumbada debajo de un cocotero». La chequera de su padre, presidente de Asociación Petrolífera Italiana (API), daba para todo. Sin embargo, este estilo no casaba con su carácter. Se sentía «acorralada».

Su madre le rogó sin éxito que regresara a casa después de marcharse a Suiza, con 21 años, como monitora de esquí y profesora de inglés. Deseaba que hiciera una vida propia de una chica de buena cuna. Con Ferdinando, su padre, terminó aún peor. «Acabarás desclasada», advirtió a la más pequeñas de sus hijas, tras plantar al multimillonario editor milanés que le había elegido como futuro marido. Nunca volvieron a dirigirse la palabra. Ni en el lecho de muerte. Elsa decidió volar por su cuenta. Quince días ante de la boda, dejó colgado al novio y el vestido. «El verdadero éxito es estar contento con lo que haces y cada uno debe encontrar su camino», argumenta.

Así que, repudiada por los suyos, hizo las maletas y se plantó en 1968 en Barcelona. Disfrutó a tope de la 'gauche divine'. Vivió el día y agotó la noche. Entonces, en la Ciudad Condal, «no había distancias» entre Pedralbes, la zona más exclusiva, y el barrio chino. En sus fiestas lo mismo coincidía con la 'jet-set' de «Samaranch, Terenci Moix y los Godó, que con un marinero o un travesti». Elsa nunca era de las primeras en volver a casa. El vodka tuvo mucha culpa de que perdiese la cuenta contando los amaneceres que presenció. «Cada día acabábamos saliendo a cuatro patas de una discoteca a las siete de la mañana para ir a comer pollos», admite.

Con sus ojos rasgados y una silueta espectacular, su físico no pasó desapercibido. «¿Quién es esa chica? ¡Traédmela!», pidió Salvador Dalí. La tuvo una semana entera posando vestida de monja. Peretti aceptó encantada: «Nos invitaba a restaurantes buenos y nosotros nos dejábamos». Evidentemente, se lo pasó en grande en aquella Barcelona. La España de finales de los sesenta también le gustaba más que la actual, «porque cuando Franco estaba vivo, el que era rebelde, lo era de verdad». Había «más transgresión», presume. Y también amor. Junto al escultor Xabier Corberó vivió una gran pasión y pulió, quizá sin saberlo, su futuro. El artista le ayudó a crear piezas inspiradas en las formas de la naturaleza: su especialidad.

Peretti inventó la joyería moderna con sus estilizados diseños. Engalanó los cuerpos femeninos de colgantes, anillos, pendientes y cadenas en forma de judías, corazones, estrellas de mar, medusas, lágrimas, manzanas, serpientes, escorpiones, semillas… y huesos. «Mi pasión por los huesos no tiene nada de macabro», puntualiza. Recuerda que de pequeña su niñera la llevó al osario de un convento de capuchinos y se metió algunos en los bolsillos para llevárselos a casa. «Podía pasarme horas acariciándolos».

Miope y con gran sentido del tacto

Cuando el amor con Corberó tocó a su fin, Peretti se fue a Nueva York. Tenía 35 años, los mismos que lleva en Tiffany, que la fichó nada más ver sus sensuales creaciones, pensadas para mirarlas «y sentirlas». «Tengo el sentido del tacto muy desarrollado porque estoy muy miope», subraya. Elsa no daba abasto. Se erigió en modelo de los modistos más importantes -Halston y Giorgio di Sant'Angelo- e icono de la movida gay. Con tantos amigos homosexuales, la pregunta que más le hicieron en aquella época era «¿Qué te vas a poner esta noche'?», suele recordar con ironía.

Si en Barcelona fue la reina de la mítica discoteca Bocaccio, el Studio 54 de Manhattan se convirtió en su segunda «casa». La adoraban. Cuenta que siempre había una botella de vodka esperándola. Su ático era también una fiesta continua. Por allí desfiló la pandilla más 'chic'. Los de siempre, vamos: Warhol, Liza Minelli, Mick Jagger y, por supuesto, Helmut Newton, que la fotografió de 'conejita' Playboy con pelo corto en 1 974.

A los 70 años reparte su tiempo entre Nueva York, Roma y Sant Martí Vell, un pequeño pueblecito gerundense en plena naturaleza donde halla inspiración. Para este verano lanza un anillo redondo «como el sol y la luna» que captura el movimiento del mar. Siempre pendiente de la naturaleza. De fuerte carácter -«quisiera ser un Don Quijote con ametralladora y sin Sancho Panza», le llegó a soltar al presidente de Tiffany-, no ha perdido la cabeza. «El éxito es estúpido si te lo crees», sentencia.

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