Sam Altman. Afp

Las 72 horas que han sacudido Silicon Valley: del despido de Sam Altman de su propia empresa a su fichaje por Microsoft

El creador de Chat GTP ha vivido un fin de semana en el que ha pasado de perder su puesto en Open AI a rumorearse con un regreso triunfal al estilo Steve Jobs para acabar de fichaje estrella de la empresa fundada por Bill Gates

Lunes, 20 de noviembre 2023, 18:53

Silicon Valley, la cuna de la tecnología a nivel mundial -allí están Google, Apple, Meta (Facebook), Intel...-, ha vivido un fin de semana de locura. Solo así puede calificarse lo ocurrido en torno a la figura de Sam Altman, el fundador de Open AI y ... cara visible de Chat GTP, la herramienta que ha popularizado la Inteligencia Artificial entre el gran público desde su irrupción hace un año. De ser despedido el viernes a última hora de la compañía que ayudó a fundar en 2015 y a la que había llevado a la cima, a rumorearse con un regreso triunfal el domingo para acabar recalando este lunes en Microsoft como fichaje estrella. Todo en solo 72 horas.

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Los movimientos de esta insólita partida de ajedrez comenzaron el jueves pasado. Altman se encontraba en una reunión de consejeros delegados que se celebraba en San Francisco como parte de la Cumbre Económica de Asia Pacífico (APEC). En su intervención nada hacía indicar lo que ocurriría un día más tarde. Allí aseguró que «la Inteligencia Artificial será la tecnología más transformadora y beneficiosa que la humanidad haya inventado hasta ahora» y que no necesitará una regulación fuerte «durante las próximas dos generaciones». «Estoy muy emocionado. No puedo imaginar nada más emocionante en lo que trabajar», continuó.

Esa misma noche recibió un mensaje de Ilya Sutskever, científico jefe de OpenAI y miembro de la escueta junta directiva de la firma junto al propio Altman; Greg Brockman, presidente y cofundador de Open AI, y tres consejeros independientes: Adam D'Angelo, jefe de Quora -una especie de red social de preguntas y respuestas-, Tasha McCauley, emprendedora tecnológica, y Helen Toner, directora del Georgetown Center for Security and Emerging Technology. Le citaba para una videoconferencia a mediodía del viernes hora de la costa este estadounidense, de noche ya en la Península.

Fueron directos. Comunicaron a Altman su despido fulminante. Las razones las darían en un comunicado publicado poco después: «Pérdida de confianza y no ser consistentemente sincero en sus comunicaciones con la junta». Nadie se esperaba un movimiento de este calibre. Al fin y al cabo, gracias a su trabajo la compañía había pasado de ser conocida solo en el mundillo tecnológico a ser la principal protagonista en la revolución que está causando la Inteligencia Artificial. «Me encantó mi paso por Open AI. Fue transformador para mí personalmente y, con suerte, un poco para el mundo. Sobre todo, me encantó trabajar con gente tan talentosa. Tendré más que decir sobre lo que sigue más adelante», escribió en X/Twitter. «Nosotros también estamos intentando averiguar qué ha pasado exactamente», añadió Brockman, que renunció el mismo día en solidaridad con Altman. Este estaba sufriendo lo que años atrás le ocurriera a su idolatrado Steve Jobs, cuando fue despedido de Apple para regresar triunfalmente años después.

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Choque de culturas y dinero

Lo cierto es que nadie sabe exactamente lo que ha pasado. Lo reconoce Kevin Roose, columnista tecnológico del 'The New York Times', que en un artículo sobre el tema asegura que «no conozco todos los detalles sobre por qué expulsaron al señor Altman. Al parecer, tampoco los conmocionados empleados, inversores y socios comerciales de Open AI». Entre estos socios está Microsoft, que dota tanto de músculo tecnológico como financiero -10.000 millones de euros- a cambio del control del 49% del capital y que ha acabado fichando a la estrella tecnológica del momento.

En los mentideros del sector se habla de una fractura en el seno de la firma por su evolución en los últimos años y por su porvenir. Nacida en 2015 como una organización sin ánimo de lucro, en 2019 se transformó para convertirse en una empresa más tradicional -este fue uno de los motivos que se cree que impulsaron a Elon Musk a salir de la misma-. Al menos, hasta cierto punto, porque tiene limitados sus beneficios en sus estatutos. En su seno convivían dos corrientes. Una, la liderada por Altman, apostaba por avanzar cuanto más mejor en el desarrollo de la Inteligencia Artificial. La otra, auspiciada por Sutskever, el autor del golpe, prefería un desarrollo más pausado. Este choque cultural se mezcla con otro ingrediente, el dinero. Lo ocurrido este fin de semana ha coincidido con que la compañía, valorada en unos 90.000 millones de dólares -unos 82.000 millones de euros-, está buscando inversores.

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De un regreso triunfal al fichaje por Microsoft

Precisamente los actuales inversores de la compañía han presionado a la junta durante todo el fin de semana para que diera marcha atrás a su decisión. Entre ellos se encuentran la propia Microsoft y varios fondos de inversión estadounidenses como Thrive Capital o Founders Fund -de este último forma parte Peter Thiel, una figura controvertida y clave en todo lo que sucede en Silicon Valley-. Todo apuntaba a un regreso triunfal al estilo de Jobs. Se comentó que Altman volvería con mando en plaza al exigir la dimisión de la junta directiva.

Pero no ha sido así. En otro giro de guion inesperado, Satya Nadella, CEO de Microsoft, ha dado un golpe en la mesa y ha anunciado a primera hora de hoy la incorporación tanto de Altman como de Brockman. Ambos liderarán un nuevo equipo de investigación avanzada de Inteligencia Artificial. Se espera que les acompañen varios trabajadores de su antigua compañía, lo que arroja dudas sobre la capacidad de esta para seguir innovando al ritmo actual en Chat GTP u otras de sus herramientas. «La misión continua», ha dicho Altman. Mientras tanto, Sutskever ha mostrado su arrepentimiento y 505 de los 700 trabajadores de Open AI han exigido la dimisión de la junta, y amenazan con dejar la compañía y seguir los pasos de su exjefe.

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El enigma de un 'preparacionista' con máscaras antigás en casa

La figura de Sam Altman surgió casi de la nada hace aproximadamente un año. Entonces vio la luz Chat GTP, el programa que ha revolucionado la Inteligencia Artificial. Pasó de ser conocido solo en el sector tecnológico a ser recibido el pasado mes de mayo por los presidentes de Francia, Alemania y España, y ser escuchado en el Congreso de los Estados Unidos.

Nacido en Chicago el 22 de abril de 1985, su infancia en la ciudad de San Luis, en Missouri, la América profunda, fue complicada. Según su testimonio, no fue fácil «sobrevivir siendo gay». Superó esta dificultad trasteando con los ordenadores. De origen judío, vegetariano e hipocondriaco, ingresó en la prestigiosa Universidad de Standford para estudiar Ciencias de la Computación. Como Steve Jobs o Bill Gates, no terminó sus estudios. Prefirió centrar sus esfuerzos en su primera empresa, Loopt, que permitía compartir la ubicación de forma selectiva con otras personas. Tenía 19 años y sería su primer pelotazo. La vendió por 43 millones de dólares, bastante menos de lo que esperaba. Su siguiente proyecto fue el capital riesgo. Entró a formar parte de Y Combinator, una incubadora de star-ups que ha financiado firmas como Dropbox, Reddit o Airbnb. Pasó a dirigirla con 28 años. Con el regusto amargo de ese primer proyecto, hizo una segunda apuesta, Open AI.

Cuando no está ocupado con sus empresas -también ha invertido en proyectos tan diversos como Retro Biosciences, que busca alargar diez años la esperanza de vida, y Helion, que investiga en la fusión nuclear, la promesa de una energía limpia e ilimitada-, es un 'preparacionista' declarado. «Intento no pensarlo mucho, pero tengo pistolas, oro, yoduro de potasio, antibióticos, baterías, agua, máscaras antigás del ejército israelí y un rancho en el sur de California al que puedo volar», explica.

Altman suele insistir que el dinero no es una de sus preocupaciones. Dice que con su casa de San Francisco, sus cinco coches -entre ellos dos McLaren y un viejo Tesla-, su rancho en el sur de California y una reserva de diez millones de dólares le basta. El resto, para «mejorar a la humanidad».

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