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Más allá de los pasiegos, el Sardinero y Revilla, hay mucha Cantabria que escapa al tópico. Quizá no es infinita como reza su eslogan turístico, pero dentro de su finitud tiene muchos rincones naturales –mar y montaña–, cuevas que guardan la prehistoria y los más tímidos caminos del agua, casonas pétreas de heráldica moderna y un órdago al arte contemporáneo firmado por Renzo Piano en Santander.
Cartes. Pueblo declarado bien de interés cultural con categoría de conjunto histórico por sus construcciones del siglo XV al XVIII.
Bosque del Monte Cabezón. Dos hectáreas y media donde crecen 848 secuoyas.
Centro Botín. Exposición antológica de Alexander Calder. Muestra de las pinturas de Manolo Millares.
Playa de Los Tranquilos. Desde allí se ve las playas de Loredo, Somo y el Puntal, la bahía de Santander y la Península de La Magdalena.
El camino real de antaño que daba salida a los productos castellanos al mar es hoy la autovía de la Meseta. Antes de llegar a Torrelavega, a la derecha hay un desvío hacia Cartes. Más coqueta que Santillana, menos señoritinga que Comillas, esta villa por la que transitaba el citado transporte comercial luce hoy una vía principal considerada entre las calles más bonitas del país por sus dos arcos góticos, sus casas de oscura mampostería y la alegría floral de gitanillas, hortensias y crasas. Declarado bien de interés cultural con categoría de conjunto histórico, es una agradable parada en cualquier trayecto.
No lejos de allí, la brújula apunta hacia el oeste para ir al Monumento Natural del Monte de Cabezón, un bosque de secuoyas plantado en los años cuarenta, entre Cabezón de la Sal y Udías. Dos hectáreas y media pobladas con estos peculiares árboles que en su empeño vertical evitan cualquier concesión horizontal, resultando en espinas los intentos de ramas. Con ejemplares en torno a los cuarenta metros de altura, la luz que penetra entre los troncos rojizos es tan tenue que nada crece en el suelo cubierto de un serrín natural.
Aunque hay sendas, escaleras y bancos, la tentación de perderse en este bosque de cuento las evita. De las secuoyas estáticas a los móviles de Calder que pueblan las salas más espectaculares del Centro Botín. La ambiciosa antológica del escultor estadounidense es también un recorrido por buena parte de sus proyectos inconclusos, piezas grandes encargadas por instituciones de todo el mundo que no llegaron a ser. Entre las curiosidades, fue él quien inauguró la serie de BMW Art Cars y allí está la expuesto el coche.
Con menos boato mediático, pero de gran interés artístico, es la muestra de los dibujos del canario Manolo Millares. A la salida del Centro Botín está la parada de Los Reginas, los barcos que cruzan la bahía hacia el Puntal, Pedreña y Somo. Si elige esta última parada, un paseo de 3,5 kilómetros conduce a la playa de Los Tranquilos, frente a la isla más grande del Cantábrico, Santa Marina. En cualquiera de sus bancos podrá descansar frente a la Península de La Magdalena.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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