«Tengo 77 años, pero sigo trabajando como si fuera un chaval de 25»
Alberto López Empresario del Año
CARLOS ÁLVARO
Lunes, 15 de febrero 2010, 01:59
La Federación Empresarial Segoviana (Fes) acaba de distinguirlo con el título de Empresario del Año 2009 por «la extraordinaria trayectoria empresarial de la familia Cándido» y la promoción de «nuevos y ambiciosos proyectos», como el restaurante Pórtico Real y el Hotel Cándido. Pero Alberto López Duque (Segovia, 1933) es ante todo un trabajador que continúa los pasos de su padre, el inolvidable Mesonero Mayor de Castilla. Le quedan apenas unos días para cumplir los 77 años y la posibilidad de jubilarse le suena a chino. En el Mesón de Cándido, donde nació, nos recibe con la hospitalidad de siempre, sello de la casa.
-¿Cómo recibe este premio?
-Me ha hecho especial ilusión, sobre todo porque viene de Segovia, de mis propios compañeros de trabajo. Tengo 77 años y sigo en activo; sigo siendo empresario.
-O sea que lo de tener que jubilarse a los 67 le causará risa.
-No me afecta, claro. También es verdad que estoy en mi casa. Si trabajara por cuenta ajena y en un taller, con un horario de sol a sol, etcétera, seguramente me hubiera jubilado ya hace tiempo; pero al estar aquí... Si me quitas mi trabajo, si no me permites venir todos los días al Mesón de Cándido a estar con uno, con otro... me muero. A mí me gusta trabajar y puedo decir que ahora estoy trabajando como si fuera un chaval de 25 años. Exactamente igual.
-El premio es un reconocimiento, un broche de oro a toda una carrera.
-Sí, sí, sí. Lo es. Lo es porque procede de los empresarios de Segovia, y en Segovia hay cientos de empresarios que lo merecen. Todos los empresarios merecen un reconocimiento, porque estar al frente de una empresa es un cometido muy duro. Yo puedo decir que lo he tenido fácil, porque mi padre me dejó un negocio muy encauzado, bajo las bimilenarias piedras de este Acueducto que nos legó Roma, y famoso en el mundo entero. Yo sólo he tenido que hacer dos cosas: primero, inculcar a mi familia lo que hicieron mis padres; y segundo, venir aquí todos los días a trabajar, lo cual me causa una gran satisfacción, porque el trabajo es vida.
-Se ha referido a las dificultades que tienen los empresarios. Ahora estamos en un momento muy delicado, con una crisis económicas de imprevisibles consecuencias. ¿Cómo está viviendo este momento?
-Los empresarios lo están pasando muy mal; peor de lo que la gente se cree. Los únicos que estamos un poco mejor somos los hosteleros, y no todos. Los restaurantes, concretamente, tenemos menos problemas que los hoteles o los bares. Y en Segovia van bien las cosas, porque Madrid está al lado y en los últimos años hemos conseguido muchos avances. El Ave, por ejemplo, nos ha beneficiado enormemente -no sé si somos del todo conscientes de lo que la alta velocidad está representando para Segovia-. Y luego han entrado en servicio otras infraestructuras muy necesarias, como el desdoblamiento de la carretera de La Coruña con otro túnel más o el gran aparcamiento que se ha construido en la avenida Padre Claret. Antes había miles de personas que venían y se iban porque no encontraban aparcamiento.
-¿Ha habido otras crisis que usted recuerde peores que la actual?
-He conocido muchas crisis, pero la madre de todas fue la que España vivió en los cuarenta, en plena posguerra, cuando ni siquiera había para comer. Todo era pobreza y miseria, hambre. La gente no tenía dinero ni para tomarse un chato de vino. Recuerdo que los carameleros del Azoguejo también vendían sacos enteros de zanahorias a cinco céntimos, y la gente se volvía loca por poder comerse una zanahoria con un cacho de pan. Y he conocido otras grandes crisis, como la de 1959, cuando entraron los tecnócratas en el Gobierno, devaluaron la peseta y los precios se dispararon al día siguiente... Y otras crisis, como la de los setenta, la del petróleo, que en España coincidió con los años azarosos de la Transición... Bueno, todo se pasó. Y como España es un país grandioso, estoy seguro de que ésta la va a superar.
-Recordemos a Cándido, su padre. Usted se ha esforzado siempre por mantener viva la llama.
-Antiguamente era costumbre que si el padre era sastre, el hijo también; que si el padre tenía un ultramarinos, el hijo tomaba el relevo. Yo, con 12 años, ya estaba en el bar poniendo chatos de vino. Por la tarde tenía que ir a la escuela particular para aprender lo que hoy sé, pero siempre por libre, porque nunca pude seguir los horarios de un instituto. Ese espíritu era el que todos los empresarios de aquella época teníamos. Y cuánta gente de mi edad ha continuado con los negocios de sus padres, en la Calle Real, en la calle de San Francisco, en el Azoguejo... Ahora ya no es así. Ahora todo el mundo estudia grandes carreras, pero yo creo que mi gran carrera ha sido la vida y la que mis padres me dejaron. Mi padre era todo un catedrático en sabiduría. Yo tuve la suerte enorme de hablar mucho con él y asimilaba muy bien lo que me decía. Ahora precisamente que estoy escribiendo esos consejos, esas enseñanzas, pienso: ¡qué maravilla! ¡Si mi padre era un genio! Con un pequeño establecimiento en una ciudad ignorada por todo el mundo, desconocida, supo crear todo lo que creó. «¡Casa Cándido se llama y en el Azoguejo está; quien come allá volverá y para siempre será pregonero de su fama!», decía el anuncio de Radio Segovia en los años treinta. Cándido tenía un gran sentido de la publicidad; era un hombre absolutamente moderno. Cuando empezó a regalar los modorritos, cuando empezó a cortar los cochinillos con el plato... El otro día vino un señor desde Sidney, Australia, sólo y exclusivamente a ver cómo se trincha el cochinillo con el plato. Mi padre fue un gran hombre y nos transmitió una herencia cultural muy grande.
-¿Sigue charlando con él?
-Todos los días lo recuerdo; todos los días hablo de él; lo veo en los cuadros, firmo por él, con su propio nombre. Incluso me creo que soy Cándido, que soy su prolongación. Cándido nació en Coca, aquel pueblo impresionante donde dos mil años atrás había nacido Teodosio el Grande. Y ya Teodosio sabía que dos mil años después iba a nacer allí otro emperador, el emperador del cochinillo asado. «Cuando se elevó este puente, mediado el siglo I, ya murmuraba la gente, será para el mesonero, un negocio permanente». Y así fue, así fue (ríe).
-¿Y qué consejo le dio Cándido que usted recordará siempre?
-Me decía: «Mira, hijo, ésta es la mejor profesión que vas a tener. Te va a pedir grandes sacrificios, pero te reportará mucha felicidad y muchas satisfacciones si haces las cosas bien. He comprobado que es verdad y es lo que ahora les digo todos los días a mis hijos e incluso a mis nietos.
-Hablemos de la leyenda, del carácter legendario que tiene este lugar, porque aquí han venido gentes relevantes e incluso se han fraguado grandes acontecimientos. El otro día, sin ir más lejos, recordaban en televisión el momento en que Suárez le da al futuro Rey de España la hoja de ruta a seguir tras la muerte del general Franco, allá por el año 1969. Y fue aquí, en un comedor de Cándido.
-Pues mire. Los primeros hombres relevantes que vinieron fueron los integrantes del Gobierno de la República, en 1934. Un buen día se presentó el secretario del Consejo de Ministros. Llegó en un Hispano-Suiza. Mi padre, que estaba en mangas de camisa en la puerta del mesón, se quedó impresionado. Le preguntó si era Cándido, el mesonero, y se presentó. «¡Patro! -Le dijo Cándido a mi madre- La cordera churra que se está asando en el horno de leña que hay a la izquierda, que nadie la toque, que es para este señor». Por supuesto no había ni cordera ni horno, pero a las dos de la tarde, el secretario estaba comienzo en el mesón. A la semana siguiente se presentó con todo el Consejo de Ministros en pleno. Fue un gran día para Cándido. Y habla de Suárez y el entonces Príncipe. Adolfo Suárez esperó en la puerta al Príncipe, que llegó con la Princesa conduciendo su propio coche. Al final de la comida, el camarero le dio el bloc de notas al Príncipe, y ahí anotó Suárez esa hoja de ruta. Y don Juan Carlos se llevó la libreta. Por eso aquí, en el lugar donde ocurrió, vamos a colocar próximamente una placa de bronce que diga: «Aquí, en este rincón que tanta solera entraña, nació la democracia de España». ¡Qué bonito!
-¿Cómo es una jornada de diario para usted, Alberto?
-¿Mi jornada? A los ocho tocan diana. A las ocho y media o nueve, comienzo la jornada en el Hotel Cándido. Reviso las cosas, hablo con el personal, miro las cuentas, etcétera. Después bajo al mesón; me meto en el despacho, abro la correspondencia, contesto las cartas que me escriben, hablo con mis hijos, con el jefe de cocina... Trato de saludar a todos los clientes, me intereso por ellos, por sus países, en fin, no paro ni un minuto. A las once y media o a las doce echo el cierre.
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