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LEONOR RAMOS
Domingo, 28 de marzo 2010, 03:28
Conocer a Ángel Aguado, de 57 años, párroco de Villamuriel de Cerrato desde hace ocho, es una experiencia de lo más gratificante. Aguado es un cura diferente, peculiar, y con una visión de la Iglesia que quizás muchos otros no lleguen a entender jamás. «La Iglesia, para no quedarse atrás en la sociedad actual, debe conectar con el mundo, y si quiere dialogar con la humanidad, debe romper muros e intentar ayudar a los desfavorecidos para hacer los caminos que les permitan seguir adelante», explica con pleno convencimiento.
Llegó a la villa cerrateña tras hacer su tesis sobre el cambio cultural de la sociedad y el consiguiente desafío para la acción pastoral. Porque para Ángel Aguado, las comunidades cristianas deben convertirse en un lugar abierto para la reflexión y el debate, en donde se trabaje a favor de la dignidad y de la justicia. «La Iglesia es mucho más que la práctica, también hay que vivirla y saber transmitir esa vivencia a otros sectores de la población menos favorecidos», asegura.
Su mundo siempre ha girado en torno a los demás. Ayudar a los más necesitados y a que la gente joven encuentre el sentido de su vida es ahora mismo el objetivo de este sacerdote, quien reconoce que la tarea es complicada. «Pero siempre será mejor hacer algo y no quedarse con los brazos cruzados en casa esperando a que llegue el domingo para ir simplemente a misa, como si a nuestro alrededor todo fuese un camino de rosas», manifiesta.
Una de las máximas que siempre lleva consigo es que por encima de la labor diocesana están las personas, y es precisamente eso lo que transmite día a día a los vecinos de Villamurel, quienes han hecho suya también esta forma de ver la vida. Si hace ocho años Ángel pisaba por primera vez la parroquia de Villamuriel, hace también ocho años que surgía en esta localidad palentina la Asociación Intercultural de Villamuriel de Cerrato (Asinvi). Ángel y Asinvi van de la mano siempre, al fin y al cabo los dos tienen el mismo objetivo: dirigir a la sociedad hacia los caminos de la amistad, la solidaridad, la integración y la ayuda.
La casa sacerdotal del pueblo se convirtió desde entonces en un lugar de encuentro entre católicos, protestantes y musulmanes. Allí se celebra misa diariamente, y allí acuden todos los vecinos para estrechar más si cabe los lazos de solidaridad. En la actualidad, en Villamuriel hay unos 400 inmigrantes de 32 nacionalidades. «Nuestro objetivo es estrechar esos lazos, y aunque eliminar el racismo es muy difícil, por los menos debemos intentar que su vida sea igual que la de los demás», afirma.
Pañales y otros enseres
Casi todos los días acuden vecinos a entregar comida, pañales y ropa para la gente inmigrante, y precisamente cuando yo llego al pueblo una mujer le lleva al párroco una caja de pañales, mientras que otras dos chicas le están esperando a la puerta de la casa de la Iglesia para pedirle un paraguas. Ángel no tiene un paraguas, pero les da un consejo: «Corred a casa antes de que caiga el chaparrón». Siempre parece tener solución para todo.
«Yo paso también mucho tiempo con la gente mayor porque también es una experiencia muy bonita», dice, y añade: «Hay que pasar más tiempo en la calle, donde están las preguntas, las dudas y los problemas». Para Ángel, también es importante saber separar las ideologías y respetarse unos a otros. Y así, por ejemplo, en la asociación, pocas veces hablan de religión, «aunque en algunas ocasiones compartimos opiniones sobre temas de calado religioso», asegura.
Además celebran anualmente encuentros de gastronomía para que los vecinos de Villamuriel aprendan a cocinar, por ejemplo, los platos típicos de África o Moldavia. Entre platos, en las reuniones de la asociación, en las compras diarias, en los paseos, en las misas , en cualquier lugar se puede mostrar tu ayuda a los demás. Villamuriel ha tendido un gran puente de colaboración con los necesitados, construido con sus manos y la ayuda de su párroco, Ángel Aguado.
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