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Antonio Escohotado, en su casa de Galapagar. Elira Megías
Antonio Escohotado: «Las únicas actividades dignas de los seres humanos son fornicar y estudiar»

Antonio Escohotado: «Las únicas actividades dignas de los seres humanos son fornicar y estudiar»

El filósofo Antonio Escohotado, partidario de despenalizar las drogas y fundador de la discoteca Amnesia, asegura que su generación fue «muy autodestructiva»

césar coca

Domingo, 24 de noviembre 2019

Son las cinco de la tarde de un delicioso día de otoño, una luz dorada se cuela por las ventanas y Antonio Escohotado está preparándose un plato de bonito de lata que mezcla con mayonesa casera y adereza con pimienta de Zanzíbar y Jamaica. Con unas manos de dedos finos, propias de quien no ha hecho nunca un trabajo manual –aunque asegura que cortaba él mismo la leña para la chimenea «desde 1970 a 2012»–, revuelve los ingredientes y luego come con parsimonia. «A esta hora siempre tomo algo», dice a modo de explicación, mientras muestra a los periodistas el busto con su efigie de niño que le hizo un artista hace casi setenta años y la foto de sus padres.

La entrevista discurre en su casa de Galapagar, un pueblo próximo a la sierra de Guadarrama del que su bisabuelo fue alcalde. «Y héroe de la Gloriosa», añade. «Con dos hombres con escopeta y otros seis con garrota, tomó Alpedrete. Años después, al abuelo Vicente la gente del pueblo le pagó los estudios».

No para de sonreír mientras lo cuenta. Terminado el tentempié de media tarde, Antonio Escohotado se sienta en un sofá. Mantiene erguida su flaca figura frente a una lata de cerveza y un vaso de whisky, y se ríe cuando la fotógrafa, Elvira Megías, le sugiere que quizá no sea adecuado en estos tiempos aparecer en las fotos con un cigarrillo encendido. «En un programa de televisión me pixelaron el pitillo. Hay que ser ridículo».

Su trayectoria

  • Nació en Madrid en 1941.

  • Formación. Estudió Filosofía y Letras.

  • Trayectoria. Consiguió una plaza de funcionario en el Instituto de Crédito Oficial (ICO)y a la vez era profesor ayudante en las facultades de Derecho y Ciencias Políticas. Desde los ochenta y hasta su jubilación, ha sido profesor de Filosofía y Metodología de las Ciencias Sociales en la UNED.

  • Obra. Su trabajo más conocido es 'Historia general de las drogas'. Ha publicado mñas de veinte libros, entre los que destacan 'Marcuse, utopía y razón', 'Realidad y substancia', 'El libro de los venenos', 'El espíritu de la comedia', 'Rameras y esposas: cuatro mitos sobre el sexo y el deber', 'Retrato del libertino', 'Caos y orden', 'Los enemigos del comercio' (tres volúmenes)y el más reciente, 'Mi Ibiza privada' (editorial Espasa-Calpe).

  • Premio. Ha ganado los de ensayo Anagrama y Espasa.

Este filósofo, traductor, autor de la célebre 'Historia general de las drogas', fundador de la discoteca Amnesia en Ibiza, agitador cultural y provocador en general está en su salsa y disfruta con cada anécdota narrada y cada reflexión profunda que comparte, como si fuera un juego. Un juego no exento de coquetería porque, justo cuando ha terminado de comer, antes de empezar la entrevista, ha pedido a su mujer que lo maquille. «Que luego me dice que no salgo bien en las fotos».

–Su padre fue agregado en la embajada en Brasil. Allí vivió de los cinco a los quince años. ¿Cómo fue su infancia?

–Recuerdo que por mi casa, antes de ir a Brasil, pasaba gente como Foxá, Sánchez Mazas, Ridruejo y otros. Luego, los años en Brasil fueron idílicos. La capital estaba aún en Río y era una ciudad maravillosa, no el peligro constante de asalto y hurto que es ahora, donde tampoco faltan magnates 'snobs' dispuestos a hacerse palacios blindados dentro de las favelas. A mi padre no le sentó bien perder aquellos horizontes, y se deprimió crónicamente.

–En plena adolescencia regresó de la luz y el color del trópico a la grisura de Madrid. ¿Qué tal llevó el cambio?

–Llegué virgen, pese a que había tenido una tata monísima que era solo dos años mayor que yo y, rodeado de curas y militares, no tardé en añorar a aquella gente libre y multiorgásmica..., así que me convertí en un anarcocomunista, aunque fuese al colegio Rosales.

–Mientras estaba en la Universidad hizo las milicias y se pasó casi la totalidad del servicio en el calabozo. ¿Ser hijo de alguien bien relacionado en el régimen le salvó de un trato peor?

–Quizá lo hizo el general Díez Alegría, que había sido agregado militar en Río. Pero estuve diez meses más de lo previsto, en un batallón de castigo.

–Pese a su espíritu poco militar, trató de alistarse en el Vietcong. ¿Cómo explica eso?

–Siempre fui guerrero, pero en aquel Ejército no te enseñaban a defender un territorio, solo a obedecer automáticamente. Los seis que amigamos por rebeldía acabamos yendo a la legación de Vietnam en París para alistarnos, pero nos aclararon que no cabríamos físicamente en los túneles de la resistencia, y solo económicamente podríamos ayudar. Me enteré entonces de que ese año más de mil se habían ofrecido, y no pocos norteamericanos. Eso indica lo impopular que era aquella guerra.

El filósofo, junto al busto con el que le retrataron de niño. Elvira Megías

«El mejor antídoto contra la cárcel es ser propietario»

–¿Ha vuelto a Amnesia?

–Una vez, hará unos ocho años. Fueron muy amables y abrieron unas botellas de 'Dom Perignon'. No entiendo esa música y que tomen éxtasis, que es algo que facilita la comunicación, cuando allí no se puede hablar por el volumen de la música.

–En la cárcel aprendió cosas sobre los beneficios de la propiedad.

–Sin duda. El mejor antídoto contra la cárcel es ser propietario.

–Es muy crítico con la juventud actual.

–Porque viven del cuento desde hace muchos años y quieren seguir haciéndolo. Internet ha hecho gratuito algo que antes era muy oneroso. Pero tenemos una juventud tan 'blandiblú' que detesta leer. Mire, he ofrecido a mis hijos doscientos euros por cada libro de pensamiento que lean, y prefieren ganar ese dinero sirviendo copas.

–Y eso que son hijos de un intelectual...

–Quizá les arrastra a ello vivir en el mundo más próspero jamás visto. El grado de pereza e inopia intelectual resulta pasmoso.

–¿Y los políticos? ¿Tiene alguna relación con ellos?

–Apenas ninguna.

–Pablo Iglesias vive ahora muy cerca de usted. ¿Suele verlo por aquí?

–Debo mandarle un 'mail' reprochando que no cultive a sus vecinos. Quizá no le gusta oírme repetir que debe estudiar Economía.

–No soporta a la derecha, pero no encuentra en la izquierda líderes aceptables. ¿Qué le queda?

–Mi lema siempre ha sido 'vive y deja vivir'. No entiendo a quienes quieren solucionar los problemas actuales por sistema distinto de crear capital no imaginario. Después de la Segunda Guerra Mundial se acabó la derecha. Ahora, enarbolar la presencia de la extrema derecha es típico de la izquierda, que tiene que buscar una fuerza contraria. Pero de la izquierda ya queda también poco o nada.

–Me cuentan que es el autor español más digitalizado. E incluso ha hecho un audiolibro de una de sus obras leyendo usted mismo el texto.

–Ojalá haya quedado bien.

–No estuvo en Vietnam pero fue a París en los sesenta. Eso sí, llegó antes de Mayo del 68, con lo bien que habría encajado allí.

–Fuimos mi mujer y yo de recién casados, en un vagón de tercera con asientos de madera, flanqueados por emigrantes marroquíes. Todo muy bohemio, y recuerdo que hasta afanamos alguna barra de pan y algún litro de leche en el súper. Poco después se concretó la divergencia entre quienes querían volver a tomar la Bastilla y los que optamos por 'volver a la naturaleza', defendiendo la revolución sexual anticipada por Freud.

–Eso es lo que más ha apreciado usted siempre.

–Es que la libertad de elección sexual constituye uno de los grandes logros de nuestra civilización, comparable con la libertad de expresión y asociación.

Un rockero en el ICO

Luego alternó tímidos ensayos con bandas de rock con el trabajo de profesor ayudante en Derecho y en Políticas. Pero eso era una ocupación extra, porque de lunes a viernes, de ocho y media a dos y media, Escohotado era un funcionario del Instituto de Crédito Oficial (ICO) a quien seguramente algunos tendrían enfilado porque era sobrino del ministro de Hacienda. Hasta que un día, poco después de morir su padre, le planteó a su madre que quería vivir la aventura. Pidió la excedencia en el ICO («creo que fui el único que lo hizo»), convenció a su mujer («era muy ingenua y hasta le hizo ilusión») y se trasladó, con la única compañía de su hijo pequeño, a Ibiza. Allí se instalaron en una casa sin luz ni agua corriente a la que algunos meses después llegó también su mujer.

«La libertad de elección sexual es uno de los grandes logros de nuestra civilización»

antonio escohotado

–Allí defendían la causa del amor libre, y según dice en su último libro ('Mi Ibiza privada') un filtro invisible logró que no se reclutara a fanáticos ni a feos. Ya me dirá cómo se consigue eso.

–Lo que define una secta es que se trata de una sociedad secreta cuyos estatutos solo conoce el líder, que es infalible. Allí no había líder, ni estatutos ni nada parejo. Éramos una secta sin sectarios. Hubo un gran tráfico de drogas, en especial LSD, que es una sustancia con la que nadie ha muerto por sobredosis. Ese tráfico llegó a inquietar incluso a los servicios secretos.

–¿Y usted qué hacía en Ibiza, a qué dedicaba sus días?

–Como decían los panteístas medievales, las únicas actividades dignas de los seres humanos son fornicar y estudiar de la mañana a la noche.

–También tuvo tiempo para montar una discoteca que ahora es conocida en todo el mundo: Amnesia.

–La montamos con un equipo de música, un tocadiscos y una barra. En los ratos libres de música en vivo empezó a elegir Alfredo Fiorito, hoy reconocido como el pionero de los dj.

–Vendió su participación en la discoteca muy pronto y perdió así una oportunidad de hacer fortuna. ¿Habría cambiado eso su vida?

–No tengo ninguna vista para los negocios. También vendí de mala manera un piso en la calle Génova, frente a la sede actual del PP, por 2,5 millones de pesetas y un año después salió a la venta por 130. Lo mismo me pasó con Amnesia. Habría sido rico, sí, y habría cambiado mi vida, por supuesto.

«Tengo la sensación de una viva vivida, pero los achaques son debilidades sin grandeza»

–Antes de llegar al episodio de su paso por la cárcel, explíqueme cómo encajaba aquello del amor libre en un sistema que seguía basado en la familia tradicional.

–No encajaba. Era una blasfemia, el sacrilegio máximo.

–Le acusan y condenan por tráfico de drogas, algo que siempre negó. La condena fue relativamente leve y pidió que le pusieran en una celda de aislamiento para escribir la 'Historia general de las drogas'.

–Cuando salió la sentencia, el magistrado Clemente Auger, a quien conocía desde tiempo atrás, me dijo que si recurría podía darse el caso de que me aumentaran la condena, así que decidí aprovechar para concentrarme en el libro. Los dos primeros días en el calabozo, tras la detención, fueron los peores de mi vida, porque me di cuenta de que la situación me abocaba a convertirme en un asesor de mafiosos o un gusano de la Policía. Entonces decidí que podía lavar mi nombre haciendo ciencia. Y eso hice. Cada día escribía cinco páginas, y así terminé el libro.

–¿Cómo soportó el aislamiento?

–En mi celda solo escribía y pensaba. Había conseguido unos contratos de traducción en Viena, donde está la oficina de estupefacientes de la ONU, y eso me permitió tener mucha información. Así descubrí que el imperialismo de Estados Unidos se centra en perseguir paraísos artificiales, aunque la guerra a la droga haya pasado a ser un armisticio solapado, porque jueces y legisladores comprendieron que no se podía ganar, y gran parte de los recursos –con excepción de la DEA en EEUU– se canalizaron hacia la llamada reducción de daños.

–Al recobrar la libertad, se había convertido en un especialista en el tema al que llamaban para tertulias televisivas, debates en universidades y en múltiples foros.

–Salí convertido en un experto, además de colérico y blasfematorio, como al acabar la mili. Me reía de la pudibundez de algunos, mis libros se vendían mucho y no salía en la tele sin cobrar un buen dinero.

–También hay quienes le acusan de que con sus ideas ha podido empujar a algunos hacia las drogas y de ahí a la muerte.

–Muy cierto. Llevo un diario con mi automedicación en los últimos veinte años, que se publicará póstumamente. Soy un ejemplo teórico-práctico del manejo de esas sustancias. Tengo mi propio régimen de consumo, y me ha funcionado de miedo.

–Defiende el uso de ciertas sustancias para mejorar el rendimiento y asegura que solo hace cuatro o cinco 'viajes' al año.

–Eso de los cuatro o cinco viajes es un infundio. Me administro más habitualmente opiáceos, son sustancias que se han usado terapéutica y lúdicamente desde la Antigüedad más remota. Ahora se han quedado sin uso médico ni científico, vaya por Dios.

El sentido de la vida

Ha escrito de muchas cosas, también de Economía, que es ahora una de sus grandes preocupaciones, pero su nombre no deja de seguir unido a las drogas. «Estudio ciencias humanas y lenguas sobre todo, pero el sambenito me lo gané por haber escrito y dicho tantas cosas que nadie quiere oír...». Defensor de que la prohibición se derogue, como en su día la Ley Seca, recuerda cuando en un programa de TV Fernando Savater y él, manteniendo esa postura, convencieron a la audiencia. Lo comenta mientras muestra una planta de marihuana que tiene en su jardín. Cae la tarde y llega el momento de los temas más íntimos.

–¿Considera que la vida lo ha tratado bien?

–He tenido mucha suerte con las esposas...

–¿Ha ligado mucho?

–Corramos un tupido velo. Aunque ahora me pregunto qué hace una bella y joven mujer con un carcamal parejo.

–En muchas etapas de su vida ha trabajado a destajo, doce y más horas diarias, siete días por semana. ¿Sigue así?

–No sé hacer otra cosa. Eso y jugar al ajedrez 'on line'.

–¿No tiene aficiones?

–Sí, claro. Comer muy bien, beber muy bien, ser sibarita en ese plano. Si fuese rico, frecuentaría anticuarios, y siendo solo desahogado me conformo con las ferreterías.

–¿Fue el sida, que a tantos mató, incluidos amigos suyos, lo peor con lo que se ha tropezado en la vida?

–Mi generación fue muy autodestructiva. Condicionados por la memez de cambiar el mundo en sentido marxista, si no lo lograban se suicidaban, o mataban a alguien.

–Ha dicho alguna vez que el único enemigo invencible es la vejez. ¿Cómo lo ve a los 78 años?

–Bastante regular. Bien en un tono moral, porque tengo la sensación de una vida vivida, pero los achaques son debilidades sin grandeza. Si no paralizan hasta la indignidad, toca seguir; en otro caso, hay un amplio botiquín de eutanásicos dulces.

–Es decir, que usted no asumirá la decadencia física ni el dolor...

–No, y no sé por qué gente de mi edad y con más achaques que los míos no lo ve así. Me tocó ser perro verde.

–El pesimismo es una frivolidad, ha comentado.

–Y una forma cínica de conformismo.

–En 'Un mundo feliz', Huxley diseñó una sociedad en la que, a cierta edad, se llevaban a las personas a un viaje del que no volvían. ¿Ese viaje, con la correspondiente ayuda química, sería la mejor manera de irse?

–Claro, esperando que reine la nada. Cuando pienso en morir, pienso en volver a ver a mi hijo Román, o a mis padres. Pero estoy casi seguro de que no será así. Y tras el gran esfuerzo toca un no menor descanso. Tan en serio me tomé amar la verdad, que acabé peleado con la Iglesia, el Ejército, el fanatismo, los comunistas...

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