JOSÉ RAMÓN LARA

Últimas noches de un oficio en extinción

Domingo, 8 de agosto 2021, 00:30

A las 20:30 horas, Lydia Camargo abre la app de Deliveroo y 'clica' en el botón de «conéctate». Comienza su jornada de trabajo en estos días que dedica las horas del día a cuidar a su madre convaleciente. Aparece un mapa de ciudades y ... carreteras, típico de Google Maps, pero salpicado de píxeles violetas. Son las zonas donde hay «jaleo». La app le indica que está «buscando un pedido para ti». Ella, conductora de una furgo familiar con la que hace 40.000 kilómetros cada año, elige moverse del centro comercial Isla Azul, en las afueras de Madrid, a Parque Sur. Primero, reposta gasolina. Ejerce una labor -el de repartidor 'free login', capaz de elegir cuándo trabaja y cotizar como autónomo- que está en cuenta regresiva. Un oficio en extinción, con apenas cinco años de existencia en España.

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Nada más entrar en el aparcamiento, suena un silbido y sobre el mapa, una cifra: 5,85. Es lo que le ofrecen por el pedido que acaba de entrar. Ella puede aceptarlo o no. En este caso, dice sí. Aunque trabaja con varias plataformas, prefiere ésta porque le paga dos trayectos: el que le lleva al restaurante y el del cliente. Algunas sólo cancelan la segunda. De momento, sabe dónde recoger la comida y tiene una vaga noción de la zona final. Llega a un McDonalds en medio de una intersección de carreteras (avenida Lengua Española), acude a un espacio de recogida sólo para 'riders' y le entregan cuatro bolsas. Con cuidado las mete en las dos mochilas térmicas que lleva en el asiento de atrás. «No hay que liarla», dice.

Con el pedido en el coche, pulsa otro botón de «recogido» y recién le aparece la dirección del destinatario, con las instrucciones para llegar. El coche se llena de un fuerte olor a carne en brasa. «Algunos huelen bien, otros no. A mí me gusta el de Papa Johns. Al final del día hay una mezcla de olores en el coche». Cuando llega a la dirección -un grupo de edificios en medio de un kilométrico despoblado- vuelve a avisar al sistema, que le responde con las señas del cliente: nombre, número del piso y número de contacto. Al hacer la entrega, lo notifica también y el dinero pasa a su cuenta, que cobra cada 15 días. Sólo Uber hace transferencias semanales.

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No cae nada nuevo y Lydia, graduada de auxiliar de veterinaria, retorna a Parque Sur. No alcanza a llegar cuando suena otro pedido. Ya no pararán de entrar en toda la noche. Hasta que ella dé por terminado su turno. Por el próximo encargo le ofrecen 5,58 euros. Acepta. Son dos pizzas, que demoran en ser entregadas. Los riders conocen qué establecimientos van siempre con retraso y los evitan. Los que trabajan con Glovo pueden notificarlo a la app. Sobre las 22:00 horas entrega la comida cerca de Vía Carpetana, dentro de la ciudad de Madrid. Desde las 20:50 ha hecho trece euros, le especifica la app. Tiene además tres euros en propinas. Uno que le dieron en mano y dos que dejaron al comprar.

Apenas termina, entra otro: tres euros por un McDonalds, cercano que pasó en el recorrido anterior. Cumplida la misión, otra en Kinépolis para dejar la cena a un hombre que no se baja de un coche en un polígono industrial. Son las 22:49. Decide irse a casa. Y apaga.

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